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Columna
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Cita en Biarritz

La galería bilbaína Epelde & Mardaras ha realizado otra salida exitosa al exterior con artistas vascos. Ésta vez ha sido en Biarritz, en un pabellón industrial sin uso a punto de convertirse en lugar edificable de viviendas de lujo. Allí se alzan obras de Balerdi, Goenaga, Iñurrieta, Gonzalo Jáuregui, Juan Mieg, Ramírez Escudero, Zigor, Zumeta y Zuriarrain. Por deferencia de la galería se ha invitado a dos artistas de la localidad: el rumano Vasil Spataru y la francesa Jeannette Leroy.

Exento de columnas, en el amplio espacio y apoyado por una excelente puesta en escena, el conjunto de obras luce esplendorosamente. Eso en cuanto al conjunto. En lo individual significamos la sorprendente aportación del pintor bilbaíno Gonzalo Jáuregui. Por un lado, porque es un artista del que apenas conocíamos obras suyas, y por otro lado, porque en esos cuatro lienzos habita un mundo de suma atracción y enormes sugerencias. Del mismo modo que Robert Morris llamaba antiform, en alusión al carácter amorfo que adquiría el fieltro en sus esculturas, en estas pinturas de Jáuregui se persigue la destrucción de las formas convencionales creando otras nuevas, y en algún momento mediante la simplificación extrema de las formas ya existentes. En el primer caso son formas a medio camino entre ser nonatas e ignotas hasta el momento que saltan al lienzo a través de la mano creadora del artista. Pero formas construidas tanto por las líneas como por los colores como por las relaciones entre superficies de distintas fases del cuadro. El resultado depara un componente sorpresivo, por demás atrayente, y hasta con su punto misterioso. Nos enfrentamos a una elaboración muy pensada, que ha debido de estar precedida en años anteriores por incontables alternancias de audacias y miedos, de inicios y rechazos.

De otros artistas reparamos en tres cuadros grandes de José Luis Zumeta. Aun dentro de su acreditada línea habitual, vuelve a encandilar la joven energía puesta en el trazo, en el color y en la composición, esa energía que procede del gusto por pintar que lleva el pintor de Usurbil muy dentro de sí.

Balerdi está representado con tres lienzos, varios dibujos y una tiza, todos ellos harto solventes. Por encima de todo destaca uno de esos tres lienzos, el de mayor dimensión. Es una pieza redonda, todo equilibrio y mesura.

En la línea concentrada de Juan Mieg sobresalen dos cuadros: uno por su aproximación a un instante de reductibilidad hacia su interior naïf y otro por salirse de sí de manera compulsiva hacia un expresionismo arrebatado, al menos en ciertos pasajes del cuadro.

Y para naïf puro Santos Iñurrieta. Sus palabras son contundentes: 'Creo que soy el único naïf moderno que existe en el País Vasco. Utilizo esa técnica rudimentaria y ese dibujo bastote que poseo porque me viene muy bien para narrar'. Es cierto que en el Espace Atlantica -así se llama el ámbito que conforma la exposición- los cuadros de Iñurrieta provocan en el espectador una sonrisa admirativa, por el encantamiento y la viveza de las historias contadas.

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El cuadro de gran tamaño de Zuriarrain es un compendio de sutiles formas que van por debajo del gris envolvente. Pintura de ecos casi musicales -¿tal vez son silencios sonoros?-, con un gran control del gesto altamente expresivo.

Se completa la muestra con esculturas de Zigor (que busca librarse de la influencia de Mendiburu), cuadros de Jeannette Leroy (arropados benéficamente al estar junto a Balerdi), lienzos de Fito Ramírez Escudero (siempre en estado latente a punto del despegue definitivo), piezas grandes y pequeñas de Goenaga con su matérico universo convulso. Al único cuadro aportado por Spataru le sobra gratuidad comercial y cierto tufo anticuado.

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