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Asesina ancestral

El próximo domingo es el Día Mundial de la Tuberculosis, fecha en que médicos e historiadores recuerdan la influencia que ha tenido esta enfermedad en todas las sociedades.

Y es que durante mucho tiempo fue una asesina ancestral. Así definen algunos libros de historia esta afección de origen bacteriano que ya mermó civilizaciones como la inca, la egipcia, la babilónica e incluso el Imperio Romano. Desde mediados del siglo XVIII y hasta principios del XX fue la principal causa de mortalidad de la Europa occidental. La maldición de la tos sangrienta, como se la llamaba popularmente, no comenzó a disiparse hasta 1921, cuando dos científicos franceses crearon la vacuna de Calmette-Guérin, llamada así en honor a ambos. Desde entonces ha sido la principal arma de lucha contra la enfermedad.

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Pero la tuberculosis no ha tenido un comportamiento regular en las últimas décadas. A finales del franquismo, la mejora de la calidad de vida contribuyó a rebajar la incidencia de una enfermedad que había sido devastadora a principios de siglo y durante la década de 1940, cuando en Barcelona llegó a ser la causa de hasta el 62% de las defunciones por enfermedades infecciosas.

En 1941 el 9% del total de las muertes fueron atribuidas a las hemorragias pulmonares. En los años sesenta y setenta el número de casos disminuyó notablemente y se registraron sólo unos 500 enfermos por año. La mejora de la salubridad fue clave en este descenso. También ayudó la aplicación de los tratamientos antibióticos.

Pero las esperanzas se disiparon con la llegada del sida. En 1982, el año en que comenzó la epidemia del VIH en España, los casos de tuberculosis ya superaron los 1.500 en Cataluña y la cifra aumentó paulatinamente hasta 1992, cuando se llegaron a registrar 3.144 casos. Ahora, con la epidemia más controlada, el objetivo es romper el estancamiento.

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