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Columna
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Nuevo amor

Nunca le habíamos prestado tanta atención al dinero: moneda a moneda, billete a billete (el valor más alto que he tenido en la mano: 20 euros). Miramos este dinero nuevo con eso que sentimos ante las obras de arte: un especie de extrañamiento familiar. Lo sometemos al examen de la visión, pero también del tacto e incluso del olfato. En uno de los cajeros automáticos de la plaza de la Ermita de Nerja, desde la cola, veo a una mujer que sale del confesionario y comulgatorio económico proclamando en francés: 'Qué bien huelen'. La señora no se ha puesto los billetes en el monedero sino en la nariz.

Parece que algunos de estos billetes incoloros, maravilla de la técnica monetaria, destiñen. ¿No debería ser sólido el dinero? Inmediatamente nos ha tranquilizado la máxima autoridad monetaria de España, el Banco de España: el desteñir es una prueba de autenticidad. He hecho la prueba, y es cierto: mi bolsa de la panadería de la calle Pintada destiñe, y puedo asegurar que esta bolsa de plástico no es falsa. Son importantes estas cuestiones porque en los nuevos euros está contenido nuestro futuro: miramos mucho estos billetes como quien mira los posos del café o echa los naipes sobre una mesa: ¿cuál será mi destino?

Nos cambian las costumbres, pero no las supersticiones. Entre las historietas con moraleja que llegan a este periódico desde Bruselas sobre los primeros días del euro, una habla de 'la picaresca andaluza' (así lo dicen): parece que panaderos de Sevilla les hacen el favor a los clientes de cobrar la barra de 100 pesetas a un solo euro, para evitarles los céntimos. ¿No hay pícaros, panaderos, euros e incluso sevillanos en cualquier otro lugar de Europa? ¡La picaresca andaluza! Seguirán los mismos clichés mentales, pero tendremos otra manera de valorar las cosas y entender lo barato y lo caro: lo que ayer valía 1.000 hoy sólo vale seis, y quizá nunca más seamos millonarios. Tendremos, sin embargo, un leve enriquecimiento conceptual: contaremos en céntimos, además de en unidades. Y recuperaremos cierto respeto al dinero menudo, sin aquel desprecio que convertía automáticamente 147 pesetas en 150 al pasar por la caja de la farmacia o el mercado. Ahora te devuelven hasta el último céntimo. Gracias.

El trato frecuente suele generar pérdida de respeto, y estos días el dinero es respetado como nunca: mirado, olido y besado y gastado con tiento. Se le presta atención, amorosamente. No sé cuánto durará este embeleso: la gente se pelea y separa porque se pierde el respeto. ¿Se ganará perdurablemente nuestro respeto la nueva moneda? Parece un amor de verdad: la imagen común en las nuevas monedas no es un rey (los reyes que aparecen en el dorso de algunas piezas ya sólo son señores de una comarca, digamos, de Bélgica o España), sino un valor: 1 o 2 euros, por ejemplo. Los forjadores de Europa parecen entender, como los marxistas, que la economía es lo esencial en los procesos históricos.

Y no hay apego a las pesetas: como si quisiéramos vivir limpiamente, sin duplicidad, sin dobles contabilidades, sin divisiones en el alma. Sólo tememos que nos falte el euro en los bancos. Señor, que no nos abandone el nuevo amante y nos sea fiel siempre, siempre.

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