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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Buenas vibraciones

Una luz despunta en el túnel de la larga y dañina crisis entre Marruecos y España iniciada hace veinte meses. El elemento más alentador de ese incipiente deshielo son las recientes declaraciones a este periódico del primer ministro marroquí. En ellas, Driss Jettu, designado jefe del Gobierno por Mohamed VI tras las elecciones de septiembre pasado, transmite un mensaje nítido a favor de la normalización y apuesta porque ésta se producirá de forma acelerada. El recado es mucho más cálido que el frío comunicado que selló la reciente, y en su día aplazada, entrevista en Madrid del titular de Exteriores, Mohamed Benaissa, con su colega Ana Palacio. Y sigue a la conversación telefónica entre el rey alauí y José María Aznar el 13 de diciembre.

Si hay que calibrar en algún hecho concreto el nuevo talante que parece instalarse en Rabat a propósito de sus relaciones con Madrid, probablemente ninguno más apropiado en estos momentos que la decisión marroquí, concretada ayer tras la visita al país vecino del ministro de Pesca, Miguel Arias, de permitir que hasta 64 barcos de tres comunidades españolas afectadas por el desastre del Prestige faenen durante tres meses prorrogables en sus caladeros a partir del 15 de enero. El ofrecimiento de Mohamed VI ha sido presentado desde el primer momento como un gesto solidario de un vecino hacia otro en apuros. Rabat no exigirá a nuestros pesqueros, ausentes de sus aguas desde hace tres años, cuando expiró el acuerdo entre Marruecos y la Unión Europea, ni que desembarquen sus capturas en puertos marroquíes ni ningún tipo de compensación económica.

El detalle de Marruecos es de los que deben ser agradecidos. Pero es prematuro interpretarlo como un clarinazo que abre automáticamente la puerta a la reconciliación entre dos gobiernos que permanecen sin embajadores y que en julio pasado llegaron a una crisis militar sin precedentes por el islote Perejil.

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Madrid y Rabat, como señala Jettu, deben mirar más al futuro que al pasado. Los dos vecinos comparten demasiados y demasiado importantes intereses como para complacerse en un distanciamiento que sólo acarrea inconvenientes. Los grupos de trabajo recientemente constituidos, que deben allanar el camino hacia la deseada normalización, tienen una agenda muy compleja, que va desde la inmigración ilegal y la droga al desarrollo de las inversiones o una salida digna al enquistado conflicto del Sáhara. Un diálogo urgente, directo y de buena fe se hace imprescindible.

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