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CONTRATO CON EL DIBUJANTE
Columna
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Reflexiones de un publimaníaco

Mostrarse como un 'maníaco'estaba, hasta hace poco, muy mal visto. El maniático era un tipo catalogado como insoportablemente tóxico e incapaz de controlar sus pasiones, pulsiones y manifestaciones. Pero proclamarse obstinadamente obseso de algo en el mundo que hoy nos toca vivir, mola cantidad. La tendencia actual a la especialización justifica esa utilización intempestiva del celebrado sufijo: 'Es un cinemaníaco' se dice con respeto de un sujeto entusiásticamente entregado al consumo del séptimo arte. Este alto grado de terca segmentación da prestigio, caché y categoría, si excluimos del asunto, por el momento, a los maníacos sexuales, pero todo se andará.

Manía es el perfume postrero de Armani, por Eyemanía se conoce la nueva gama de maquillaje para los ojos de Rochas y Gran Manía es la última barra de chocolate para niños lanzada por Danone. Apenas he escrito unas cuantas líneas y como ven ya han quedado citadas compulsivamente varias marcas: Están ustedes ante un peligroso publimaníaco, ante un bulímico consumidor de anuncios, ante un obstinado y contumaz adicto a las historias contadas en treinta segundos por estúpidas que parezcan y aunque en muchas ocasiones realmente lo sean.

En los últimos tiempos los fanáticos de los 'spots' echamos en falta a la rubia de los limones salvajes del Caribe

Los fanáticos de los spots esperamos cada año con impaciencia el Festival Publicitario de San Sebastián o la noche francesa de los Publivoraces, como los maníacos de la Harley Davisson aguardan la fecha anual de sus concentraciones o los gays celebran con orgullo su ansiado día. El resto del año nos rebelamos contra la normativa europea que restringe el tiempo de televisión destinado a publicidad, porque estamos convencidos, en nuestro fundamentalismo publimaníaco, que son los programas los que interrumpen a los anuncios y no al revés, como se nos quiere hacer creer.

Un buen anuncio alivia una pésima programación. En su día Federico Fellini encabezó una sonada campaña en Italia en defensa de la emisión de películas sin interrupciones publicitarias: 'Una emoción no se interrumpe' decía el slogan lanzado por el maestro, llegando bienintencionadamente a confundir la sacrosanta pantalla grande con la banalidad de un electrodoméstico que, como su propio nombre indica, está pensado para funcionar mientras se fríe un huevo o alguien tira de la cadena, mientras llama al timbre el repartidor de Telepizza o suena el teléfono, mientras se entra y se sale, de forma libre discontinua, fragmentada, profana, ruidosa, distraída y anárquica de la pequeña pantalla, como los benditos anuncios, que llegan siempre justo a tiempo de interrumpir la dichosa película de Parada o el maratoniano concurso de García. Hay ciertas emociones que deben ser urgentemente interrumpidas. Para eso están los anuncios.

En los últimos tiempos los maníacos de la publi hemos ido amargamente asistiendo a una paulatina desaparición de nuestros héroes favoritos y también a un radical giro en el tono de los mensajes. Algo está cambiando. Se nos está privando de los momentos Nescafé, han fulminado al Hombre de Saimaza y a su competidor Juan Valdés, nadie tiene noticias de los chicos Martini, echamos en falta a la rubia de los limones salvajes del Caribe y hasta se ha oído preguntar insistentemente a ciertas damas de este honroso club por el señor Andros aquel que llevaba un parche de pirata y bailaba el sirtaki al tiempo que una voz femenina le susurraba : 'No cambies nunca'.

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De Míster Patrichs, el caballero que noqueaba con su fragancia a las damas en un ambiente de gasas, tules, transparencias y jarrones, tampoco sabemos nada. Y qué decir de Míster Propper, pasó a la historia, como Manuel Luque, el señor Financiación y el tipo del paquete de Ariel que aterrizaba con su traje Cortefiel en medio del patio de la barriada. Y por si no fuera bastante no queda rastro de perfume ni de Miss Estivalia la del 'aroma de los espacios abiertos' ni de la fragante y ñoña señorita de Anais .

Este año en el Festival donostiarra ha habido mucha apuesta por lo sutil desechando lo evidente, demasiada sofisticación, mucho anuncio, entre líneas, de coches y productos con mensajes crípticos y casi ininteligibles. Según Francisco José González 'antes un anuncio intentaba llegar a todo el mundo y a ahora interesa que lo entienda solo a quien va dirigido'.

Veamos los anuncios de Internet. Evocan los capítulos de las obras del Marqués de Sade y van dirigidos a un público entre 18 y 40 años que consume y constituye una franja privilegiada de los anunciantes, compuesto por individuos desvergonzados, sádicos, egoístas y hostiles. Se acabaron los mensajes escuetos, directos y concretos. El tipo del Golf que había perdido todo su dinero en el casino, pero conservaba el cochecito ha sido desplazado por esa perversa viuda negra que poco a poco se ha ido quedando con 'la gallina' de sus dos primeros difuntos el gordo rico viticultor y el viejo mago de las finanzas que se ahoga a pie de yate dejándole toda su fortuna, para plantearse una duda metódica ante el efebo que aparece en su vida con un utilitario, como si se tratara de la mismísima Marujita Díaz rendida a los pies de Dinio. Sutil, sí, pero poco creíble, aunque ¿quién ha dicho que para que un anuncio sea bueno tenga que ser creíble?. Para eso están los spots malos: 'Raid los mata bien muertos', 'Peisek elimina el olor a pies', 'Evax, fina y segura'. La publicidad simplemente vende sueños y ¿qué es la vida sino un sueño, un frenesí o una ilusión?...

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