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Columna
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La boina

Miquel Alberola

El barómetro del Centro de Investigaciones Sociales de enero de 2003 ni siquiera se tomó la molestia de preguntar a los ciudadanos si sentían la falta de agua como un problema. Como mucho, hubo un lote generalista bajo el epígrafe Problemas de la agricultura, ganadería y pesca, y pese a su amplitud el conjunto apenas era percibido como tal entre los grandes asuntos de España por el 1,2% de los encuestados. Sí se había preguntado de modo explícito en el barómetro del pasado otoño, y para los valencianos, entonces, había 30 problemas más importantes que éste, que sólo preocupaba mucho al 0,5% de la población. Sin embargo, en el discurso oficial, la vida de los valencianos parece que dependa en este momento en exclusiva del hilo psicológico del trasvase del Ebro. En ciertos ambientes, la sugestión agrícola no sólo ha recuperado el esplendor del siglo XIX, sino que se impone como un símbolo sobre una ciudad que ya no recuerda haber llevado boina en su vida. En los últimos ocho años 68.000 valencianos han dejado la agricultura, frente a unas incorporaciones insignificantes, para las que, endemismos aparte, esta actividad ya no constituye la principal fuente de ingresos. Incluso es probable que por razones de edad en el plazo de diez años haya desaparecido el principal contingente de labradores, puesto que la Administración no ha propiciado la revolución estructural y empresarial que requiere la agricultura para ser competitiva y atractiva para los jóvenes. Pero al PP ahora no le interesa la agricultura como una convicción. Ni siquiera como un potencial que requiere serias políticas para desarrollar sus posibilidades. Sino como un símbolo. Como un instrumento capaz de ser utilizado contra su adversario político, como ya hiciera -y hace cuando se le pone a tiro- con una lengua que siempre ha callado mejor que hablado. El PP trata de ponerle la boina Elósegui a Valencia, aun a costa de borrarle su lívido maquillaje de I+D, para que se mueva en la coreografía hortofranquista que ha dispuesto para mañana, sin principio ni fin, con bandas de música, paellas y tracas, y que viene a ratificar que si algo nos singulariza a los valencianos es que somos lo que nunca haría el resto de España.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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