_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Poesía

Celebramos a los poetas Luis Cernuda y Rafael Alberti, que nacieron hace 100 años, y hay quien se pregunta si los herederos de sus perseguidores tienen derecho a honrarlos ahora, e incluso a falsificarlos, limándoles lo arisco, la dentellada verbal de Alberti, la recalcitrante resistencia de Cernuda a ser aceptado por los bienpensantes. Antonio Elorza, en las páginas nacionales de este periódico, el viernes, deploraba la manipulación de la memoria por parte de los conservadores, a propósito de un programa de televisión, El siglo de Alberti, que transformaba al poeta de El Puerto en feliz contemporáneo de la monarquía de Alfonso XIII, allá por los años veinte del jazz y el cinematógrafo.

La poesía sirve para recordar y ser recordada, hecha de artificios mnemotécnicos, ritmo y repeticiones, y parece antinatural su mutación en desmemoria. Una forma de olvido es convertir en poetas de salón a dos poetas insalvablemente incómodos, depurándolos, extirpándoles la raíz. Pero, reconocido esto, no veo mal la amable atención que el conservadurismo presta a Alberti y Cernuda, seguramente odiados todavía por algunos de Sevilla y Cádiz. Está bien que la derecha más derecha tome posesión parcial de dos poetas desterrados y despreciados, antifascistas, y hasta resulta lógico, según la manera en que hemos asumido el pasado, la Guerra Civil, y mucho más, los años que siguieron a la guerra, hasta las elecciones libres de 1977.

Ha habido una mutua aceptación entre franquistas y demócratas, sin arrepentimientos. El franquismo perdura democráticamente en signos e instituciones, en la vida callejera e íntima (no sólo Franco, sino su red de funcionarios y jerarcas), en nombres de barrios, calles, escuelas, lugares recreativos, monumentos, fiestas, compromisos religiosos e internacionales (Hitler no fue el único amigo de Franco: Franco, "retaco que inmola/ la tierra española/ a la coca-cola", lo llamó en tres ripiosos versos Rafael Alberti). Nos ha quedado un franquismo hondo, suave y sentimental, que permite leer alegremente a Alberti, e incluso a Luis Cernuda (menos anecdótico, menos asimilable), y vestirlos de poetas cortesanos.

Me dicen que los conservadores condenaron el pasado 20 de noviembre la rebelión de Franco y los suyos. Creo que no es exactamente así. La propuesta del PP en el Congreso, aprobada por unanimidad, reconoce moralmente a las víctimas de la Guerra Civil y la represión franquista, y constata que hoy nadie tiene respaldo legal para repetir el pasado, es decir, para imponer con violencia sus convicciones políticas y establecer regímenes totalitarios. Acierta el PP: la ley vigente prohíbe esos atropellos. Pero el PP no condena los actos de Franco, y es razonable: muchos franquistas viejos y nuevos son votantes del PP, que debe mantenerse fiel a quienes lo apoyan. Le pregunto a un casi adolescente que ya no estudia (dejó el instituto para trabajar en la hostelería de la costa de Málaga) por la Guerra Civil. ¿Qué guerra?, dice. La de Franco, digo yo. Ah, sí, un tirano, no pasaba una, hizo cosas buenas y malas, como todo el mundo (así ha encogido en el siglo XXI la historia de España del siglo XX).

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_