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Reportaje:

La inestable vida de las salas de concierto

La falta de medios y de público motivan el cierre de estos locales musicales, entre los que se encuentra el mítico Suristán

J. A. Aunión

Después de nueve años, la sala de conciertos Suristán cerró sus puertas hace tres semanas y lo hizo haciendo un llamamiento a las responsables de la cultura, autoridades municipales y Sociedad General de Autores de España (SGAE) para "exigir que los espacios de cultura popular tengan el apoyo necesario para su viabilidad, sin depender de los caprichos de la política". Lo cierto es que esta sala, que se había convertido ya en un clásico de las noches musicales de la capital, será en breve una discoteca juvenil, a cambio de una suculenta cantidad de dinero para los antiguos dueños que, aseguran, "ya estaban cansados de luchar".

Estas salas, donde se acogen toda clase de músicas -desde jazz hasta punk o rock-, nacen y mueren continuamente. Las hay que consiguen consolidarse y sobrevivir al paso del tiempo, pero los responsables de las mismas coinciden en que es realmente difícil hacer rentables estos lugares, en su mayoría locales pequeños -entre 100 y 500 espectadores-, con pocas excepciones de capacidades medias como La Riviera, Aqualung o Arena.

De los locales que ayudaron a crear el mito de la movida madrileña en los ochenta tan sólo queda la sala El Sol, entre otras pocas excepciones. Para rodar su última película, La Mala Educación, Pedro Almodóvar ha tenido que recrear la sala Rock Ola, hoy convertida en un supermercado. La misma suerte corrieron otros clásicos como Universal, Marquee, Morasol o Astoria, y, más recientemente, Jácara, Y'asta o Revólver.

Para Gerardo, uno de los dueños del Café Central, local del barrio de Huertas donde se puede escuchar jazz desde hace 21 años, uno de los problemas es que se trata de "sitios pequeños" donde no se pueden llevar "ni a grandes figuras ni a gente que no es conocida", asegura. Afirma que estos locales tampoco cuentan con una cantidad de público fiel lo suficientemente grande como para hacer el negocio rentable: "Nosotros contamos con una media de unos noventa espectadores en una ciudad de más de tres millones de habitantes".

Santiago Auserón, cantante de uno de los grupos más importantes de los ochenta, Radio Futura, y después el cantante en solitario Juan Perro, asegura que los últimos 15 años de "decadencia" de las salas de conciertos en Madrid se debe a que antes "había una sensibilidad social hacia la cultura juvenil; muchos empresarios, apoyados por los medios de comunicación, apostaron por los locales de capacidad media, para unas mil personas". Ahora, asegura, "los medios han optado por la cultura más vulgar y barata", por lo que las instituciones públicas deberían "apoyar las salas de conciertos, que optaron por especializarse en locales más pequeños".

Gerardo, del Central, no sabe si las autoridades municipales tendrían que apoyarles, pero, por lo menos, podrían "no poner trabas". Recientemente se les ha pedido a estas salas el Impuesto de actividad económica (IAE) de los últimos cinco años, que no se les había pedido desde hace 15. Para este tipo de locales puede resultar la ruina. Además, señala Gerardo, "la normativa municipal es un ideal", por lo que prácticamente ningún local lo cumple del todo.

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"Uno de nuestros mayores problemas es la poca conciencia por parte de los vecinos de nuestra labor cultural. Nos ven simplemente como un bar de copas", señala Alfonso, encargado de la sala Siroco (San Bernardo). Este local es uno de los pocos que se arriesga incluyendo en su programación a jóvenes músicos que están empezando, como The Secret Society. Jerónimo Martín, uno de sus componentes, es optimista: "Con la facilidad para acceder a la música: los discos piratas, en Internet, lo que se va a valorar realmente son los directos de los artistas".

La Boca del Lobo, en el barrio de Huertas, otro clásico de las noches madrileñas, no sólo por su oferta de conciertos, sino también por la proyección de películas, entre otras actividades culturales, vive continuamente bajo la amenaza de cierre. El Café Berlín, cerca de Callao, que acaba de reabrir recientemente, se enfrenta a la misma situación, al igual que la sala Caracol (Embajadores), que vivió en 2001 momentos muy duros al ser clausurada, aunque el año pasado pudo reabrir.

Los que nos dejaron

El último cierre de una sala de música, El Suristán -cuya oferta se basaba en la música étnica- se debió a una buena oferta económica y al cansancio de los dueños, pero también ha habido cierres por motivos más truculentos.

El mítico Rock Ola, tras sobrevivir a un incendio en 1983, terminó clausurado por la policía tras el asesinato de Demetrio Jesús Lefler, de 18 años, apuñalado durante un concierto.

La discoteca Jácara, por donde desfilaron nombres como David Bowie, James Brown o Joan Baez, fue cerrada por orden municipal en 1991, por programar dos conciertos sin permiso del Consistorio.

También las autoridades municipales les impidieron a los dueños del Y'asta, uno de los locales de actuaciones espontáneas (jamsessions) más prestigiosos de Madrid, seguir programando conciertos, allá por 1994.

La sala Revólver, el espacio madrileño para el rock, tras varias clausuras y reaperturas en los años noventa, acabó cerrando en 1996. "Siempre que haya conflicto entre los vecinos y los locales, las autoridades se van a poner del lado de los vecinos, porque suponen mucha mayor cantidad de votos", señala Alfonso, responsable de la sala Siroco, en el distrito de Centro.

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Sobre la firma

J. A. Aunión
Reportero de El País Semanal. Especializado en información educativa durante más de una década, también ha trabajado para las secciones de Local-Madrid, Reportajes, Cultura y EL PAÍS_LAB, el equipo del diario dedicado a experimentar con nuevos formatos.

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