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Intel quiere cambiar el chip

El antiguo líder indiscutible de los microprocesadores ha dejado escapar el tren de la inteligencia artificial y se esfuerza ahora por recuperar el terreno perdido

Intel microprocesadores
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden (en el centro), observa una oblea de semiconductores en el Campus Intel Ocotillo, en Chandler, Arizona, en marzo junto al consejero delegado de Intel, Pat Gelsinger (a la izquierda) y Hugh Green, vicepresidente.Kevin Lamarque (REUTERS)
Miguel Jiménez

Si hace 20 años a un inversor le hubieran dicho que los microprocesadores serían el sector de moda en 2024, habría apostado por Intel. Un error. El dominador de antaño se ha quedado atrás en la carrera de la inteligencia artificial, la nueva gallina de los huevos de oro. Intel quiere cambiar el chip, pero le va a costar tiempo y dinero recuperar el retraso. Ha redoblado su apuesta por la fabricación con inversiones multimillonarias, al tiempo que desarrolla nuevos procesadores de inteligencia artificial. El actual consejero delegado, Pat Gelsinger, lleva pidiendo paciencia desde que asumió el cargo en 2021, pero el mercado está cansado de esperar.

En 2004, Intel valía en Bolsa 148.000 millones de dólares, más de 30 veces lo que Nvidia, que rondaba los 4.000 millones. De hecho, el beneficio anual de Intel casi duplicaba entonces la capitalización de Nvidia. Desde entonces, su vecino de Santa Clara (California) ha multiplicado su capitalización por más de 500 y vale 2,2 billones de dólares, mientras que Intel ronda los 135.000 millones, un 10% menos que hace dos décadas.

Sí, es cierto: Nvidia es el gran triunfador de la era de la inteligencia artificial y cualquier comparación con ella es algo injusta. Sin embargo, en ese mismo periodo Advanced Micro Devices (AMD) ha multiplicado su valor por 30, TSMC lo ha hecho por 15, y Avago-Broadcom, por más de 20 en 10 años (ni siquiera cotizaba en 2004). ASML, fabricante de máquinas de litografía para producir chips, ha multiplicado por 40 su valor. Los microprocesadores ocupan un lugar estratégico en la cadena de valor de los sectores punteros de casi cualquier tecnología. Sin embargo, el indiscutible rey del sector es ahora el patito feo.

La compañía facturó 79.024 millones de dólares en 2021; 63.054 millones en 2022 y 54.228 millones en 2023, según sus informes anuales. Esa caída de ingresos del 31% en dos años se ha visto acompañada de un descenso del beneficio del 91%, desde 19.868 a 1.689 millones de dólares, un resultado inferior al de 30 años antes, cuando saboreaba las mieles del éxito de sus omnipresentes microprocesadores Pentium.

Intel escaló a la cima con un modelo de negocio integrado en el que diseñaba microprocesadores y los producía en sus propias fábricas. Sin embargo, se ha visto superada por firmas especializadas más innovadoras en el diseño de los circuitos integrados (Nvidia, Qualcomm, Arm) o más eficientes y avanzadas en la fabricación (TMSC, principal proveedor de Apple y Nvidia, y Samsung). Sus principales experiencias de producción para terceros han sido decepcionantes.

Mientras crecía la demanda de computación en la nube o de pequeños microprocesadores para teléfonos inteligentes, el mercado de los ordenadores personales, donde sus microprocesadores eran omnipresentes, lleva años renqueando. Además, Intel ha cedido cuota ante AMD y Qualcomm, al tiempo que perdía a Apple como cliente estrella al apostar la empresa dirigida por Tim Cook por sus propios microprocesadores. Se ha ido quedando con un trozo más pequeño de una tarta más pequeña.

