El regreso de Rafael Guastavino
La Universidad Politécnica de Valencia muestra un recorrido por la obra del revolucionario arquitecto valenciano
A principios de 1881 el arquitecto Rafael Guastavino y su hijo pequeño, del mismo nombre, embarcaron en Marsella con destino a Nueva York. Su mujer lo había hecho unos días antes con otros tres hijos, pero con rumbo a Argentina. En el matrimonio se había abierto un abismo quizá producto de una mala situación económica, y cada uno emprendía la aventura por su lado. Con 39 años, unos 40 dólares, un hijo de nueve años y sin ningún conocimiento de inglés, Guastavino llegó a Manhattan guiado por su intuición. Estaba convencido de que ése iba a ser el gran laboratorio de la arquitectura.
Hasta entonces su capital profesional consistía en haber hecho 12 casas sobre la cuadrícula que Idelfons Cerdà había proclamado en Barcelona y unas diez fábricas (entre ellas las de Asland y Batlló). En todos estos trabajos había impreso lo que a partir de su aplicación en Estados Unidos sería su sello -el Guastavino system-, y que hasta ese momento se conocía como la bóveda de ladrillo visto, tradicional de la arquitectura catalana y valenciana.
Su sello está impreso en la Gran Central Station y el puente Queensborough
Con las bóvedas de ladrillo visto innovó la construcción norteamericana
Con orígenes familiares ligures esparcidos entre Barcelona y Valencia, Guastavino había nacido en esta última ciudad el 1 de marzo de 1842, donde su padre se había establecido como ebanista. Su aproximación a la arquitectura se había producido a través del inspector de Obras Públicas José Nadal, en cuyo despacho estuvo dibujando hasta la muerte de éste. Entonces, en 1861, decidió marchar a Barcelona, donde su familia le daría cobijo, asistiría a las clases de la Escuela Especial de Maestros de Obras y se imbuiría de la revolución que se estaba produciendo con el Ensanche.
Cuando llegó a Nueva York, el principal ingrediente de la construcción americana era la madera, lo que gravaba los edificios con un elevado riesgo de combustibilidad. Los incendios eran el siniestro más habitual, y el de Chicago, que había arrasado casi la ciudad unos años antes, era su paradigma. Tampoco el hierro colado había logrado invertir esa tendencia, puesto que la alta temperatura alcanzada con el fuego lo fundía con unas consecuencias no menos catastróficas que la madera. El gran asunto de Guastavino fue ofrecer una alternativa a esa triste realidad con la tierra cocida. A su éxito contribuyó la gran aceptación de la arquitectura neogótica y medievalizante impulsada por Henry Hobson Richardson. La falta de tradición americana para resolver el revestimiento de las grandes bóvedas con ladrillos, abocaba a los recubrimientos con cartón piedra. Ésta era la oportunidad de Guastavino, puesto que su sistema era ignífugo.
En 1883 compró un solar en Connecticut, construyó dos casas con bóveda de ladrillo visto y le prendió fuego, fotografiando todo el proceso para demostrar la eficacia del método. Asimismo, abundó sobre la disciplina de la construcción cohesiva, que había patentado, en la revista Decorator and Furnisher y ganó el concurso para hacer el edificio del Progress Club de Nueva York, lo que le abrió las puertas de la construcción. Junto a su contable William Blodget fundó la Guastavino Company, empresa que revistió obras emblemáticas de Nueva York, como la Gran Central Station, la catedral Saint John The Divine, el Metropolitan Museum of Art o los bajos del puente Quennsborough.
La empresa, en la que tuvo una participación muy activa su hijo a partir de su muerte en 1908, proyectó o participó en la construcción de dos centenares de catedrales, sinagogas y capillas, dejando su marca en 360 edificios de Nueva York, 100 en Boston, 30 en Pittsburg, 20 en Philadelphia y varios más en Chicago o Baltimore. Sólo la irrupción de nuevos materiales y nuevos sistemas de construcción terminaron en 1962 con esta aventura ahora recreada en la sala de exposiciones de la Universidad Politécnica de Valencia.
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