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Columna
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Sístole y diástole en Oriente Próximo

Dado que, pese a los amagos del primer ministro israelí, Ariel Sharon, el conflicto de Palestina no tiene solución militar, la pelea se desarrolla básicamente en el campo diplomático, lo que no hace sino más trágico que sigan muriendo ocupados y ocupantes, sin que eso nos acerque ni poco ni mucho a una negociación de paz.

Esa guerra diplomática se halla hoy fuertemente decantada del lado palestino, hasta el punto de que es difícil que Israel haya estado nunca tan aislado internacionalmente, en gran parte gracias al propio Sharon. Pero, eso no quita que haya un movimiento como de sístole y diástole en la visión externa del conflicto que, partiendo de una simpatía básica por la reivindicación de un Estado palestino -digamos la sístole- oscila, por lo general brevemente, hacia el campo sionista -la diástole- cada vez que un atentado de Hamás causa una carnicería de civiles judeo-israelíes.

Y, hoy, la sístole parece imbatible, cuando hasta Washington se suma a la petición universal de que se destaquen observadores internacionales sobre el terreno, aunque sólo sea para que vean quién mata a quién y cómo, iniciativa ésta estruendosamente aplaudida por los palestinos y a la que se resiste con igual denuedo el Gobierno israelí, precisamente porque bien sabe quién mata a quién y cómo.

¿Cómo ha conseguido Sharon darle la vuelta a una opinión mundial que, tan sólo en julio pasado, culpaba sobre todo al líder palestino Yaser Arafat, de cerrar el camino a la paz con su negativa a aceptar las condiciones -que el bando sionista llama concesiones- ofrecidas por el entonces primer ministro israelí Ehud Barak?

Convencido hasta los tuétanos de que le asiste la razón, Sharon exige a los palestinos una semana de quietud absoluta -ni una piedra ha de soltar la mano-, seguida de seis semanas de enfriamiento, para reanudar -o mejor, comenzar- unas negociaciones que, advierte, contemplan condiciones-concesiones mucho mas duras que las de su antecesor, Barak. Pero eso no le basta al ex general Sharon. Precisamente porque Israel, su Israel, tiene toda la razón, su Gobierno se reserva y ejerce el derecho de seguir asesinando-ejecutando selectivamente en ese tiempo de quietud que sólo debe cumplir el adversario, a aquellos que considere cabecillas del terrorismo palestino. Si Arafat tiene alguna posibilidad -que, seguramente, no- de acallar a sus partidarios, con las fuerzas de élite israelíes convertidas en asesinos en serie, sería absurdo pensar que la Intifada fuera a refluir. Es decir, que Sharon no quiere negociar; que si alguna paz quiere, es tan disparatadamente asimétrica que un observador externo mal podría llamarla paz; y que toda su táctica se limita a un juego de provocaciones, que justifique un castigo cada vez más desenfrenado contra la revoltosa parte palestina.

¿Es posible que Sharon piense todavía, como en la invasión del Líbano en 1982, en la destrucción física del enemigo? No cabe descartarlo, pero como eso son sólo ilusiones, hay que concluir que carece de política; que está donde está, crea lo que crea, para hacer que la situación se pudra aún mucho más, hasta que la opinión israelí comprenda el no es eso, no es eso, aunque desconozca a Ortega. Por ello, es tan importante que el mundo exija observadores sobre el terreno. Los palestinos retirarían, quizá entonces, sus medianas armas mayores, aunque es poco probable que cese totalmente el terror, pero, sobre todo, los israelíes pagarían un precio diplomático todavía más alto que el actual, si se obstinan en hacer una guerra menor contra un enemigo militarmente minúsculo.

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La sístole puede procurar una reducción de la violencia, ya que, dadas las circunstancias, sería gollería pedir que condujera a la paz, mientras que la diástole sólo la exacerba, porque puede hacer creer a Ariel Sharon que está capeando la tormenta diplomática, y que tiene aún más razón de la que ya está seguro de que tiene. Con salvadores como el primer ministro nadie necesitaría enemigos.

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