Vigor y elegancia de la lengua castellana
A fines del siglo XVIII, un benemérito fraile llamado Gregorio Garcés escribió un libro destinado a probar lo que dice el título de arriba. Para estimular el buen uso, seleccionó breves textos clásicos donde sus autores decían ejemplarmente lo que querían decir. Seguro que al buen tonsurado le daría un aire si explorase nuestro alrededor. Tal vez no fuera ducho en geografía belga porque, de serlo, confíteor, yo habría contribuido a su hemiplejia al ignorar -ocurrió en mi último 'dardo'- que era el equipo de Genk y no el de Gante (Gent) el predestinado a caer a los pies del Madrid.
Confundido, miro a otro lado y encuentro entre mis notas este rubí sintáctico: alguien 'comentó que el plantón por parte del ministro marroquí a nuestra ministra se esperaba por parte de muchos analistas políticos'. El redactor, tartamudo, además de repetir el agente, lo infla; diría más y mejor solo por. Pero al observar el lenguaje actual, quizá chocan más las palabras forasteras o maltratadas por la ignorancia. Así, en la misma noticia, se dice que Benaissa es homónimo de nuestra ministra, o sea que es tocayo de Ana Palacio. A estas alturas, aún hay profesionales de la pluma capaces de introducir tal confusión en nuestras relaciones con Rabat: pueden tomárselo a mal.
Y ¿qué decir de quienes al toparse con ll la mutan en y apenas abren la boca o se sientan ante un teclado? Es en un mismo diario donde leo que 'El herido se hayaba en estado de embriaguez', y donde leí que, en una concentración futbolera, 'madridistas y barcelonistas intercambiaron puyas en su día de libertad': me armaré de valor para declarar que es en este periódico donde se produjo esta última prevaricación según la cual, en vez de dichos mortificantes (pullas), los muchachos se agredieron con puyas, esto es, con los temibles bártulos de los picadores. Quizá recibió banderillas negras también alguno de aquellos infelices.
No es menor el enfado de muchos con g y gu: lo de llamar cónyugue al o a la cónyuge lleva una triunfal carrera; quizá la emprende ahora lo oído en un diario hablado: 'Si Zapatero pergueña un proyecto puede ganar'. Parece que la chapuza es el signo de nuestro idioma; así lo expresaría aquella locutora, queriendo decir sino. Sin duda es una semiotista, más fervorosa de Eco que del Don Álvaro.
Me han hostigado dos recientes empleos de campeonar 'ganar un campeonato'. Parece ser invención peruana, adoptada en Chile, y ya asoma como inmigrante en la madre patria. No está mal: de almidón, almidonar; de coacción, coaccionar, y docenas de verbos formados así. Pero es un procedimiento morfológico que puede conducir a que padecer sarampión se llame sarampionar y a dar bofetones, bofetonar. ¿Vale la pena correr ese riesgo? En cambio, no constituye peligro, antes bien, salen a combatirlos unas tiendas recientes llamadas condonerías. Hacen olvidar los tiempos en que -según dicen- era prudente aguardar a quedarse sólo en la farmacia y, por disimulo, pedir aspirinas antes que las capuchas; insistiendo en que así se cuenta, en vez de expenderlas, el boticario o la boticaria hundían en la ignominia con un sermón.
Estas últimas palabras aumentan el vigor de la lengua española, pero no le añaden nada de la apostura preconizada por el P. Garcés: son bastante solípedas. Salgamos, por tanto, de ese recinto y entremos adonde conviven recientes finuras con antigüedades bellas.
Así, está llamando al timbre del idioma el extraño cuota parte que calca el francés quote-part, el cual, a su vez, sale del latín quota pars; caso de triunfar tal primor, quedaríamos emparejados no sólo con el francés, sino con el italiano y el portugués. Partidario de su implantación es el ex presidente González cuando le brota la Economía de Lovaina. Y ha tenido algunos seguidores; así, entre ellos, Julio Feo, asumía en un libro de 1993 su cuota parte de responsabilidad en la sonada singladura (así llamaba con poco norte a la excursión) del presidente en el Azor. Es voz resultona, pero siempre se ha dicho en español simplemente cuota.
Siempre en las cumbres del poder, hallamos que 'Rajoy no quiso adelantar escenarios sobre las futuras iniciativas del Gobierno'. ¿Fue cosa suya o del informador? Sea el mérito de quien sea, la acepción revela una útil ultramodernidad; un escenario no es sólo el 'lugar donde ocurre o ha ocurrido algo' (el escenario del crimen), sino también, según la han echado al mundo los periódicos italianos, 'cada una de las situaciones diversas que pueden darse cuando algo ocurra'. Está bastante claro lo que el señor Rajoy -o su intérprete- quiso significar: las iniciativas futuras del Gobierno dependerán de las circunstancias de cada momento. No parece adopción desdeñable la de esta acepción neológica, ya que engarza bien con los otros significados de escenario, y da al español, como es habitual en cuanto viene de Italia, ese toque de 'fascino intenso' que aquí llamamos 'glamour'.
Vengamos, por fin, a terapia, otro de nuestros elementos vigorizantes, pues procede del griego therapeia 'cuidado, curación', si bien algo maleado en su tránsito por el inglés. Así, sin funcionar como formante de otras palabras, el término es muy nuevo en español. El Diccionario no lo registró hasta 1956, como sinónimo de 'terapéutica': iba esta vez por delante de su consagración generalizada, ya que, según mis alcances, no se documenta en textos clínicos hasta los años sesenta; por entonces, Lezama Lima lo utilizaba también en relatos y, diez años después, Sábato. Pero, a partir de 1975, el uso se dispara, y el banco de datos académico vuelca en la pantalla casi dos mil empleos, sobre todo en prensa de aquí y de Ultramar; Emilio Lledó figura entre los escritores eminentes que lo naturalizan. Terapia fue hasta su actual apoteosis, no un vocablo independiente, sino un elemento integrante de vocablos que significaba 'curación por medio de lo que indica su segunda parte: psicoterapia, hidroterapia, helioterapia, fisioterapia, y cosas raras como apiterapia o 'curación con el veneno de abeja', o exquisitas como la que emplea perfumes embriagadores (aromaterapia).
Pues bien, terapia triunfa libre y suelta. Manrriqueñamente, ¿qué se hizo de tratamiento? Se defiende aún, pero en dura competencia con la therapy angloamericana. Hay contextos en que no funciona y que exigen tratamiento; tal vez no se acomode aún bien en 'Antonio sigue con su terapia contra la calvicie', pero ya se acomodará. Y así, con analítica por análisis, patología por enfermedad y terapia por tratamiento tienen a nuestra Medicina hecha un Mount Sinai.
Con estas columnas de hoy formo un pañuelo para agitarlo y decir, como anuncié: ¡hasta dentro de unas semanas! Dicho a lo cursi reinante, he de hacer otros deberes antes de regresar.
Fernando Lázaro Carreter es miembro de la Real Academia Española.
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