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Columna
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Pi i Margall, federalista

Francesc Pi i Margall murió el 29 de noviembre de 1901 -hace hoy 100 años- y la noticia de su muerte conmovió a toda España porque su popularidad sólo podía compararse con la de Verdi en Italia. También su entierro emuló al del compositor patriota, pero en su caso el Gobierno prohibió el recorrido por el viejo Madrid, pues temía el homenaje proletario al patriarca más querido y respetado de las clases trabajadoras, amén de Pablo Iglesias. Con todo, un ferviente grupo anarquista alzó en pavés su féretro sencillo y a hombros lo llevó hasta el cementerio civil entre continuos vítores. En plena hegemonía de la Restauración monárquica y conservadora, todos los partidos sin excepción y toda la prensa rindieron tributo de respeto y admiración al anciano tribuno republicano y exaltaron sus virtudes míticas de hombre honesto, político incorruptible, defensor sin concesiones de sus ideales democráticos, federales y de emancipación colonial y obrera. Nunca en la historia española, un político, que jamás había abandonado su trinchera de extrema izquierda, alcanzaba un reconocimiento tan unánime.

Sólo la persistente pérdida de memoria histórica que, de modo paradójico, caracteriza nuestros veinte años y pico de régimen democrático puede explicar que ese popularísimo personaje sea hoy un desconocido. Queda, eso sí, un vago conocimiento que lo vincula muy directamente con el proyecto federalista. Pero, a su vez, los más cultos suelen relacionar el federalismo español con la experiencia frustrada de la I República y la explosión cantonalista que amenazó, según los bienpensantes, la unidad de España y el orden burgués establecido. Todavía, cuando Zapatero y Maragall coinciden en ofrecer un futuro al Estado español que garantice constitucionalmente una España unida en el respeto de la personalidad política diferenciada de sus nacionalidades y regiones, la derecha centralista e incluso los nacionalismos periféricos que viven del victimismo y la confrontación diaria esgrimen el espantajo del federalismo pimargalliano como una falsa solución o como un peligro de disolución nacional y de caos.

Desde la mera perspectiva, casi académica, de la historia del pensamiento político, es difícil hallar, por no decir imposible, un autor más original, profundo e importante entre los hispanos. Incluso si se le compara con los clásicos europeos, está a la altura de Rousseau, Proudhom y Marx. Su polémica constante con el pensamiento reaccionario y conservador español del siglo XIX hace de él un insuperable debelador de la gran falacia del liberalismo doctrinario. Y por lo que respecta al fenómeno emergente del combate proletario, es el primer teórico de un socialismo humanista, que hoy calificaríamos de socialdemócrata, pero que en su tiempo resultaba más incisivo y viable que el radicalismo de Bakunin o el gradualismo marxista del primer PSOE.

La gran aportación doctrinal de Pi i Margall, en un sentido similar al británico Stuart Mill, es la unificación dinámica y lógica del auténtico liberalismo político, conducente a la libertad para todos o democracia y a la igualdad para todos o socialismo. El tercer ideal de la revolución liberal, la fraternidad, es en Pi la organización solidaria de los humanos en círculos concéntricos de radio ilimitado, que, mediante el pacto o alianza entre iguales (el foedus), une a las personas con sus municipios, sus territorios históricos, sus naciones políticas, su continente y el mundo entero. La finalidad de esa armonía de lealtades es la paz universal entre las naciones. El federalismo es ante todo una forma de concebir la unidad del planeta en la diversidad de pueblos, culturas e idiomas. Es la única alternativa democrática al imperialismo autoritario y bélico, fase cenital del capitalismo explotador.

Para los juristas, Pi i Margall es el precursor del moderno concepto de autonomía política, superador del primitivo, monárquico y, en el fondo, totalitario concepto de soberanía regia, estatal, nacional e incluso popular. Sólo es soberana la persona y toda otra soberanía atenta a su libertad y dignidad. Únicamente el derecho, como conjunto de reglas libremente pactadas entre seres iguales en derechos humanos, puede imponer su norma a las conductas. La autonomía es la capacidad de ser libre dentro de un conjunto de prescripciones que no pretenden coaccionar, sino liberar y emancipar de las viejas opresiones del poder y del dinero.Pi i Margall fue un intelectual comprometido en la lucha de todas las emancipaciones. Su federalismo movilizó a miles de españoles en el primer intento de una democracia efectiva. Peros sus escritos y su figura de hombre pobre, coherente con sus ideales, hicieron de él un mito querido por todo el movimiento obrero hasta la guerra civil de 1936. Socialistas y anarquistas se disputaron su herencia. Y no menos los movimientos progresistas de izquierda catalanes. El catalanismo progresista fue siempre pimargalliano. Y el marxismo revolucionario catalán le tuvo como inspirador. Su experiencia como gobernante contribuyó también a mitificarlo. Cuando asumió la presidencia de la I República y el Ministerio de Gobernación, se enfrentó a sus seguidores más radicales porque creía en el valor del derecho constitucional. Su capacidad de dimitir en nombre de la pureza revolucionaria le restó apoyos de los intransigentes y dio alas a los chaqueteros y a los reaccionarios emboscados, pero quedó de él la imagen ideal a la que secretamente los hispanos siempre aspiramos.

En este país mesiánico, Pi i Margall se ganó fama de santo laico. Pero Galdós nos dice que era afectuoso y la historia nos lo muestra sentimental cuando se negaba a firmar penas de muerte o combatía la esclavitud o exigía la autonomía de Cuba o presidía juegos florales catalanes el último año de su vida. O, en fin, cuando enfermó de pulmonía mortal por salir de noche a hablar a un local de jóvenes estudiantes. En la lápida de su tumba sus hijos escribieron esto: 'Trabajador infatigable, literato, filósofo, político y estadista. Ocupó los más preeminentes puestos y vivió pobre. Fue jefe de un partido y maestro de una escuela. Amó la verdad y luchó por sus fueros. El universo era su patria, la Humanidad su familia. Murió a los 77 años, joven de corazón y de entendimiento. Recordadle los que le amabais. Respetad su memoria todos e imitad su ejemplo. El triunfo de sus ideales restablecerá un día la paz en el Mundo'.

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