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Columna
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Don Felipe

El próximo mes de junio el príncipe Felipe visitará oficialmente la Comunidad de Madrid. Me llama la atención la noticia por entender que debe resultar difícil organizar una gira de este tipo en el mismo lugar donde se habita regularmente. Cuando algún miembro de la Casa Real va de gira oficial a Murcia, Salamanca o Almería, los organizadores tienen asegurada la afluencia masiva de público en todo el recorrido, pero Madrid es otro cantar. Y no es que los madrileños sean más distantes o desafectos a la familia real, en absoluto, lo que sucede es que aquí los tenemos más cerca y nos sorprende menos su presencia. Es lógico.

Recuerdo un día al volver del trabajo que me quedé atrapado en uno de esos atascos inmisericordes que se montan cada tarde en la calle de la Princesa. Llevaba diez minutos sin avanzar un solo metro y empecé a presentar las muestras de desazón propias de quien ve su futuro inmediato ligado irremisiblemente al cepo de aquella ratonera. Convertido el habitáculo del automóvil en una celda carente de agua y elementos evacuatorios, busqué la libertad de espíritu escudriñando con la mirada en otras jaulas anejas. Mi sorpresa fue mayúscula cuando reconocí en el vehículo contiguo a la Reina doña Sofía, quien aguardaba pacientemente, como un interno más de la quinta galería. Iba sola en la parte trasera de un Mercedes color claro, con la única compañía del conductor. Ojeaba un periódico y, al levantar la mirada y encontrarse con mi gesto de asombro, me dedicó una sonrisa de resignación. Fue reconfortante, la Reina y yo a menos de un metro y compartiendo juntos los rigores del tráfico madrileño. Aquella distinguida señora era la misma que unos días antes había sido multitudinariamente aclamada en una capital de provincia donde el entusiasmo popular apenas le permitía caminar por sus calles. Aquí en Madrid, sin embargo, doña Sofia, además de Reina, es ciudadana, un título al que, por cierto, renuncian algunos políticos haciendo valer su poder para escapar de situaciones parecidas que consideran indignas del cargo que ostentan. Es verdad que al Rey no me lo he encontrado nunca en los vagones del metro, ni a Marichalar en la cola del cine con sus pantalones de cuadros y ese teléfono móvil que interpreta el himno nacional; pero, en términos generales, nuestra realeza es bastante más normal de lo que la gente imagina. A don Felipe le han dicho ahora que tiene que hacer su primera visita oficial a Madrid como lo hizo anteriormente en otras diez regiones españolas. Habrá una parte protocolaria en el programa que no plantea mayores problemas. El heredero de la Corona acudirá, como es de rigor, al Ayuntamiento de Madrid, a la Asamblea Autonómica y a la presidencia del Gobierno regional. En este último lugar, probablemente, como hizo su padre años atrás, recibirá a los alcaldes de los municipios de la región departiendo unos minutos con ellos y poniéndoles cara de interesarle un montón lo que le cuentan. Cada edil suele ir a estas cosas con su demanda bajo el brazo, para luego decirle a todo el pueblo que Su Alteza tomó buena nota de lo que él contaba. Eso no tiene especiales dificultades. Lo que es más complicado es montarle al príncipe de Asturias un baño de masas en condiciones, elemento indispensable en toda visita real. Un contacto abierto con el pueblo llano que pueda ser mínimamente controlado en términos de estética y de seguridad sin caer en el ridículo de los públicos amaestrados. No es nada fácil; cuando llevaron a don Juan Carlos a los poblados gitanos, la siempre agradecida espontaneidad le puso en el peligroso trance de fotografiarse con alguno de los capos de los hipermercados de la droga. Para el contacto con el pueblo, a don Felipe habrá que buscarle un espacio más evocador del futuro. Institutos, universidades o grandes centros de producción de alta tecnología podrían proporcionar el ambiente adecuado. El buen porte del muchacho le garantiza el revuelo entre las adolescentes en celo a lo largo de los trayectos oficiales, si bien supongo que en la intención de sus consejeros estará el provocar otros entusiasmos menos hormonales. Algo que le será difícil a otro ilustre, aunque dudo que ilustrado, visitante que viajará a Madrid el mes que viene. Un tipo llamado George Bush vendrá a darse una vuelta por esta zona del Imperio. La verdad es que entre el Príncipe y el tejano no hay color.

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