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Tribuna
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Encadenados

Espero que el maestro Hitchcock me perdone por utilizar el título de la versión española de su espléndido film Notorious (1946), con Ingrid Bergman, Cary Grant y un impagable Claude Rains haciendo de nazi, para referirme a prosaicos asuntos políticos de actualidad. Mi propósito, en todo caso, es llamar la atención sobre lo que considero uno de los mayores, más baratos y más insidiosos triunfos del Partido Popular, una victoria que éste nunca logró frente a Felipe González, pero que ha obtenido fácilmente sobre Rodríguez Zapatero y de la que extrae pingües rentas: el acomplejamiento de la política de pactos del PSOE, su aparente sujeción al plácet, al visto bueno del PP en materia de españolidad, de constitucionalismo y de coherencia.

Seguramente, la cosa empezase en diciembre de 2000, cuando el Partido Socialista y su novel líder se dejaron robar la cartera del llamado Pacto Antiterrorista; un acuerdo cuyo objetivo aparente era "aislar" a los nacionalistas democráticos vascos de PNV y EA hasta tanto no renunciasen a sus planes autodeterministas -¿cómo se puede aislar a quienes obtienen casi el 45% de los votos?-, pero cuyo efecto real ha sido dejar al PSOE cautivo del PP en materia de alianzas, sin margen de maniobra táctico, pendiente siempre de que la derecha le diga con quién puede o no puede compartir un gobierno municipal o autonómico, qué votos de otras fuerzas le están permitidos recibir, y cuáles no. Y ello, no sólo en Euskadi, sino en el conjunto de España.

Para no remontarnos muy atrás (que podríamos, y hacer memoria de la tenaz demonización de Francesc Antich y su "pacto balear"...), bastará evocar lo sucedido desde la cita electoral del pasado 25 de mayo. En Álava, donde los socialistas locales planteaban un razonable acuerdo de reciprocidad y alternancia con el PP para repartir entre las dos fuerzas "constitucionalistas" las principales magistraturas provinciales, bastó el chantaje aznarista, la amenaza de pintar al PSOE como "cómplice del nacionalismo vasco", para que Rodríguez Zapatero desautorizase a sus compañeros alaveses y les ordenara un apoyo ciego e incondicional a las pretensiones del Partido Popular. En San Sebastián, el coriáceo Odón Elorza está teniendo que echar el resto para esquivar las presiones de Madrid y zafarse del asfixiante abrazo de la popular María San Gil. En Navarra, su partido ha expedientado a los ediles socialistas de Estella, Tafalla, Sangüesa, Burlada y otras poblaciones por la terrible falta de haber alcanzado el poder municipal gracias al voto de concejales nacionalistas; pero a la derecha foralista no le basta con eso, y exige histéricamente expulsiones y cabezas, confiando en sacar otra tajada del acomplejamiento de Ferraz. En fin, la presencia de Ezquer Batua en el Gobierno de Ibarretxe ha sido base suficiente para que el PP deslegitimase todos los acuerdos entre el PSOE e Izquierda Unida, lo mismo en Sevilla que en la Comunidad de Madrid. ¡Si hasta los dos bucaneros del escaño, Tamayo y Sáez, han invocado dicho pacto para justificar su tropelía!

Hoy está bien claro que no era en unas alianzas supuestamente dañinas para la unidad de España donde corrían peligro la credibilidad y el liderazgo de José Luis Rodríguez Zapatero, sino en las trapisondas intestinas de una organización tan poco sospechosa de deslealtad al "modelo de Estado" como la Federación Socialista Madrileña. Si, en vez de desairar a Javier Rojo, y vigilar a Odón Elorza, y amonestar a Pasqual Maragall (el caso Egunkaria, ¿recuerdan?), si en vez de recelar del socialismo vasquista, y del federalismo asimétrico, y de la autononomía de decisión de sus estructuras territoriales, la cúpula del PSOE hubiera desconfiado de esos "renovadores por la base" tan industriosos, ellos, y hubiese sometido a un escrutinio ético a los Eduardo Tamayo, Teresa Sáez, José Luis Balbás y compañía, entonces el Partido Socialista no habría sufrido el monumental descalabro del que ahora se lamenta.

Además, ¿acaso los socialistas son aún menores de edad, o unos recién llegados que deban acreditar continuamente su pedigrí nacional-español y su sentido de Estado? Fundado por Pablo Iglesias en 1879, el PSOE cumplirá muy pronto los 125 años de una historia que, como todas, tiene luces y sombras, héroes y truhanes, pero que no desdice de la de cualquier otro gran partido democrático europeo, ni da lugar a atribuirle veleidades centrífugas o desapego hacia la idea de España (más bien, a mi modesto juicio, ocurre todo lo contrario). Entonces, ¿a qué viene este tener que estar examinándose cada día ante el tribunal del PP, y presentando excusas por supuestos deslices que no son tales? ¿A qué espera el PSOE para plantarse de una vez y declarar que su larga trayectoria de oposición y de gobierno le avala para pactar con el Bloque Nacionalista en Galicia, y con Esquerra, Iniciativa o incluso Convergència en Cataluña, y con la Chunta o el PAR en Aragón, y con el PNV allí donde las circunstancias locales lo aconsejen, y con Izquierda Unida donde se tercie..., y que el PP puede ahorrarse sus anatemas, porque no tendrán ningún efecto?

El pasado 20 de abril, J. L. Rodríguez Zapatero afirmaba, en una entrevista a este diario: "Hay que mejorar la democracia en España". Dos meses y dos tránsfugas después, la necesidad es imperiosa; pero, además de haciendo limpieza doméstica, el secretario general del PSOE contribuiría también a tal mejora si lograse emancipar su patriotismo de las cadenas del PP, si asumiera que, entre demócratas, no hay pactos vergonzosos.

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Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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