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Putin: entre la historia y el pragmatismo

Pilar Bonet

La memoria del estalinismo ha acompañado al presidente ruso Vladímir Putin en su viaje a Polonia. No es que el exterminio de más de 20.000 oficiales polacos (de ellos 4.000 en Katyn), en 1940, las deportaciones a Siberia y Asia Central en 1940-1941 y la inactividad del Ejército Rojo mientras Varsovia se levantaba contra los nazis en 1944 interfieran todavía en las relaciones de ambos países. Las reflexiones en el aire mientras Putin cumplía con su programa oficial (o se apartaba de él con gestos calculados) son de otra naturaleza. Se trata de dilucidar si el traumático pasado de las relaciones polaco-rusas puede disolverse en una larga suma de olvidos y recuerdos, dispersos en un extenso periodo de tiempo, o si la reconciliación entre los ex aliados 'a la fuerza' en el Pacto de Varsovia exige además un gesto singular como el que Willy Brandt tuvo en 1970 cuando se hincó de rodillas en el gueto de Varsovia.

En la ciudad industrial de Posnan, una periodista preguntó a Putin si consideraba necesaria una reconciliación simbólica entre Polonia y Rusia como la que protagonizaron el canciller federal alemán, Helmut Kohl, y el jefe del Gobierno polaco, Tadeusz Mazowiecki. 'En ciertas circunstancias arrepentirse puede ser bueno', dijo Putin. 'Pero mi gran temor', añadió, 'es que comencemos a esperar el uno del otro el arrepentimiento por diferentes temas de nuestra historia común, que comencemos a llevar la contabilidad sobre quién se arrepintió y cuántas veces'. Putin exhortó a mirar hacia el futuro, como había hecho en Gazeta Wyborcza, cuando se negó a 'hurgar' en los problemas del pasado y consideró que sería un gran error que éstos lastraran las relaciones entre los dos países. Stalin fue un 'dictador', reconoció Putin, que, a la hora de matizar, prefirió recurrir a un manido cliché, a saber, que la victoria en la Segunda Guerra Mundial está relacionada con el nombre del dictador.

Putin no fue tan dramático como Willy Brandt, pero sí tuvo varios gestos, que fueron apreciados por los intelectuales y la clase política polaca. En Varsovia, depositó un ramo de flores frente al monumento dedicado a la 'Armia Krajowa', el Ejército nacional polaco dependiente del Gobierno de Londres en el exilio, cuya oficialidad fue diezmada por Stalin. En Posnan, guardó silencio e inclinó la cabeza frente al obelisco dedicado al levantamiento obrero anticomunista de 1956. Los medios de comunicación polacos fueron extraordinariamente sensibles ante ambos eventos. No así los periodistas rusos que acompañaban a Putin. Esta corresponsal quedó asombrada por la ignorancia de la historia, la falta de curiosidad por el país que visitaban y la incapacidad de valorar los gestos de Putin que mostraban algunos de los jóvenes miembros del llamado 'pool del Kremlin', el grupo de periodistas que recibe un tratamiento privilegiado por parte del servicio de prensa presidencial.

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Ni Putin es Willy Brandt ni Rusia es Alemania. El líder ruso rechaza los intentos de situar a Stalin y a Hitler a la misma altura. Entre otras cosas, porque Rusia no puede compensar a las víctimas de Stalin. Además, a la hora de confrontar su historia, Rusia está muy por debajo de Alemania. Muchos de los temas, que surgieron a la luz durante el deshielo de Nikita Jruschov y posteriormente durante la glásnost de Mijaíl Gorbachov, son materia sensible aún. Rusia no ha vivido un corte tan radical con el pasado soviético como Alemania o Polonia con el pasado nazi o comunista. En tanto que ex oficial del Comité de Seguridad del Estado (KGB), Putin es un portador de ese pasado, pero sólo en parte, porque el presidente es sobre todo un pragmático, lo que permite compararle con el canciller alemán Gerhard Schröder. Ambos pertenecen a una generación de líderes, que se somete a los rituales simbólicos de las relaciones internacionales en Europa, en función de un cálculo racional, pero no como resultado de una necesidad interna. No hay que olvidar, sin embargo, que fue el pragmático Schröder, deseoso de facilitar los negocios internacionales de las empresas alemanas, y no el historiador Helmut Kohl, quien logró por fin el acuerdo de compensación a los esclavos del nazismo.

El año pasado, en Helsinki, Putin depositó flores frente a la tumba de Carl Gustaf Emil Mannerheim, el dirigente finés que, tras haber sido oficial al servicio del zar Nicolás II, combatió a los bolcheviques y dirigió la resistencia nacional finesa al Ejército Rojo. Los gestos de Putin en Finlandia y en Polonia contribuyen a la mejora del clima de confianza entre Rusia y Europa y, en ese sentido, reflejan el pragmatismo del presidente ruso. Sin embargo, la recuperación del himno de la URSS como himno de Rusia y de la bandera roja en el Ejército evidencia cierta inclinación a utilizar la historia a la carta, lo que, por otra parte, puede considerarse también una muestra de pragmatismo, teniendo en cuenta el conservadurismo de la opinión pública rusa.

Los gestos internacionales de Putin aceleran la superación del pasado, pero no son imprescindibles. El diario polaco Rzeczpospolita señalaba que las circunstancias entre Rusia y Polonia no han madurado aún para un gesto como el de Brandt o para una confrontación profunda con la historia, pero sí para hablar del presente y del futuro. Según el periódico, esa posibilidad ha sido creada por el ingreso de Polonia en la OTAN, una circunstancia que permite a Varsovia mirar a Moscú de igual a igual sin temor a ser desgarrada entre sus vecinos. Paradójicamente, el ingreso en la Alianza Atlántica al que Rusia tanto se había opuesto, sería ahora el fundamento de una nueva relación. Una encuesta publicada por Rzeczpospolita señalaba que un 61% de los polacos creen que Rusia quiere desarrollar unas relaciones de trabajo con su país, mientras un 22% opinan que su fin es la anexión de Polonia. Un 68% de los polacos creen necesario un gesto de disculpa por el pasado, y un 70% consideran que las relaciones bilaterales son buenas o más bien buenas. En Rusia, un 57% de los ciudadanos consideran a Polonia como un Estado amigo y un 25%, como un Estado hostil, según un sondeo del fondo Opinión Pública. En lo que se refiere a la 'contabilidad del arrepentimiento', Putin tiene algo de razón. En el territorio centroeuropeo, que se dividieron Stalin y Hitler, se cometieron en el siglo pasado una larga lista de atrocidades, por las cuales polacos, ucranianos, lituanos y rusos pueden arrepentirse si lo desean. A efectos pedagógicos, sin embargo, basta con una elaboración rigurosa de la historia.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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