El sur del Sur
A caballo entre julio y agosto, he vuelto al sur de Tenerife. En esta ocasión, de vacaciones posperejil.
Hace un año me invitaron a la conferencia inaugural de la Universidad de verano de Adeje, pero fue una visita corta, de trabajo, para reflexionar sobre ese fenómeno del que ahora conocemos algunos de sus aspectos más sombríos, llamado globalización. Casi sin tiempo, probé el sabor de El Barranco del Infierno, trepé hasta Vila Flor, el municipio más alto de España, ahora lanzado al estrellato por el canonizado hermano Pedro, y di un pequeño paseo marino para compartir la curiosidad turística de visitar las ballenas. No había tiempo para más.
Poco amante de las universidades de verano, aunque cada año recupere algún retraso de viejas y reiteradas invitaciones para participar en un curso, la organización de la de Adeje, dependiendo de la Universidad de la Laguna, me pareció interesante y seria. Más allá del choque que me produjo un protocolo para el que no iba preparado en modo alguno.
Pero, sobre todo, me interesó aquel lugar del Sur, de España y de Europa, como un espacio de reflexión sobre los cambios vertiginosos que estamos viviendo. Así lo comenté con el alcalde, activo defensor del desarrollo de su pueblo y de aquella zona especialísima de nuestra geografía.
Este verano me desquité de la primera curiosidad. La de penetrar en la estética de la zona. Descubrí los rincones, desde el mar y desde la tierra, acompañado por Juan, pescador y marinero, hombre de los que el descanso es también el mar, o guiado por José, agricultor y apicultor, enamorado de barrancos y plantas, sabio en su telúrica relación con la naturaleza. Aprecié paisaje y paisanaje, de manera distendida, sin nada que haya sido compromiso u obligación impuesta.
Así, he vuelto a El Barranco del Infierno, me he bañado en las calas de Los Gigantes -esperando el mediodía para que el sol ilumine sus impresionantes paredes volcánicas-, he paseado por Los Cristianos y por Las Américas y he descubierto el frescor pleno de helechos de los pueblos situados al norte de Santiago del Teide. El mojo picón, las papas inigualables y el pescado fresco, desde una cocina excelente, han completado el escenario. En Adeje nunca hemos bajado de los dieciocho ni superado los veintisiete grados.
Pero no sólo es un lugar para el descanso, para el turismo, aunque ambos, turismo y descanso, sean posibles como en pocos sitios del planeta y distintos, con esa diferencia que cualifica una oferta. Es también un lugar para la reflexión que me retrotrajo a las conversaciones del año pasado -antes del 11 de septiembre que marca un hito nuevo y terrible en la crítica escena internacional-, y a mis propias ilusiones de hace 20 años en relación con el archipiélago.
Con identidad y cultura profundamente europeas, esta flota varada de siete barcos en la ruta de los alisios es una plataforma de comunicación sin par entre los continentes americano, africano y europeo. Parece diseñado para establecer los lazos entre esos mundos tan diferentes y tan ligados por el Atlántico. Más allá de la dimensión noratlántica, Canarias se cuelga de ese hemisferio para mostrarnos la proximidad del Sur, la unicidad de ambas partes.
En aquellos sueños, que se mezclaron con las negociaciones europeas para nuestro ingreso, y con alguna frustración por el rechazo inicial del Parlamento canario a su integración plena, creía poder mostrar a europeos y americanos que se podía trabajar con el continente olvidado tan próximo a las islas como remoto en su desarrollo y forma de vida.
De nuevo, cuando poníamos las banderas que culminan la escuela de hostelería emplazada en el municipio, volví a pensar, en medio de la crisis que azota al mundo, con repercusiones especiales en el turismo, que era un buen sitio y una buena ocasión para formar a emprendedores capaces de abrir nuevos espacios, de imaginar ofertas que vayan más allá de la satisfacción de demandas conocidas, capaces de crear nuevas y más valiosas demandas.
Bromeaba el alcalde, en este acto casi inaugural, sobre mi falta de costumbre después de 14 años de gobierno. Tenía razón, porque después de la lápida del paso Despeñaperros, casi en los comienzos de mi mandato como presidente del Gobierno, me resistí cuanto pude a repetir actos de semejante naturaleza, aunque comprendo que forman parte, al menos en el imaginario colectivo, de la función política.
Las amenazas a la seguridad y los problemas económicos están generando miedo. El miedo está facilitando el control autoritario de nuestras vidas, mermando la capacidad de producir ideas, incluso para comprender las causas de esta 'extraña crisis'. Esto limita nuestras posibilidades para encarar la salida.
La mezcla entre crisis económica y de seguridad, sin olvidar las dimensiones identitarias de la nueva confrontación política, produce efectos de retroalimentación que tienden a agravar todos los factores. Como esto también sucedería en una crisis clásica, podemos imaginar lo que significa si le añadimos el factor de incertidumbre que introduce el cambio civilizatorio que venimos llamando Globalización.
A Canarias, como a la costa gaditana, llegan las pateras con subsaharianos y magrebíes. El sur de Tenerife no es lugar de arribada, pero la distancia -en términos de sufrimiento- es tan corta desde las costas más cercanas al continente africano, que el paisaje de los lugares urbanos que he descrito se convierte en multicolor. Las mujeres subsaharianas, que hemos visto llegar a veces a la costa embarazadas y exhaustas, trenzan los cabellos de las turistas alemanas, británicas o nórdicas, al estilo africano, tan útil para ellas como complicado para las valquirias. Los hombres sobreviven por las calles ofreciendo sus pequeños abalorios de cuero o cuerda o sus figuras de madera, hasta que alguien les da algún trabajo en las escalas inferiores de las tareas dedicadas al turismo.
En agosto hacemos vacaciones de la serie sobre 'la extraña crisis', pero sin olvidarla, porque el terror que provoca tanto sufrimiento no descansa, como hemos visto en Santa Pola; porque septiembre está cerca y el primer aniversario del 11-S se sigue viendo con inquietud; porque el Mediterráneo, desde su parte oriental hasta la salida al Atlántico, sigue sin ser un mar de cooperación, de paz y desarrollo, y amenaza con ser lo opuesto.
¿Será verdad que Adeje significa abrevadero? Cuando hace un año la curiosidad de lingüística de Carmen Romero nos llevó a este descubrimiento, ligué mi preocupación sobre lo que estaba ocurriendo con la identificación etimológica que podría ofrecernos un abrevadero de ideas para rellenar 'el vacío del mundo en la oquedad de sus cabezas', que describía Machado.
Aprovechemos para reflexionar, para abrevar ideas que nos ayuden a recuperar compromiso cívico, nuevos enfoques frente a la violencia que no cesa, o frente a la crisis que destruye riqueza, o frente a la marginación de regiones enteras del planeta.
El sur del Sur, en el magnífico paisaje tinerfeño, es, también, un lugar para eso.
Felipe González es ex presidente del Gobierno español.
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