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Columna
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Finura poética

Dos cosas me impresionan sobre todas las cualidades de José Antonio Muñoz Rojas y aprovecho para decirlas con motivo de su visita a Sevilla tras haber obtenido el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Esas cosas son su personalidad y la importancia del amor en su obra.

El amor es una palabra que impregna su poesía desde el principio al final, ya sea como medida del tiempo ('...una palabra que había dicho/ hace tantos amores a estas horas,/...'); como terapeútica ('...Y faltando el amor, ya lo sabéis,/ hay neuralgias, hidropesías,/...'); como desconocido ('...nadie, ni siquiera tú,/ sabe escribir la palabra amor./...'); como llamada ('...¡Salta!/ Amor, ¿pero te has muerto?'); como inseguro, frágil y efímero en sus Cantos a Rosa. Se ha debido sentir feliz entre el amor de sus poemas.

En cuanto a su personalidad hay dos vertientes que se complementan: la exigencia, que seguro le ha servido para adquirir sus conocimientos, y el talante natural y afable que regala cuando transmite esos conocimientos. En la presentación de su obra poética que editó el Ayuntamiento de Málaga, Cristóbal Cuevas García habla de un escrito de Muñoz Rojas como de 'un prodigio de finura'; una finura que se ha atribuido muchas veces a los andaluces y que no es ñoñería ni amaneramiento ni cursilería; de la que creo que hubo un tiempo en el que era más frecuente, y no sólo entre los poetas.

Así lo pensé cuando conocí a Paloma Altolaguirre con ocasión del Centenario de Cernuda, y lo he reconocido en algún que otro debate de televisión, casi siempre en personas de edad avanzada. Se nota en el tono de voz, en la discreción, en la palabra medida y precisa, en el gesto, en el ritmo tranquilo, en la amabilidad, en la estética del conjunto.

No es que tenga que servir como ejemplo para todo el mundo; para bien y para mal, las costumbres cambian y ahora vamos demasiado deprisa para tener en cuenta tantos detalles, pero sí podría ser una cualidad a conservar aunque sea en el recuerdo, como se conservan las anécdotas históricas; tan interesante al menos como las especies de animales cuya extinción tanto nos esforzamos en impedir.

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