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Columna
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Juegos para ganar dinero

Paul Krugman

Primero, una promesa. Luego, adiós promesa. Después, otra promesa..., hasta que distraen nuestra atención otra vez.

Inmediatamente después del 11 de septiembre, George W. Bush inició su estratosférico ascenso en las encuestas y, justo antes de su primera visita a Nueva York después de los atentados, hizo una promesa personal: la ciudad recibiría al menos 20.000 millones de dólares en ayudas a la reconstrucción. En aquel momento todo el mundo pensó que aquello era el mínimo, no el máximo.

Entonces sucedió algo curioso: en realidad sólo se presupuestaron 11.000 millones de dólares en ayudas a la ciudad. Escribí acerca de ello en una columna el pasado noviembre titulada La solución del 55%, pero me acribillaron a críticas en las que se insistía en que, naturalmente, Bush cumpliría su promesa.

No está claro si el Gobierno pretende negar la asistencia médica a los jubilados o si intenta ocultar la inmensa magnitud del desastre fiscal

Ahora la Administración de Bush presenta un proyecto presupuestario de 2,1 billones de dólares. Por raro que parezca, no contiene ninguna ayuda adicional para Nueva York. Al parecer, el dinero se acaba aquí, en el 55% del compromiso original.

Los legisladores neoyorquinos reaccionaron con rapidez y exigieron que Mitch Daniels, el director de presupuestos de la Casa Blanca, explicara la omisión. Primero, Daniels respondió que tenía intención de contar los 5.000 millones de dólares en ayudas a las víctimas del 11 de septiembre como parte del paquete de asistencia, lo cual era una clara violación de lo que todo el mundo entendió que implicaba la promesa. Luego estalló delante de los representantes de Nueva York y les dijo: 'Me resulta extraño que se tomen esto como un juego para ganar dinero'.

La Casa Blanca se apresuró a intentar enmendar el daño. Daniels se retractó de sus comentarios, y Bush reiteró su promesa de conceder 20.000 millones de dólares justo a tiempo para sacarse otra foto junto a los policías y bomberos de Nueva York. Pero el dinero sigue sin estar en el presupuesto. Y eso, unido al hecho de que los comentarios iniciales de Daniels reflejaban con toda seguridad sus verdaderos sentimientos, dice mucho sobre las prioridades de la Administración.

Para situar la estafa a Nueva York en su contexto, uno tiene que ser consciente de que el presupuesto del Gobierno de Bush es todo un despliegue de desenfreno en lo que a rebajas fiscales y gasto militar se refiere. Hay mucha retórica enternecedora que advierte a la nación que estos son tiempos de guerra, en los que todo el mundo debe hacer sacrificios, pero esta austeridad no toca al pequeño porcentaje de la población más rico, que no sólo se quedará con la parte del león de las futuras bajadas de impuestos que ya han sido redactadas como ley, sino que también se beneficiará de la mayor parte de los 600.000 millones de dólares adicionales en rebajas fiscales que la Administración propone ahora (de hecho, sin trucos contables, es más o menos un billón de dólares, pero ¿quién se molesta en contar?). Y aunque se habla mucho de elecciones difíciles, la Administración parece reacia a hacer la más mínima elección cuando la cuestión es el gasto en defensa. ¿Que una filial del Grupo Carlyle tiene una pieza de artillería de 70 toneladas que sólo tenía sentido, si es que lo tuvo alguna vez, en la II Guerra Mundial? Pues la compramos. ¿Y que dos contratistas rivales ofrecen cazas avanzados diseñados para enfrentarse a una próxima generación inexistente de MIG? Pues nos quedamos con los dos.

Pero en todo lo demás hay grandes recortes, y grandes desvíos de recursos que obligarán a hacer nuevos recortes en el futuro. Ya se han enterado del desvío del excedente de la Seguridad Social para cubrir el déficit del resto del Gobierno, un déficit que sería mucho más reducido si la Administración renunciara a algunas de esas rebajas fiscales, y que desaparecería si moderara un tanto sus adquisiciones de armas. Pero, ¿sabían que la Administración ha presupuestado 300.000 millones de dólares menos para Medicare de lo que la Oficina Presupuestaria del Congreso dice que se necesita para mantener las prestaciones actuales, por no hablar ya de añadidos como la cobertura de medicamentos con receta? No está claro si el Gobierno pretende realmente negar la asistencia médica a los jubilados, o si simplemente está intentando ocultar la inmensa magnitud del desastre fiscal que se perfila en el horizonte.

La promesa rota a Nueva York es pura calderilla si se compara con todo esto. Y por eso es, en cierto modo, un misterio. Puesto que el presupuesto es ya muy deficitario para el futuro previsible, ¿por qué no añadir otros 9.000 millones de dólares de déficit para un año y evitar ofrecer a la oposición un blanco tan fácil?

Una respuesta es que con terrorismo o sin él, algunos legisladores republicanos influyentes siguen sintiendo la misma antipatía de siempre por la Gran Manzana, y esta Administración nunca ofende a sus partidarios de derechas.

Pero yo supongo que todo se reduce a simple arrogancia. Apoyándose en esos índices de aprobación, este Gobierno cree sencillamente que sus promesas de antes no cuentan. Al fin y al cabo, ¿no se ha enterado la gente de que hay una guerra?

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