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Paquistaníes, entre el temor y la sospecha

La comunidad paquistaní en Barcelona intenta distanciarse de los talibán y de Bin Laden

Francesc Valls

Desde el atentado contra el World Trade Center se les ve menos por las clases de castellano. Los 10.000 paquistaníes residentes en Barcelona -la mayor aglomeración de España y la quinta de Europa- tienen miedo. Si la tensión continúa, la convivencia empeorará para ese colectivo que se aglomera en las callejuelas del casco antiguo. Algunos creen que 'las miradas han cambiado' sobre una comunidad que se sentía tan vitalista que incluso invitó a Barcelona, el pasado 29 de agosto, a Qazi Hussein Ahmed, líder máximo de Jamaat-i-Islami, partido fundamentalista paquistaní.

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'Nos miran de otra manera tras ese atentado', explica Iqbal Mohammad, presidente de la junta de la mezquita Camino de la Paz, una de las que más éxito de publico cosechan entre los paquistaníes. Son los modernos de ese islam difícil de etiquetar, que vive en pleno barrio chino, junto a la plaza de Jean Genet. Los de Camino de la Paz invitaron a Barcelona a Qazi Hussein, que proclama el derrocamiento del Gobierno militar de Pervez Musharraf, el hombre que tuvo como espejo al padre de la Turquía moderna, Kemal Ataturk, y que ahora corre el riesgo de morir aplastado por los grandes partidos islamistas: Jammat-i-Islami y Jamiat Ulema-i-Islam. 'No confiamos en Estados Unidos, siempre nos han engañado', explica Iqbal, que lleva 12 años en Barcelona y no se cansa de condenar el atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York. 'Del atentado ha salido perjudicado el islam, pero hemos visto un horror y no queremos ver otro', subraya en relación con una probable intervención norteamericana en Afganistán. Su compatriota y vicesecretario de la junta, Iamil Ahmed Kahn, recuerda que Bin Laden y los talibán 'eran colaboradores de Estados Unidos y de la CIA, pero luego fueron aplicando leyes islámicas y se separaron'.

Junto a ese islam paquistaní politizado se halla otro: el de los que prefieren asistir a los rezos de la mezquita Táriq ibn Zyad. Allí, bajo el impulso del pietismo de los tabligh al-dawa, se enseña un islamismo capaz de sobrevivir en la adversidad. Los tabligh nacieron en tierra enemiga, en India. El antagonismo en ese territorio lo plasma plásticamente el nombre de una cordillera: Hindukush, que significa literalmente 'mata hindúes'. Wassim, un repartidor de butano de 40 años, nacido en Islamabad, ha decidido combatir la adversidad con la ayuda espiritual de esa mezquita tabligh de la barcelonesa calle del Hospital. Él no ha notado miradas extrañas. Las propinas de las que vive -no cobra sueldo- no se han alterado. Continúan como antes de la crisis . 'A veces subes tres o cuatro pisos con el butano y te dan 10 pesetas de propina', asegura. 'Sin duda', bromea El Grigi -un sindicalista marroquí que asiste a Wassim- 'eso debe de fortalecer el fundamentalismo'. No es habitual, no obstante, que los paquistaníes de Barcelona trabajen por cuenta ajena. En la medida de lo posible lo hacen en comercios propios y ahora han desplazado ya a los marroquíes, la primera comunidad en importancia numérica en Barcelona.

Integración difícil

Su integración es más difícil y los últimos acontecimientos no la han mejorado. 'Abrimos la matrícula el día después del atentado y hemos bajado en un centenar el número de paquistaníes inscritos', explica Teresa Losada, arabista e impulsora del centro Bayt-al-Taqafa de Barcelona, donde se imparten clases de castellano para inmigrantes. 'Los más de 600 alumnos del año pasado han quedado en unos 500', añade Losada. Ahora además van menos a clase. Y la ausencia se nota en la decena de mujeres que asisten a los cursos. 'Hace unos tres años comenzó el proceso de agrupamiento familiar', subraya Losada. Pero hay problemas. A veces de elección. 'Tengo una mujer en Bélgica y otra en Pakistán, y me gustaría tener otra en Barcelona; novia no, porque las novias se van un día con uno y otro con otro', explica uno de los dependientes de Super-línea, una tienda de comestibles, sector en el que, junto con los restaurantes tandoori, las peluquerías pak y los comercios de ropa, se emplean principalmente los paquistaníes de Barcelona. Mohammad Elias, por ejemplo, es un empresario de prendas de vestir que ha viajado por Asia y Europa y lleva dos años y medio en Barcelona. Es un paradigma de cómo montan los negocios los vecinos de los afganos. 'Tengo familia en Gran Bretaña, un hermano en Kuala Lumpur... y todos nos hemos ayudado para poner en marcha el negocio', explica Elias, un hombre que teme la extensión de la guerra. Él nació en Faisalabad. La mayoría de sus compatriotas de Barcelona proceden de las zonas del Punjab, Gujerat o Pindi. Muy pocos hablan castellano, casi todos hablan inglés, y por supuesto punjabí, sindi, pasthú, urdu o cualquiera de las lenguas, que como afirma Yabet - albañil autónomo en Barcelona-, cambian cada 20 kilómetros en Pakistán.

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Este año, con motivo de la Mercè, la fiesta mayor de Barcelona, el Ayuntamiento ha dado cabida a este festival plurilingüe paquistaní y junto al castellano y al catalán, en los folletos se utiliza el urdu, así como el árabe. Eduardo Spagnolo, gerente del Área de Servicios Personales del Ayuntaniento de Barcelona, lo ve como un intento de buscar complicidades ante una situación de tensión internacional que amenaza con ser larga y que puede abrir la caja de Pandora del racismo.

Ahora el control es más estricto que cuando, a finales de agosto, Qazi Hussein, el líder paquistaní, se dirigió a medio millar de compatriotas en el polideportivo barcelonés del Raval en nombre del islam que apoya al régimen talibán, ese 'invento', recuerda Yabet, 'de los saudíes y los americanos'.

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