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Columna
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Serrano Suñer, tragedia personal y fascismo político

Te recibía en su casa señorial, de amplios salones y con cuadros antiguos. Hablando con él sentías,porque mantenía esa condición,hasta qué punto había sido, como político importante, un gran seductor. Pero, si estaba dispuesto a hablar, aderezaba el recuerdo con la que había sido su evolución mas reciente. Le pregunté sobre una comunicación concreta del Gobierno italiano al español durante la Segunda Guerra Mundial.Me dejó a solas en la habitación durante un rato y apareció luego con un gran sobre. Estaba cerrado con un sello de lacre que rezaba "Il Duce del Fascismo". Lo abrió parsimoniosamente y lo leyó sin mostrármelo. "Comprenderá, dijo, que no le voy a dar cuenta de una carta de un amigo".

Le resultaba insufrible su propio pasado y luchó vanamente por reconstruirlo

Serrano Suñer, que tanto había vivido, era, para un historiador un mal testigo porque no contaba más que anécdotas de poca trascendencia, a menudo maldicentes sobre Franco y su familia.Lo de menos era que no quisiera enseñar esa carta de Mussolini; 1o importante es que maquillaba la realidad de que él fue un instrumento imprescindible para el asentamiento de la dictadura de Franco en su momento más totalitario, fascista en suma. En la radical discrepancia entre los documentos y lo que decía años después se puede descubrir la clave de su personalidad.

Fue un "fascistoide" más durante los años treinta. Aunque diputado de la CEDA como muchos de los más jóvenes en ella derivó por el camino totalitario desde los últimos meses republicanos. Sus contactos personales, luego familiares, con Franco y con José Antonio Primo de Rivera le situaban en las mejores condiciones para desempeñar un papel político tras la sublevación de julio de 1936. A esta realidad se debe sumar otra, decisiva: el sufrimiento personal y de los suyos cuando la Guerra Civil estalló en el Madrid republicano.

Brillante, inteligente, de sólida formación jurídica en la que no fue banal la influencia italiana, Serrano Suñer se encontró, cuando logró pasar al otro bando, en una situación política ideal. Cuanto había padecido le había rodeado de un aura crispada y enfebrecida.Tenía acceso directo y cotidiano,como cuñado de Franco, a su despacho. Hasta entonces a éste, siempre desconfiado, le había ayudado su hermano Nicolás, embarullado y poco afín a las doctrinas más juveniles, hasta el punto de que los falangistas se burlaban de su nicolás-sindicalismo. Serrano era otra cosa: supo reducir a los reductos del falangismo más purista (incluso a Dionisio Ridruejo), y desplazó hacia la irrelevancia en el Partido a Fernández Cuesta, en el fondo nada más que un ser desconfiado y apático.Aparte de conseguir para Franco la adhesión de este sector, Serrano hizo más: convirtió mediante la propaganda un caudillaje militar en político, convenciendo a su propio protagonista de su condición providencial.

Ya en el primer Gobierno de Franco (1938) su influencia fue creciente, hasta el punto de que al final de la guerra sus compañeros de Consejo de Ministros apenas le soportaban. Pedro Sáinz Rodríguez fue defenestrado por inventar chistes sobre él. Ya tenía acumuladas sobre sus espaldas en el Ministerio de la Gobernación las responsabilidades de política interior y propaganda cuando en 1939 resultó el principal mentor del cambio del gobierno. No cabe la menor duda de que a partir de esta fecha pretendió en España una cierta imitación del modelo fascista italiano como sustitutivo del "Estado campamental" existente. Le ayudaron para ello su amistad con el conde Ciano, el yerno de Mussolini, y sus viajes a Italia.

A él cabe atribuirle la primera posición adoptada por España ante la Segunda Guerra Mundial que se convirtió en "no beligerancia", paso previo a la entrada en la guerra, cuando Francia fue derrotada en el verano de 1940. Hoy no cabe la menor duda de que Franco y Serrano, pronto responsable de Asuntos Exteriores al tiempo que Gobernación, quisieron entrar en la guerra al lado de Hitler pero pidiendo contrapartidas demasiado onerosas. Serrano ante él llegó a sugerir que el Rosellón debia ser español, por catalán, y que Portugal no tenía sentido como unidad política independiente.

Si España no entró en la guerra se debió a que la estrategia alemana se dirigió hacia el Este y no hacia el Mediterráneo; tampoco el Duce, al que visitaron en Bordighera ambos cuñados, insistió tanto en ello. En realidad los caminos de Franco y Serrano sólo se empezaron a separar a partir de la primavera de 1941. Los tradicionalistas y los militares tenían una mentalidad diferente de la Falange revolucionaria de entonces a la que Serrano empezó a controlar con dificultad. Hizo, además, algo que Franco no podía perdonar: presionarle con dimisiones de los ministros falangistas. Perdió entonces Gobernación y luego, en otra larga y tormentosa crisis (septiembre de 1942), acabó siendo desplazado de Exteriores.

Mantuvo la relación con Franco pero reducida al ámbito familiar. Debió de sentirse humillado por un ser en apariencia más mediocre que él mismo había contribuido a forjar como dictador. Pasada la guerra mundial cambió de postura: recomendó a Franco nada menos que constituir un gobierno de transición con intelectuales liberales. Franco anotó en la carta simplemente "Je, je". Carta y anotación constituyen una buena descripción de ambos. Las dos versiones de memorias de Serrano y las numerosas biografias a su dictado revelan esa clave trágica de su personalídad. Le resultaba insufrible su propio pasado y luchó vanamente por reconstruirlo.

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