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Entrevista:JOSEP LLUÍS LÓPEZ BULLA | Diputado por IC-Verds | LA ENTREVISTA DEL VERANO

'El jazz era de izquierdas, la ópera pertenecía al enemigo'

Vázquez Montalbán lo encumbró como 'el enviado de Verdi a la Tierra', y lo cierto es que Josep Lluís López Bulla de ópera sabe un rato. Bajo la piel del sindicalista correoso y bregón, hoy diputado por Iniciativa per Catalunya-Verds en el Parlamento catalán, se esconde un alma de refinada cultura clásica, capaz de meter en una misma frase, impecablemente construida, a El Coyote y los sonetos de Petrarca.

Pregunta. Debió sufrir lo suyo cuando a finales de los setenta la izquierda tiraba huevos a los burgueses que salían del Liceo.

Respuesta. Viví esos acontecimientos con pena, aunque no con perplejidad. Pasé la misma angustia que si un trabajador hubiera dicho 'Abajo el teorema de Pitágoras' o 'Me cago en la Divina comedia'. Pero, claro, a quien iban dirigidos esos huevos no era a la ópera, sino a unos señorones que encarnaban una cultura elitista a la que los demás no podían acceder.

P. En su ambiente, esa afición suya debía resultar altamente sospechosa de revisionismo.

R. Cuando mis amigos me preguntaban por qué me gustaba la ópera lo hacían efectivamente en voz baja, como si estuviera en pecado mortal. Me explicaban que para ser de izquierdas de manera cabal lo determinante era que a uno le gustara el jazz. Y yo entonces me ponía a defender a los grandes divos de la época, Franco Corelli, Carlo Bergonzi, Renata Scotto. Y ya de paso, para hacerles la puñeta, a Angelillo y Pepe Marchena.

P. ¿No tenía modo de reivindicar la tradición popular de la ópera en el siglo XIX?

R. Qué va. La ópera estaba asociada al enemigo y punto. Pero yo matizaba algo más. Los pequeños empresarios de Mataró con los que yo trataba no tenían nada que ver con la ópera, no era su mundo. Eso era más bien cosa de la gran burguesía ilustrada, que, por cierto, acostumbraba a ser pucciniana.

P. Vaya por Dios. Tengo entendido que Puccini no es santo de su devoción.

R. Para nada, y eso a pesar de mis orígenes italianos. ¿Sabe que el apellido Bulla procede precisamente de Lucca, ciudad natal de Puccini? El caso es que a Puccini le cogí manía de niño. Usted ya sabe que los forofos de la ópera somos estúpidamente sectarios. Yo estoy ahora superando esa fase, pero con Puccini no he podido. A mí me gusta en general el belcantismo, Rossini, Bellini, Donizetti... y Mozart, un caso aparte. Y, por supuesto, Verdi.

P. De Wagner, ¿nada?

R. Desde el principio me pareció un plato bastante indigesto, como si después de unos fideos viniera un chotillo a la campera, un plato granadino fortísimo.

P. ¿Cuándo pisó por primera vez el Liceo?

R. Me llevó Montserrat Roig, que en paz descanse, a una Lucia. Estuve todo el tiempo muy tenso porque pensaba que los cantantes no iban a llegar al agudo, de hecho yo me había refugiado en la seguridad de los discos. Montserrat se puso como una fiera y me exigió que dejara de escuchar discos, a ver si así me desintoxicaba.

P. Pero toda esa cultura, ¿a usted de dónde le viene?

R. De mi tío Ceferino Isla, que de hecho fue mi padre adoptivo. Tocaba el bombardino y el piano, de oído, y mi padre genético, la bandurria. Ese piano que había en casa, por cierto, lo habían requisado ellos junto a un comando de energúmenos mientras los moros de Franco se ponían ciegos de aguardiente en el bar Colón de Santafé.

P. ¿Y usted tocaba algo?

R. Yo acompañaba rascando con un tenedor una botella de aguardiente, de esas rugosas. Me hice experto en percusión.

P. En definitiva, creció usted en un ambiente culto.

R. En la Vega de Granada había un ambiente societario y cultural muy intenso, que Gibson ha reflejado en su biografía de Lorca. Mi tío Ceferino, que se inventó un pastel, el piolón, por cierto, citado en el célebre libro de cocina de Rondissoni, tiene una estatua en el pueblo. Pues bien, esa estatua no le retrata en el obrador, sino con un libro en la mano. Poseía una gran biblioteca, en la que había de todo: desde Platón y Racine hasta los hermanos Álvarez Quintero.

P. Y resulta que cuando usted viaja a Barcelona, el primer lugar donde duerme es en una biblioteca.

R. Pues sí, fue en la pensión Urbis, de Mataró, que regentaba una profesora de bachillerato. Las habitaciones estaban llenas y me alojó en su muy notable biblioteca. Había, por ejemplo, una gramática rumana que yo me puse a estudiar. Y practicaba con un limpiabotas legendario de Mataró que se apellidaba Olmedo, un tío rarísimo que hablaba inglés, francés, alemán, castellano, catalán y rumano. Cuando Poblet corría en el velódromo él solía actuar de telonero. Hacía cabriolas sobre la bicicleta, corría haciendo el pino...

P. Oiga, si le oye García Márquez todo eso se lo compra. Tras sus memorias, ¿no piensa escribir nada más?

R. Bueno, el libro fue un encargo y me costó mucho acabarlo. Pero si tuviera que escribir ahora, lo haría sobre un tío de mi madre que era cura. Un putañero reconocido, que en verano se dejaba crecer la coronilla y se iba a aliviar a Málaga. En cierta ocasión el cardenal, don Balbino Sánchez Rivera, que era compañero suyo de seminario, le afeó la conducta: 'Oye, que me han dicho que visitas casas poco recomendables'. A lo que él le espetó: 'Balbino, como sigas por ahí diré que tú nunca entendiste el misterio de la Santísima Trinidad'. 'No me pierdas', fue todo lo que acertó a replicar el cardenal. Y ahí quedó la cosa.

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