_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

De Tejas a Montbrió

Josep Ramoneda

Da igual que esté en Tejas o en Quintanilla de Onésimo, José María Aznar nunca da vacaciones a sus obsesiones recurrentes. De gira por el Norte de Río Grande, Aznar ha tomado a los hispanos allí residentes como testigos para expresar su admiración "por la nación unida e indivisible que es Estados Unidos". Aznar, donde sea que esté, siempre encuentra la manera de interpelar a los nacionalismos periféricos españoles porque es éste y no otro el motivo de su piropo a Estados Unidos. Ni la idea ni la táctica son nuevas en Aznar. La idea la respiró de pequeño -antes de que los libros escolares contribuyeran a la competencia entre nacionalismos- y la lleva puesta como bandera porque ha aprendido de mayor que le da votos. La táctica consigue en martillear a los nacionalismos periféricos porque las chispas que saltan son dividendos electorales.

Aznar tuvo en su momento un sueño: la unificación de las derechas autónomas, creyendo que las pulsiones conservadoras del PNV y CiU se pondrían por delante de las querencias nacionalistas. Los comienzos de su primer mandato, con relaciones de guante blanco con los nacionalistas periféricos, hicieron pensar que con el tiempo se podían conseguir milagros. Todo fue un espejismo. El sueño sólo se consiguió en Navarra. Aznar debería saber que el nacionalismo es tan indispensable para el PNV y para CIU para mantenerse en el poder, como lo es para él mismo. Y que su nacionalismo y el del PNV y CiU son por definición antagónicos. Con el PNV se pasó rápidamente de la colaboración al odio. Con Convergència i Unió quedan todavía algunas esperanzas de un pacto estable, una vez retirado Jordi Pujol; por eso, el PP combina los ataques frontales en lo ideológico con las ofertas de colaboración y de asistencia mutua parlamentaria.

Encuestas recientes demuestran que en Cataluña, desde la mayoría absoluta del PP, se ha producido un aumento considerable de los que creen necesaria la reforma del Estatut y un desplazamiento significativo del voto nacionalista hacia Esquerra Republicana. Si la presunta condición de estadista pudiera más que su narcisismo, Aznar se lo pensaría dos veces. "La identidad cultural, la herencia histórica, no pueden ser muros de aislamiento, sino puentes de comunicación", ha dicho Aznar en su viaje a la tierra de promisión. Sin embargo, como las encuestas confirman, Aznar no hace sino construir cortinas -los muros vendrán después- que, con las cortinas que construyen los otros nacionalistas, sirven para que los protocolos de comunicación se vayan deteriorando. Y puesto que en un hombre con la voluntad de poder de Aznar no cabe la hipótesis de la ingenuidad, hay que empezar a pensar si Aznar lo que busca es lo peor para Cataluña: el desplazamiento hacia el modelo vasco, que sustituye la convencional división derecha-izquierda por el enfrentamiento entre nacionalistas de un lado y nacionalistas del otro. Con el modelo de enfrentamiento, el PP ha crecido en Euskadi; con el modelo convencional no se come un rosco en Cataluña. Un gobierno de coalición CiU-Esquerra -que las encuestas empiezan a hacer verosímil- podría ser un primer paso hacia la vasquización de la política catalana.

A veces da la impresión de que Aznar cree que todo se puede conseguir con consignas, que basta predicar la unidad indivisible de España para que todo el mundo se apunte, que la repetición es la clave. Aznar debería saber que las unidades no se improvisan, y que si Estados Unidos tiene una unidad nacional que no tiene España es fruto de una larga historia, de desencuentros, de aciertos y de desaciertos, de incapacidades e impotencias de ambas partes en momentos decisivos. El resultado es el que es. No se cambia con eslóganes. Los relatos que construyen naciones son todos falsos en la medida en que están construidos sobre ficciones y sobre interpretaciones parciales de la historia. Pero no se improvisan, y si cuajan de una generación a otra es por una agregación de hechos que no se desmontan a golpe de consigna política. Aznar lo sabe; por eso con la voz grita y con su mano derecha -Josep Piqué en este caso- busca puentes con CiU. Aznar sabe que no hará cambiar las tendencias de fondo, pero sabe que jugar a aprendiz de brujo le da dividendos. Y el fuego ya lo apagarán otros.

Estamos en periodo de espuma electoral, y siguiendo el guión tan bien aplicado por Aznar en las últimas elecciones municipales, Convergència i Unió, con el miedo en el cuerpo por el riesgo de que al fin se produzca la alternancia en Cataluña, tira de manual -como hizo el presidente- y va a la busca de la movilización máxima de los suyos, con la esperanza de que el adversario no haga el pleno. Naturalmente, toca volteo de campanas nacionalista. "Aznar se cargará la autonomía catalana en 10 años", dice la voz del trueno, que no cesa de advertir sobre la gran regresión. Que nadie se asuste: si es necesario volverán a pactar con el PP, porque en nombre del pragmatismo se puede gritar a pleno pulmón y al día siguiente abrazarse con el enemigo. Y con plena satisfacción de sus votantes, que, excepto una minoría de creyentes, tienen muy claro el orden de la jerarquía: primero, dinero; después, patria. Si la suma con el PP no basta, se pacta con Esquerra y se explica a quien quiera oírlo que CiU será la garantía de moderación del nacionalismo radical. Nada nuevo bajo el sol: el soufflé electoral sube y sube, pero después hay que buscar el chocolate.

Mientras CiU y PP ofician un ritual de enfrentamiento entre Montbrió del Camp y Tejas, el PSC está en un triste papel demasiado habitual: a remolque de CiU dándole la razón en su polémica con Aznar. Una perfectamente innecesaria contribución al ruido. El PSC gasta demasiada energía en poner notas a pie de página a la política de CiU. Algún día tendrá que decidirse a escribir un libro entero. Pasqual Maragall ha estado en Londres, en un curioso cónclave convocado por Tony Blair para hacerse perdonar su promiscuidad con George W. Bush a pesar de demostrar públicamente que no tiene ninguna intención de enmendar su conducta. Maragall ha dicho que la izquierda "da mucha importancia a los valores, sin traducirlos de manera efectiva en políticas". La pregunta es: ¿por qué no los traduce? ¿Por qué son valores obsoletos o por qué son vigentes, pero no se atreve a llevarlos a cabo? Una campaña electoral como la que tiene por delante es un momento muy adecuado para demostrar que existen los valores y las políticas. Algo mucho más interesante que repetir los gritos de ritual de cualquiera de los nacionalismos.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_