_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Nenúfares

Creo que fue Juan Ramón Jiménez quien contó la anécdota, quizá en su libro El modernismo. Un día Miguel de Unamuno y Francisco Villaespesa -el antaño famoso poeta de Láujar de Andarax, hoy mayormente olvidado- daban vueltas alrededor de un estanque, charlando. ¿En Aranjuez? ¿En Candelario? ¿En los versallescos jardines de La Granja, el anti-Escorial creado por el primer borbón español en la falda del Guadarrama, mirando hacia la douce France? No lo sabría decir, y para el caso da lo mismo. De repente Villaespesa se fijó en unas flores blancas y lisas que flotaban plácidamente sobre la superficie del agua, acompañadas de grandes hojas redondas. Nunca había visto plantas tan extrañas y tan hermosas. "¿Qué flores son aquéllas, don Miguel?", le preguntó, perplejo, al autor de El sentimiento trágico de la vida. Y el vasco, un tanto displicente, le contestó: "Nenúfares, amigo mío, son nenúfares, ésas que aparecen con tanta frecuencia en las poesías de usted".

Unamuno opinaba que era el deber de un escritor, y sobre todo de un poeta, saber de lo que hablaba y nunca utilizar tal o cual palabra por el hecho de poseer, al margen de su significado, una pretendida belleza especial. En un conocido poema sobre arte poético le había asestado un rapapolvos a Paul Verlaine por proclamar "la música sobre todo", y en sus propios versos primaba la sobriedad y la claridad del pensamiento sobre cualquier otra preocupación. Así era el de Salamanca.

En cuanto a Juan Ramón, me imagino que sabía que la palabra nenúfar es una voz persa que llegó al español a través del árabe. Sea como fuera, optó por dar el nombre alternativo de la flor a su primer libro de poemas, Ninfeas.

No creo que Antonio Machado, por lo menos rebasada su época simbolista, cayera jamás en la tentación de nombrar un pájaro o una flor sin conocerlos personalmente (en A orillas del Duero casi olemos el romero, la albahaca, la salvia y el espliego hollados por el caminante en su subida a Santa Ana, encima de Soria). Pero no así Bécquer, con lo de las oscuras golondrinas que anidan debajo del balcón. Me consta que esta ave nunca anida debajo de nada, empezando con los balcones, sino encima de vigas, salientes y objetos afines. Bécquer ha confundido la golondrina con el avión común, y uno de los poemas más famosos del idioma español, qué le vamos a hacer, contiene un error ornitológico garrafal.

Hirundo rustica ha tenido mala suerte también a manos de un gallego, Cela, que pese a jactarse en sus memorias de amar los pájaros, y de conocerlos bien, nos asegura en San Camilo 1936, o por lo menos el narrador, que las golondrinas hacen sus nidos "en los nichos vacíos y misteriosos" del cementerio del este madrileño, donde tienen que ser derribados por los sepultureros. Dudo mucho que así haya sido nunca.

Volviendo a los nenúfares, confieso que la palabra me parece digna de la exquisita planta acuática que designa. Nadie los pintó como Claude Monet, y fueron el tema más importante de sus cuadros durante las últimas décadas de su vida. Cuadros de ensueño que han levantado el ánimo a más de uno durante los inhóspitos inviernos del norte.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_