Despertar en las alturas de Benidorm

Inaugurado en Benidorm hace una semana, el hotel más alto de Europa presenta los inconvenientes lógicos de un alumbramiento. Pisos por adecentar, paredes sin pintar, servicio a falta de rodaje... Todo está manga por hombro, y aún restarán unos cuantos meses para hacerlo deseable. Tras 14 años de obras, el Gran Hotel Bali despunta sobre la zona conocida como La Cala con sus 210 metros de altura y 776 habitaciones en 43 plantas, que lo convierten en la torre residencial más elevada de España y la quinta de Europa.

En su construcción se han utilizado 22.000 metros cúbicos de hormigón, 1.100 toneladas de acero y 200 de vidrio, repartidas en 1.200 cristaleras que limpian periódicamente un equipo de alpinistas. Por el eje ascienden 200 tramos de escaleras, que suman un total de 3.400 escalones. Datos apabullantes para un rascacielos concebido por el arquitecto Antonio Escario como cuatro edificios en uno. Cada 12 alturas existe una sala técnica encargada de enviar energía a las siguientes. Si no fuera así, la presión del agua sería mínima en los últimos pisos. Abajo, el lobby ofrece el efectismo de un coloso al gusto de Las Vegas. Globos luminosos en racimos, pavimento de mármol pulido, cubierta de acero cromado y vidrio estructural. Espacios y contenidos desmedidos para una arquitectura sostenida por costillares de hormigón y culminada en forma de pirámide, altar comercial de ese nuevo dios que es el turismo de masas del siglo XXI. El resto: equipamiento de batalla, mobiliario de contrachapado y detalles decorativos tan falsos como las reproducciones plastificadas de óleos con firma frente a los salones de convenciones y el restaurante principal inspirado en una estación de metro.

Aunque la visión del mar es una constante, el hotel se sitúa en tercera línea de playa. Ese síndrome de alejamiento urbano lo mitiga una solana de piscinas, cascadas y surtidores de agua sin más alivio que unos islotes de palmeras todavía en primor.

Igual sofoco causa la prolongada espera ante los ascensores -dos de ellos panorámicos-, en número insuficiente para atender a las 1.500 personas que llenan las instalaciones, atascadas en horas punta. Al alcance de pocos están las suites con bañera de hidromasaje colgada de la fachada a través de un doble acristalamiento. Menos expuestas al vértigo, las habitaciones corrientes enmascaran su simpleza funcional bajo un barniz de colores mediterráneos, jovial y refrescante. Pero adolecen de una mala insonorización, inexplicable en obra nueva, y de una iluminación fría. Desde sus terrazas más altas, la vista alcanza en días buenos la isla de Ibiza.