Para darle la vuelta a esa situación, Gelsinger ha acometido una reestructuración con la que, más allá del ajuste a corto plazo, quiere recuperar el tiempo perdido tanto en diseño como en fabricación. Por el lado del diseño, quiere poner una pica en la inteligencia artificial, con los aceleradores que demanda el mercado. El mes pasado aseguró que su procesador de inteligencia artificial Gaudi 3 será más potente que el H100 de Nvidia, la referencia a batir. Además, ha presentado nuevos chips para los PC de la era de la inteligencia artificial, los Core Ultra. Su tesis es que a medida que la tecnología se extienda, los ordenadores personales, los teléfonos móviles y los equipos de red necesitarán chips capaces de ejecutar directamente tareas de IA más allá del acceso a los centros de datos remotos de empresas como Microsoft y Google donde ahora se concentra.

En cuanto a la fabricación, la llamada fundición, Intel está acometiendo inversiones multimillonarias en Estados Unidos, Europa e Israel, al calor de los incentivos públicos, especialmente los del Gobierno de Joe Biden, para reducir la dependencia del suministro asiático. Solo en Estados Unidos, Intel prevé inversiones de más de 100.000 millones de dólares en cinco años para ampliar la capacidad de fabricación de chips avanzados en el país, especialmente para atender a la demanda generada por la inteligencia artificial.

A favor de Intel juega el factor geoestratégico y el deseo de los clientes de tener alternativas a Nvidia. En contra, además del retraso acumulado, la nueva competencia de las grandes tecnológicas, como Amazon, Microsoft y Google, que desarrollan sus propios microprocesadores y la resistencia de los diseñadores a contratar la fundición a un competidor en lugar de un fabricante puro, como TMSC.

“Estamos ejecutando nuestra estrategia para mejorar significativamente la rentabilidad con el tiempo. Obviamente, aún no lo hemos conseguido, dada la gran inversión inicial que hemos necesitado para desarrollar este negocio. Pero siempre dijimos que iba a ser un plan plurianual, y vamos por buen camino”, dijo Gelsinger en abril en la presentación de los resultados del primer trimestre, que Intel cerró con pérdidas de 381 millones de dólares.

“Los semiconductores son la moneda que impulsará la economía mundial en las próximas décadas. Somos una de las dos, tal vez tres empresas del mundo que pueden seguir haciendo posible la próxima generación de tecnologías de chips y la única que tiene capacidad e I+D en Occidente, y participaremos en todo el mercado de la IA”, añadió Gelsinger. Aseguró que la compañía ha tocado fondo, pero al tiempo dio unas previsiones decepcionantes para el segundo trimestre. Las acciones reaccionaron a la baja y acumulan una caída de más del 30% en 2024.

“Nos gustaría creer que se ha tocado fondo, pero hemos perdido la cuenta de las veces que lo hemos oído”, señalaban los analistas de una firma de inversión estadounidense en un informe para clientes en el que calificaban de “extremadamente difícil” la situación a corto plazo de Intel y expresaban dudas sobre el medio plazo. “Aunque creemos que están haciendo todo lo que pueden para intentar arreglar las cosas, está claro que la empresa está profundamente maltrecha, y tardarán años en ver los frutos de su (actualmente exhaustiva) labor, con el éxito en sus esfuerzos lejos de estar asegurado en medio de dificultades de ejecución y vientos en contra estructurales”, añadían.

Gordon Moore, uno de los fundadores de Intel, pronosticó en 1965 que el número de transistores de un circuito integrado se duplicaría cada año durante los 10 años siguientes con un aumento mínimo del coste. Diez años más tarde, revisó la conocida como Ley de Moore para fijar un ritmo de duplicación cada dos años. Esa evolución exponencial ha marcado el sector de los semiconductores durante décadas, desafiando límites impensables con nuevos materiales. En las últimas dos décadas, Intel ha hecho poco por la ley de su cofundador. Ahora quiere cambiar el chip.

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Sobre la firma

Miguel Jiménez
Corresponsal jefe de EL PAÍS en Estados Unidos. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS, donde ha sido redactor jefe de Economía y Negocios, subdirector y director adjunto y en el diario económico Cinco Días, del que fue director.
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