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Capitalismo real

Los jóvenes universitarios que nos acercamos al Partido Comunista de España en los últimos años de la dictadura tuvimos que enfrentarnos a las contradicciones injustificables de lo que entonces se llamaba el socialismo real. Nuestros sueños de igualdad social y libertad se estrellaban contra la realidad de unos países estalinistas sometidos al control totalitario de los medios de comunicación y acostumbrados a una falta de escrúpulos absoluta a la hora de jugar con la vida y con la muerte de sus ciudadanos. Era difícil mantener ilusiones de emancipación y dignidad ante el espectáculo de unos partidos burocratizados que llenaban sus escaparates con las fotos de los trabajadores más dóciles del mes y sus cárceles con el alma y el cuerpo de todos aquellos que se atrevían a disentir. Resultó, pues, imprescindible romper con ese socialismo real para buscar dentro de la izquierda caminos que permitiesen seguir imaginando un mundo distinto. Los comunistas españoles, que habían soportado buena parte de la lucha contra Franco, comprendieron que el marco democrático suponía una parte de su patrimonio. Cualquier política trazada al margen de la libertad significaba una mentira peligrosa y un sueño irrealizable.

Con el deseo de seguir interviniendo de un modo efectivo en la elaboración de un mundo algo más justo, el Partido Comunista de España y después Izquierda Unida han participado durante muchos años en la política de la nación, a través de la gestión democrática, desempeñando en ayuntamientos y comunidades autónomas las responsablidades que les fueron dando sus votos. Buena parte de las medidas sociales más eficaces, por lo que se refiere a participación ciudadana, igualdad de género, respeto a las diferencias y solidaridad social, han surgido precisamente en las ciudades gobernadas por concejales del Partido Socialista y de Izquierda Unida. ¿A qué viene entonces el fantasma electoral del radicalismo izquierdista, el viejo fantasma del comunismo antidemocrático, que está esgrimiendo la derecha? Si no fuese por el alarmante control de buena parte de los medios de comunicación que tiene el Gobierno, esta amenaza supondría una operación ridícula. Pero si vemos los informativos de Televisión Española o escuchamos algunas tertulias radiofónicas, resulta lógico el temor a que nos hagan comulgar con ruedas de molino. El verdadero peligro que hoy amenaza nuestra vida democrática no tiene que ver con el antiguo socialismo real, sino con el renovado y prepotente capitalismo real que ha impuesto George Bush desde Estados Unidos, encontrando, más por motivos políticos que económicos, un devoto aliado en José María Aznar. Sí, los demócratas tienen ahora el compromiso de hablar del capitalismo real. La libertad individual, la libertad de mercado, los derechos humanos, la legalidad, el modo de vida occidental, los mejores sueños de la modernidad, se estrellan hoy con la realidad de un neoliberalismo sin escrúpulos, orgulloso y manipulador, que ha decidido apostar por la ley del más fuerte.

Más allá del negocio inmediato de los pozos de petróleo, la guerra de Irak nos ofreció el espectáculo de una forma precisa de entender la política al margen de los controles democráticos. Ya no vamos a convivir sólo con las rutinarias injusticias mundiales, esa agonía silenciosa de la miseria y de las catástrofes sanitarias que el cinismo occidental consiguió colocar hace años en el baúl de los buenos sentimientos y de las caridades navideñas. Tampoco vamos a soportar únicamente la paralización de los tratados internacionales, jurídicos o ecológicos, que pretendían hacer más habitable el planeta. Asistimos a una apuesta completa, a un ataque frontal contra los valores democráticos. Políticos como Bush y Aznar quieren convertir la globalización en un proceso en el que sobran los marcos internacionales de decisión. Se declaran guerras al margen de la ley, mientras la opinión pública es controlada a través de medios de comunicación manipuladores que convierten a los periodistas en portavoces de un partido gobernante o de los intereses económicos de una multinacional. Sin respeto a la vida humana, alimentando el miedo a los otros, generando corrientes de pavor que desarticulen las conciencias individuales, quieren hacer de la democracia una superstición formal.

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El capitalismo real parece dispuesto a abandonar la mitología de la igualdad, la legalidad y la tolerancia. La izquierda, en esta situación histórica, no es una amenaza radical, sino una consejera centrada y respetuosa. Puede ofrecer buenos consejos sobre los peligros que surgen cuando alguien intenta imponer soluciones al margen de la ley y cuando se pretende aniquilar a las conciencias individuales por procedimientos de control social. Los que hace tiempo aprendieron a defender su opiniones alejándose de las mentiras del socialismo real pueden hoy ayudar a los que quieran alejarse de la barbarie del capitalismo real que se ha instalado en algunos despachos oficiales. Empecemos por el principio: será inaceptable cualquier sistema que no respete ni la vida humana ni la libertad de prensa.

Luis García Montero es escritor.

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