_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El hombre tranquilo

Quienes atraídos por este título de celuloide piensen que se van a encontrar con John Wayne buscando sus raíces irlandesas -y también novia- de la mano de John Ford se equivocan de medio a medio y sería preferible que abandonaran la columna antes de llevarse mayor chasco. El consejo es el mismo para quienes crean entender que hablando de Irlanda se hablará de aquí, según las oscuras transposiciones al uso en ciertos círculos. Bueno, más que ser idéntico, el consejo será todavía más imperioso porque habrán pinchado en hueso, en el hueso de la columna o espinazo, y ya se sabe cómo las gastan en Europa con la osamenta bovina. También se equivocan quienes crean que por haber aludido al ganado les voy a perorar sobre esa raíz tan nuestra que es el chuletón, plato que demostraría, por cierto, que no somos irlandeses, pues allá comen otras cosas. Y con Guiness.

Sencillamente, y como el título indica, me voy a limitar a contarles la vida de un hombre tranquilo. Un hombre que vivía perfectamente integrado en su comunidad y que no tenía empacho en ir a tomar vinos con quien hiciera falta. Un hombre trabajador, 'trabajador desde siempre' son sus palabras exactas, que se volcaba en su tarea y la realizaba con escrúpulo y cariño, no dudando en completar su formación y ampliar sus conocimientos cada vez que hiciera falta. Un hombre absolutamente normal que cenaba con la cuadrilla de amigos y era el alma de las celebraciones familiares. Un buen vecino que saludaba en la escalera y que ayudó muchas veces a una anciana del tercero llevándole los bultos más pesados y sonriéndole cada vez que le mencionaba su soledad y sus achaques. Un hombre, pues, de buenas costumbres, cumplidor, mejor hijo, amante del deporte y las diversiones sanas, enamorado de la naturaleza y de su trabajo, amante de las pequeñas cosas de la vida, un hombre, en definitiva, tranquilo.

Sólo que debajo de este hombre tranquilo hay un hombre airado. Un hombre tan reñido con la vida humana que no vacilará en segarla cuantas veces haga falta, con la sola condición de que alguien se la señale como enemiga. Pues en su vida de hombre tranquilo no cabe el desbordamiento pasional, a los enemigos hay que matarlos -mejor, ejecutarlos, porque ejecutando parece que se cumple algún tipo de sentencia- de manera completamente aséptica y funcional, en nombre de una idea que, en su vida de hombre trabajador, amante de la familia, de los amigos y de los vecinos, nunca se ha cuestionado, porque entonces su vida habría dejado de ser tranquila: ¿acaso la patria no está por encima del vivir, y más si se le supone vilipendiada y oprimida? ¿Para qué buscarle tres pies al gato? El hombre tranquilo se tranquiliza y sueña en cómo apretará el gatillo para sacar de su mundo tranquilo esas cuestiones, ese hombre, ese enemigo que le intranquiliza, ese cocinero -Ramón- que delinque cocinando.

El hombre tranquilo no es una película sino la declaración que realizó el otro día ante el juez un presunto etarra. 'No hacía nada especial', dijo. 'Mi vida era lo más normal posible', y es ese sentimiento de normalidad el que nos pone los pelos de punta por la distorsión de valores que supone. Al presunto etarra tranquilo le daba igual la vida que la muerte. Como se la daba a cierto individuo llamado Kerlin. Kerlin era kapo en una sucursal de Auschwitz. Cierto día, para impresionar a un amigo nuevo que se había echado, un judío que escondía su verdadera condición bajo la identidad falsa de conde Kozlovsky, agarró una maza y mató a diez internos que vacaban a sus cosas ante los ojos horrorizados de Kozlovsky. Otro día, el hombre tranquilo que se llamaba Kerlin llamó a su amigo para que asistiera a un espectáculo que había preparado expresamente para él. Sentados a cierta distancia contemplaban cómo, por indicación del hombre tranquilo Kerlin, 60 detenidos se metían apelotonados en una caseta para comer. Apenas estuvieron dentro la casa voló por los aires esparciendo restos humanos renegridos por doquier; el hombre tranquilo Kerlin la había dinamitado para reírse un poco con su amigo.

Kerlin también pensaba, como nuestro hombre tranquilo, que hay ideas que permiten que uno pueda matar con toda tranquilidad.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_