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Columna
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Ley de (presunta) Calidad, I

Ya no es posible mirar iniciativa alguna del Gobierno de Madrid si no es a través del prisma general con el que Aznar lo contempla todo: desmantelar poco a poco el Estado del bienestar; fortalecer lo privado a costa de lo público; extender la implantación de los valores de la derecha (adoctrinamiento católico incluido); ahondar en la separación de clases sociales. ¿Pero lo ve así el grueso de la ciudadanía?

El domingo pasado, en el Parque del Alamillo de Sevilla, se concentraron unas 3.500 personas, a protestar por los contenidos de esa Ley de (presunta) Calidad de la Enseñanza, que la ministra impertérrita del ramo está cocinando en su más estricta intimidad. Filtraciones por aquí, globos sonda por allá, ella a lo suyo. Sobrada de razón, la consejera Martínez ha protestado por lo que vuelve a ser un trato denigrante a las autonomías, a las que se permite, eso sí, que lean los periódicos. Ya ocurrió con la LOU. De donde se infiere que a la ministra del ramo (que el lunes suspendió en el sermómetro de la SER con la nota más baja del gabinete, un 4,2) le importan un auténtico rábano las autonomías.

Pero volvamos con lo de las 3.500 personas. No parecen muchas, para asunto tan grave. Y aunque nos quepa el consuelo de que en otras partes fue peor (en Oviedo 500, en Las Palmas 200, en Badajoz 50...), no debemos cerrar los ojos a una explicación preocupante de lo que está ocurriendo. Y es que acaso la mayoría de la gente pasa del asunto por ahora, esperando a ver qué pasa. Tal es la fuerza propagandística de lo mal que anda el sistema educativo, y sobre todo de lo incorregibles que son los mozalbetes, que está muy extendida la creencia de que ya va siendo hora de meter en cintura a quien haya que meter. Cierto es que, coincidiendo con la implantación de la LOGSE, el sistema se fue deteriorando. La LOGSE no supo ganarse al profesorado (le cambió el trabajo sin darle herramientas nuevas); implantó un ridículo bachillerato de dos años; se olvidó del pequeño detalle de una financiación adecuada. Pero, en paralelo con eso, la sociedad ha generado un montón de problemas colaterales, que todo el mundo ha ido depositando a las puertas de la escuela: familias desestructuradas, barrios carenciales, horizonte cero para los jóvenes, tal vez contratos basura, televisión basura, botellona barata, drogadicción temprana...

Lo malo es que, cuando toda aquella gente quiera reaccionar, el pastel ya estará fuera del horno. En muchos colegios públicos del litoral andaluz ya se están dando varios idiomas en una misma clase (en El Ejido conozco a una profesora que ya junta siete), pero no impartidos, claro, sino de forma natural, por la procedencia de los alumnos inmigrantes, que nunca o casi nunca van a los colegios privados. (Aludo solamente a problemas pedagógicos y organizativos). En cambio, en las zonas pudientes de las capitales, los padres se agolpan a las puertas de los centros privados concertados, mientras los públicos van perdiendo alumnos. ¿Va a mejorar todo eso con la nueva reforma? Me temo que va a empeorar, y mucho.

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