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Columna
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Roberto Alcázar

Se veía venir: la España de los valores eternos, tan fugaces, manipula una nueva cruzada contra su propio futuro. Desde la inflamada mística de la unidad de destino en los paraísos fiscales, si la historia no pasa por un hecho de armas, por una aparición mariana o por una boyante cuenta bancaria, no es historia, sino reyerta de vagabundos o mariconada del intelecto. La España de los valores eternos se ha apresurado a desempolvar toda la nostalgia del imperio: las calcomanías de la casta, las proclamas del patriotismo y los héroes de tebeo, que desarrollaron sus proezas a la sobra del caudillismo. Del sepulcro de Roberto Alcázar, ha emergido otro Roberto Alcázar con una escuadra de Pedrines, y la intrepidez lustrándole el bigote; se ha liado la manta a la cabeza, y ha declarado que no basta con rescatar Tánger, sino que hay que conquistar Kabul.

En un paisaje tan convulso, Roberto Alcázar se ha postrado a los pies del emperador, y le ha mostrado su arsenal de valores. Que nadie se arrugue por lo de Afganistán: es cosa nuestra, ha dicho. El Pedrín de Defensa ha exhibido al mundo sus unidades especiales, a punto de licenciarse. Ni los inmigrantes ecuatorianos ni los de otras nacionalidades, quieren ganarse la vida en una guerra que no es suya ni nuestra, ni siquiera es guerra, sino barbarie contra barbarie, venganza contra fanatismo, orgullo contra humillación, terror contra terror, intereses de la industria del petróleo y de las armas contra confusión y penuria. Por más que el Pedrín de Exteriores vaya vendiéndole la cabra, a quien puede venderle rebaños de búfalos despellejados. El nuevo Roberto Alcázar ha perdido la arrogancia y ha dado en esperpento. Después de tan estrepitoso fracaso, debe refugiarse en las páginas de la subcultura, donde principios y sueños de gloria sólo son escombros. Y que disfrute el origen al que pertenece. Pero que no trate de arrasar el futuro, ni de erigirse en paladín de una carnicería indiscriminada. El futuro es de todos y no se puede pulverizar haciéndole la rosca a un imperio de matones a sueldo.

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