Ganan la tele y el ordenador, pierde la gallinita ciega

Hay una clase de juegos que a cualquiera le trae a la memoria tardes interminables de ocio compartido. Son los juegos de toda la vida, los que han ido pasando de padres a hijos. Muchos se quedaron en ese tránsito, pero otros permanecen, ahora con peligro de extinción. ¿Recuerdan? El pañuelo, las sillas, la gallinita ciega, la comba, el columpio, la carretilla, el balancín, el trompo, el diábolo, las cometas, las carreras de sacos, jugar a pisarse la sombra. "Son juegos sociales que se están perdiendo", lamenta el profesor de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad Complutense Tomás de Andrés.

Y lo lamenta porque con estos juegos "se hacen amigos". La sociedad escolar de los niños también se está perdiendo, sólo hay que mirar los patios de los colegios, los niños andan solos, con sus aparatos electrónicos, con la televisión", explica De Andrés. La otra gran ventaja de estos juegos es que "no hay que comprar nada".

De Andrés piensa que es muy importante jugar, porque eso es "el descanso y el recreo de los niños". Sabe que toda forma de aprendizaje se puede hacer de forma lúdica, pero el juego "es fundamental, porque los niños no saben que están aprendiendo, es un disfraz del aprendizaje, no se parece a las clases, aunque también deben aprender a disfrutar con esas tareas escolares".

¿Cómo jugar? "Depende de las edades. En la infancia, tanto para padres como para hijos, el mejor juguete es jugar juntos. Pero en la edad escolar avanzada se impone "el juego con iguales, al margen de los adultos, aunque siempre sea bueno que los padres tengan una relación lúdica con ellos".

¿Y qué pasa en la adolescencia? "Arrasan los juegos de rol", algo que no agrada en demasía a Tomás de Andrés. "Los adolescentes necesitan identificarse con modelos, imitar personajes, pero resulta que suelen ser personajes violentos y que infantilizan a los jóvenes justo cuando están en la edad de salir de la adolescencia hacia la madurez".