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Reportaje:EXCURSIONES - HOZ DEL RÍO ESCABAS

Un baño de soledades

Hondas pozas de agua pura invitan a recorrer en verano esta paradisiaca garganta de la serranía de Cuenca

El Escabas es un río grandecito, pero de aguas tan cristalinas que no se ven, aunque su existencia se supone porque de otro modo deberíamos admitir que las truchas vuelan; un río que, para más discreción, corre encajonado por el fondo de una hoz o garganta caliza de paredes acantiladas desde su cuna, en el parque cinegético de El Hosquillo, hasta su confluencia con el Guadiela, cerca de Priego, todo ello en el corazón agreste, pinariego y fragante a boj y romero de la serranía de Cuenca, nuestra más misteriosa vecina.

Mas tiene el Escabas dos pequeñas pegas desde el punto de vista excursionista: una, que nace en una zona cerrada a cal y canto para evitar que se escapen del mentado parque los lobos, los osos pardos y otros animalitos que allí se crían de forma experimental; y dos, que casi todo su curso está bordeado de carreteras y de áreas recreativas tan concurridas como la que hay a un par de kilómetros aguas arriba de Cañamares, mayormente en verano y por madrileños, siendo de todo punto inexplicable que la gente venga a apelotonarse en un río a casi 200 kilómetros de la Puerta del Sol.

El Escabas es de aguas tan cristalinas que no se ven, aunque su existencia se supone

Tan sólo se libra de estos inconvenientes el tramo de seis kilómetros en el que la carretera procedente de Cañamares se aparta del río para subir al pueblo de Fuertescusa. Ese tramo es el paraíso. Paradójicamente, a su entrada le dicen la Boca del Infierno, quizá porque allí la carretera se aleja de la garganta abriéndose paso por los cantiles a través de tres túneles que, al enfilarlos con la vista, recuerdan los círculos concéntricos del averno dantesco, o quizá porque el infierno, para muchos, es cualquier paraje montés donde no haya barbacoas y chiringuitos con la música a tope: aserejé...

Entre los dos primeros túneles nace una senda marcada con señales de color verde y azul que cruza por una pontezuela de madera el arroyo del Peral e invita acto seguido a atravesar el ancho Escabas, saltando de piedra en piedra en busca de la pista que discurre a su vera. Es el primero de los cinco vados que hoy nos esperan -10 contando con que hay que volver a pasarlos a la vuelta- y el único con pasaderas que permiten salvarlo a pie enjuto, lo que convierte este paseo en una experiencia casi impracticable fuera del verano, salvo que nos sea dado el cómodo don de levitar.

Avanzando contracorriente, con el río a mano izquierda -es decir, por su margen derecha-, muy pronto vemos cómo la pista efectúa un primer cambio de orilla, el cual se puede evitar avanzando por una trochita abierta en el herbazal ribereño. No se puede, empero, eludir el siguiente, que se presenta nada más pasar una fuente, so pena de que demos un rodeón por lo alto del cortado que cierra el paso, cosa totalmente desaconsejada en el rigor del estío, pues en estos peñascales el sol cae heridor como una piedra.

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Tres vados más casi seguidos nos vuelven a colocar en la margen derecha cuando llevamos como una hora de marcha; en media más alcanzamos el puente de las Labradas, que pasamos de largo sin cruzarlo, y en otra media -dos en total-, un segundo puente por el que sí que cruzamos para regresar por la orilla contraria hasta el primero, y desde allí, desandando el camino ya conocido, volver a la Boca del Infierno, topónimo impropio donde los haya.

Decíamos al principio que las aguas del Escabas, de puro diáfanas son invisibles. A esto sólo cabe hacer una salvedad: sus pozas más profundas, que son como fosos llenos de clorofila al pie de estos castillos de buitres, verdes como los pinos laricios que hacen equilibrios en las repisas de los acantilados. Hay docenas de ellas para elegir. Una vez reconocidas a la ida, podemos de regreso escoger a capricho la que más nos apetece para darnos un baño de soledades en estos tiempos en que las gentes recorren cientos de kilómetros para dárselo de multitudes. Su paraíso es nuestro infierno, y viceversa. Todo depende del color de la poza desde la que se mire.

Mejor que botas, sandalias

- Dónde. La Boca del Infierno (Cuenca) dista 190 kilómetros de Madrid. El camino más corto es yendo por la autovía N-II hasta Guadalajara y luego por la N-320 (dirección Cuenca) hasta Cañaveras, para seguir a partir de aquí las indicaciones a Villaconejos de Trabaque, Priego, Cañamares y Fuertescusa. Los túneles donde se inicia el paseo están 2,5 kilómetros antes de este último pueblo. - Cuándo. Marcha de cuatro horas de duración -12 kilómetros, ida y vuelta por el mismo camino-, sin desnivel y con una dificultad baja, que sería muy baja si no hubiese que superar diez vados. Una buena idea para no andar descalzándose cada cinco minutos es llevar unas sandalias como las que se utilizan para hacer descenso de barrancos. El verano, por todo ello, es la estación idónea. - Quién. Luis López Vázquez y Miguel Ángel Acero son los autores de Las mejores excursiones por la serranía de Cuenca, guía de la editorial El Senderista (teléfono: 91 541 71 70) en la que se describen ésta y otras rutas a pie por las gargantas de nuestra vecina provincia. - Y qué más. Cartografía: hojas 23-22 (Priego) y 24-22 (Fuertescusa) del Servicio Geográfico del Ejército, o las equivalentes (563 y 564) del Instituto Geográfico Nacional, todas ellas a escala 1:50.000.

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