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Paella

En mis años de estudiante en Salamanca había que echar mano del talento y la imaginación para sobrevivir. La asignación familiar daba sólo lo justo y cuando ésta llegaba (siempre a primeros de mes), mis compañeros de piso y yo asaltábamos el supermercado de la esquina en busca del filete imposible y algún que otro capricho envasado al vacío. Lo mío era la fabada Litoral y el queso de oveja. Lo de ellos, sin embargo, era tan ofensivo y sacrílego como las latas de paella. Las compraban a pares y se daban un festín delante de mis narices que me tenía que excusar para no tragarme entero el lamentable espectáculo. Nunca entendieron mis razones. Para ellos era tan lícito devorar aquel revuelto amarillo con guisantes y gamba incluida como lo era para mí el pote gallego o las fabes con chorizo. Pero ustedes sí me entienden. Lo mío era la defensa razonada de un legado histórico y gastronómico que no debía prestarse a esos sucedáneos en conserva que, sin ninguna duda, ridiculizaban el plato más sagrado de nuestra tradición.

Con el tiempo, aquella discusión peregrina de primeros de mes entre apuntes de fonética histórica y lingüística románica ha alcanzado la talla cultural que le correspondía y se ha convertido en materia filológica de primer orden. Esta misma semana, el Consell Valencià de Cultura se ha reunido en Requena para elevar al pleno un informe detallado acerca del término 'paella' tras considerar la acepción defendida por el diccionario de la RAE y la definición de autoridad que recoge Lorenzo Millo en su libro Gastronomía valenciana. Desde ahora y según dicho informe aprobado por unanimidad, hay licencia académica para aplicar indistintamente el sustantivo 'paella' tanto al continente (recipiente) como al contenido (arroz mixto, marinera o como le apetezca). La verdad es que resulta un consuelo que el máximo órgano consultivo de nuestra cultura nos haya aclarado la metonimia. Ahora sólo falta saber si Jaume I era realmente bicéfalo y, de ser así, cuáles eran los gustos culinarios de sus dos cerebros. Quizá eso explique la metáfora del caldero y la sinestesia de la fideuá.

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