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Hala, Madrid, hala

Todo agosto tiene su imaginario, y este que va pasando ha elaborado ya una iconografía inconfundible: en primer lugar está el calor; un calor sin nada de justicia; un calor, en términos geográficos, no ya mediterráneo, ni peninsular, ni siquiera constitucional, sino un calor europeísta, un tórrido calor que invade Oviedo, Londres o Rostock. Nunca Europa fue tan Europa como ahora en que las playas de Alemania, Irlanda o Fuerteventura están igual de concurridas.

En el paisito, en cambio, el imaginario agosteño lo ha ocupado la manifestación que el domingo pasado, en Donostia, convocaron particulares y usufructuó Batasuna. Quizá excitados por el calor que hacía (un calor verdaderamente españolista) unos idiotas subieron al púlpito desde el que adoctrinaba el amenazador Otegi y quemaron la bandera española. Nada hay más hiriente que quemar una bandera, cualquiera que esta sea, y hacerlo no demuestra tener ideas firmes, sino una penosa educación. Hay que lamentar que a los idiotas no les hubieran descubierto sus propios acólitos unos minutos antes, con la bandera escondida en sus entretelas: les habrían sacudido, por fachas. Pero la vida no suele ser justa ni sabe culminar tan espléndidos argumentos de comedia. Claro que al día siguiente la prensa reaccionaria tampoco estuvo oportuna: denunciaba que la manifestación la habían autorizado "jueces vascos". ¿Qué siniestra intención se esconde detrás del adjetivo? ¿Debemos entonces conceptuar al inmarcesible Jiménez de Parga, más que como juez, como juez "español"? Hay que temer lo peor.

Pero el imaginario del verano nos ha traído otras escenas inolvidables: por ejemplo, el nuevo Real Madrid, haciendo más kilómetros por Extremo Oriente que San Francisco Javier, un Real Madrid que va por ahí convirtiendo al madridismo a chinos, japoneses y otros orientales. Reconozco que el Madrid de este verano me obnubila. Ya no representa a la ciudad, como antes de la guerra civil, ni a la Nueva España, como durante el franquismo. Ahora el Madrid es una marca, una cosa abstracta que recluta seguidores en Lavapiés o en Yokohama, en Rascafría o en Hong-Kong. Todos cegados por el resplandor de Beckham (Por cierto, ¿quién era Beckham antes de que nos lo explicara Antena 3?) El Madrid ha culminado la internacionalización de un club sin patria y sin bandera, sin raíces, sin más identidad que la cuenta de resultados, un aborto empresarial concebido de consuno por el marketing y la avaricia.

Ignoramos adónde va el madridismo, pero sí sabemos adónde va Extremo Oriente: hacia el desastre. El confucianismo, esa ética milenaria que permitía que los padres sojuzgaran a los hijos hasta el último de sus días (de los días de los hijos), ha hecho de ellos una perfecta masa acrítica, que lo mismo se persigna ante un emperador manchú, ante un burócrata maoísta o ante cualquier millonario que da patadas a un balón.

Los futbolistas del Madrid, como bien reflejaron las cámaras, han acabado cansados de tanta admiración, de tanta unción propia de Pequeño Saltamontes. Mientras los orientales se persignaban, la legión multicolor de Florentino Pérez sonreía con paciencia, con hastío, casi molesta ante tanta indiferenciada estupidez. Habría que ver de nuevo, por televisión, la imagen de ese amarillo que quiso dar la mano a Roberto Carlos y éste se la retiró, en el último momento, para consultar su reloj. Esa es la suerte de Roberto Carlos: que sus fans ahora son chinos. Si el excelente lateral le vacila del mismo modo a un tipo de Carabanchel se hubiera encontrado con un excelente correctivo.

Sí, en efecto, los jugadores del Madrid, a cuenta de tanto fervor, de tanto talento, de tanto dinero, viven ya en otro lugar, un lugar que no es Madrid, ni ninguna de esas direcciones donde se domicilian los que viven de una nómina. Lo único divertido del fútbol español (ese embriagador espectáculo que en otro tiempo fue un deporte) es que el club que hizo más por dinamitar sus fundamentos, el Barcelona, se ha visto superado en ímpetu empresarial por el Madrid. Valdano, por ejemplo, fue un excelente futbolista e incluso ha dado muestras de haber podido ser un excelente escritor. Lo que pasa es que a veces debe pasar el tiempo para que un ser humano descubra su verdadera misión en la vida; en el caso de Valdano, ejecutivo de cuentas.

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