_
_
_
_
LA COLUMNA | NACIONAL
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La Europa de la responsabilidad

Josep Ramoneda

LA ACTITUD CIUDADANA frente al euro está siendo muy positiva. Por pragmatismo, sin duda: puesto que el euro es una realidad irreversible, cuanto más rápida sea la adaptación, mejor. Pero también por razones políticas. El placer de participar activamente en un cambio muy importante -que afecta a símbolos y sobera-nías- que, sin embargo, se hace sin violencias ni traumas. La esperanza de contribuir a que la vieja Europa se convierta en una potencia con capacidad efectiva de liderazgo y contrapeso en el mundo. La sensación de que Europa sólo desde un marco supranacional puede preservar su sistema de libertades en un contexto de cohesión social y bienestar que es su verdadera seña de identidad. La resaca vendrá después. Veremos cómo se elabora el duelo por las monedas nacionales. Veremos cómo reaccionan los Estados cuando vayan tomando conciencia de que han cedido uno de sus símbolos de identidad más poderosos. Y veremos las dimensiones del impacto psicológico del euro, sin duda el paso más importante dado hasta ahora hacia la configuración de una conciencia europea.

Cada país es deudor de sus fantasmas. En España, todo acaba interpretándose en clave de conflicto entre nacionalismo español y nacionalismos periféricos. Mientras la gente hacía colas para conseguir euros y asumía con buen humor el proceso de familiarización con la nueva moneda, en las radios y en los papeles unos afirmaban que ante este nuevo paso los nacionalismos y localismos quedaban definitivamente trasnochados, y otros saludaban la llegada del euro como el adiós a Madrid, porque ahora bastará con entenderse con Bruselas. Lo cual, además de confirmar que todos los nacionalistas, los españoles y los periféricos, están encadenados a una visión centralista y cerrada de las cosas, me hace pensar que ni unos ni otros se han enterado de dónde estamos realmente.

De lo que se trata es de construir la unidad política europea aprendiendo las lecciones de lo que dejamos atrás. Sin duda, después del euro habrá que dar otros pasos de reforzamiento político de la Unión. Y es probable -y entiendo que deseable- que se llegue a la elección de una presidencia por sufragio universal que configure un Ejecutivo europeo que lidere la política exterior, militar, fiscal y monetaria. Pero sería absurdo pensar Europa como una simple reproducción a gran escala del Estado-nación, que se ha visto desbordado, por arriba y por abajo, precisamente por su ineficiencia y por su incapacidad de compartir el poder y la soberanía.

La responsabilidad compartida debe ser criterio de referencia en la construcción europea. Al fin y al cabo, la palabra network, que, según dicen, define el modelo de organización del futuro, no significa mucho más que esto: sistemas horizontales de funcionamiento que reparten y comparten responsabilidades, sin estar sometidos al imán de la jerarquía que desfigura la realidad y, a menudo, es fuente de arbitrariedad y desconocimiento. Para ello, Europa tiene que asumir, sin miedo, la asimetría. Los Estados-nación crecieron en la rigidez de lo homogéneo. Europa tiene que evitar esta trampa. Tiene que saber que en su asimetría está buena parte de su fuerza. El ámbito supranacional europeo debe ser la base de una red en la que naciones, regiones y ciudades -la ciudad es el verdadero escenario de la modernidad, la realidad cambiante y viva donde acontecen las cosas- operen con amplia responsabilidad y sentido de la cooperación.

Se habla del euro como primera piedra de una identidad europea fuerte. No creo que Europa pueda -ni deba- construirse una identidad en el sentido convencional de las identidades nacionales. Sin duda, Europa debe incorporarse como asignatura en las escuelas y en los medios de comunicación, pero no para estimular un sentimiento cerrado de unidad, sino para conocernos mejor y saber qué es lo que compartimos. Europa nace desde el pluralismo cultural. Es un capital que habrá que defender con toda convicción en un momento en que la ideología de la seguridad promete hacer estragos y en que la democracia ve cómo se desdibuja el marco que la articuló durante un par de siglos: el Estado-nación. Pero, sobre todo, la responsabilidad compartida debe servirnos para preservar el Estado del bienestar, que es la verdadera identidad europea, la que la distingue del imponente hijo estadounidense y su cultura del sálvese quien pueda.

Doce países han cedido uno de sus símbolos de identidad más poderosos: la moneda. Los euros ya están en todos los cajeros automáticos.
Doce países han cedido uno de sus símbolos de identidad más poderosos: la moneda. Los euros ya están en todos los cajeros automáticos.PEPE DURÁN

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_