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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Pakistán soy yo

En su medio siglo largo de independencia, Pakistán ha acumulado una tradición de militares que asumen el poder con la falsa promesa de dejarlo en uno o dos años. Los últimos acontecimientos sugieren que Pervez Musharraf está en esa estela. El general que echó al corrupto primer ministro Nawaz Sharif en octubre de 1999 ha decidido ahora autoproclamarse presidente, expulsando de su cargo ceremonial a Rafiq Tarar, un residuo civil de aquel alzamiento castrense. Musharraf, que sigue al frente de las Fuerzas Armadas y del Gobierno, ha disuelto el suspendido Parlamento y reiterado que habrá elecciones en otoño de 2002.

Los argumentos del general paquistaní para remachar su poder absoluto no se sostienen. Sus voceros señalan que así aumentará su legitimidad (gobernaba en calidad de 'jefe ejecutivo', un cargo que se dio a sí mismo) y tendrá más credibilidad en las cruciales negociaciones con India, su eterno enemigo, para rebajar la vieja tensión sobre la disputada Cachemira. Delhi, que en su momento fue renuente a negociar con un dictador, le acepta ahora como interlocutor, en la convicción de que encarna el poder real.

La asunción de un cargo honorífico por un militar que lo controla todo sólo tiene sentido como escalón de un proceso de modificación de la Constitución para cambiar la elección del presidente y sus poderes. El Tribunal Supremo ha dado su complicidad al establecer que el general puede modificar la ley fundamental, siempre que no cambie el sistema parlamentario y federal del país. Subsiste el hecho de que el nuevo presidente no ha sido elegido, aunque fuese recibido con benevolencia por quienes creyeron que erradicaría la corrupción y enderezaría la agónica economía. Pese a todo, tanto Benazir Bhutto como Nawaz Sharif, dos ex primeros ministros en el exilio, ambos acusados de corrupción, todavía mantienen la lealtad de muchos votantes. Por eso, en la mejor tradición paquistaní, el paso dado por Musharraf alimenta decisivamente las sospechas sobre sus intenciones de perpetuarse.

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