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Columna
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Chatarra

Rosa Montero

A menudo siento que esta columna de última página es una especie de ventana por la que me asomo y veo el mundo. Como es natural, no todos los articulistas sienten lo mismo; para otros, como por ejemplo para Millás, espléndido maestro del arte columnario, este espacio es un microscopio con el que contemplar la gusanera interior. A mí me puede, en cambio, el estruendo del exterior, como si fuera obligatorio nombrar la atrocidad del planeta. En ocasiones, el guirigay de la actualidad es tal que resulta imposible escoger un solo tema; a veces el mundo que contemplas a través de la ventana es un campo de batalla aún humeante, un erial cubierto de retorcida chatarra cuya herrumbre rojiza se parece a la sangre.

Esta semana, por ejemplo, estoy especialmente desalentada por el marco legal e institucional en el que nos movemos. Por ese juez español, Guillermo Castelló, y su compañera Ana Ingelmo, que rebajaron la pena al policía que violó a una niña con el argumento de que la víctima no era virgen. Tan sólo le cayeron seis años al energúmeno: una sentencia que asusta y hace sentir indefensión. Otros magistrados, esta vez británicos, han juzgado a Wacker, ese holandés que llevó a Inglaterra, dentro de su camión, a sesenta chinos sin papeles. Cada uno de ellos había pagado a la mafia 3.8 millones de pesetas por un vuelo a Londres. Pero les encerraron en un camión y les pasearon durante cuatro meses por el mundo en condiciones inhumanas. Al final, Wacker tapó las rejillas de ventilación y asfixió así a 58. Le han condenado a catorce años. Se ve que el kilo de chino muerto está muy barato en el mercado.

Tampoco son mejores las instituciones. Como la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, que permitió que los rusos hicieran callar, el 5 de abril, a Khanbiev, médico y ministro de salud checheno, que quería explicar cómo fue detenido hace un año en un hospital, junto a 76 enfermos, y cómo les maltrataron y torturaron durante tres semanas; los rusos, por ejemplo, pateaban los muñones de los heridos recién mutilados por las minas. Esto quiso contar Khanbiev, pero no le dejaron. Si los jueces no velan por la justicia ni los defensores de los derechos por los derechos, ¿qué nos queda? Chatarra humeante, hierros ensangrentados.

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