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El derecho de retorno según Israel

David Grossman

La idea del 'derecho de retorno' planea sobre Oriente Medio desde hace ya cincuenta y dos años y en ella subyace la reclamación principal de los palestinos y de los árabes hacia Israel. Sin embargo, creo que es algo de lo que Israel sólo ha tomado conciencia en las últimas semanas.

Muchos israelíes sienten en su interior un conflicto ético entre el deseo lógico de querer acabar con una injusticia que viene de años y el terrible temor que les inspira la cuestión del 'derecho de retorno'. Además, este tema obliga a cada judío israelí a enfrentarse a sus raíces más problemáticas dado que el Estado de Israel se define como un Estado judío. Ese deseo generalizado que sienten los judíos israelíes por mantener su superioridad demográfica late, en realidad, en cualquier pueblo. Todo pueblo, aunque no sea nacionalista ni racista, desea conservar y transmitir a las generaciones venideras sus valores y su herencia. Y cuando se trata del pueblo judío, dada su trágica historia, se entiende aún más esa aspiración que, no obstante, entra en contradiccción con su deseo de ser un Estado democrático.

Pienso que si Israel aceptase la reclamación de los palestinos pondría en peligro su definición como Estado judío y como Estado en general. También creo que Israel debe admitir su parte de responsabilidad en este problema, sin olvidarnos, por supuesto, de los países árabes que lo originaron en 1948. Y que, además, debe colaborar para resolver el problema y permitir el regreso de refugiados, cuando se deba a razones humanitarias. Asimismo, Israel tiene que admitir los vínculos de los palestinos con los lugares de los que se fueron. Pero entre derecho y vínculos hay una gran distancia -exactamente como un futuro acuerdo puede diferenciar entre el derecho de los judíos sobre el Monte del Templo y sus vínculos con ese lugar-.

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Los palestinos tratan de apaciguar los temores de los israelíes y explican que, incluso si un futuro plan incluyese el derecho de retorno, sería un derecho meramente formal y que, en la práctica, 'sólo' algunos cientos de miles de refugiados volverían al territorio de lo que ahora es Israel -donde viven cinco millones de judíos y un millón de palestinos-. No comprendo esta flexibilidad: un derecho es un derecho, y si se otorga es con todas sus consecuencias. Todos los que quieran ser responsabilizarse ante las próximas generaciones deben ahora pensar en cómo explicarán a los hijos y nietos de los refugiados dentro de otros cincuenta años que aquel derecho que les concedió Israel era sólo en teoría.

Durante décadas, el sector pacifista de Israel, junto con los pacifistas palestinos, ha trabajado por propagar la idea de 'dos Estados para dos pueblos': un Estado nacional palestino que viviera en paz al lado de Israel, del Estado nacional judío. Pero el acuciante deseo de aplicar el derecho de retorno llevaría a que los palestinos tuvieran un Estado nacional,Palestina, mientras que Israel dejaría de serlo para convertirse en un Estado judeo-palestino en el que el judío israelí iría perdiendo paulatinamente su identidad.

Con el paso de los años, sobre las ruinas de las aldeas donde antes vivían los palestinos se han construido ciudades donde ahora viven judíos. Esto supone para los palestinos un hecho desalentador, pero han de comprender que para cambiarlo habría que echar de sus casas a cientos y cientos de miles de judíos; ¿y adónde irían? ¿Acaso se puede acabar con una injusticia provocando otra similar? ¿Ayudaría ello a estabilizar la zona y a reducir la enemistad entre ambos pueblos? '¿Pero, de qué hablas?', me dicen mis amigos palestinos cuando discutimos, una y otra vez, sobre esta cuestión: 'Si Israel acepta el derecho de retorno, los palestinos volverán y empezará una etapa totalmente diferente; se creará una realidad donde habrá reconciliación y perdón recíproco; una realidad de auténtica paz'.

¡Ojalá! Quisiera tanto creer en esa posibilidad y poder soñar con una realidad así, a pesar de la violencia que hay dentro y en nuestro entorno. Soñar con un mundo donde se borren el odio del pasado, las ofensas, los miedos. Sin embargo, como vivo aquí, en esta zona tan resquebrajada y fundamentalista, sé que una buena solución sería aquella que, por lo menos en las primeras fases, intentara evitar, en la medida de lo posible, el encuentro de poblaciones enemigas; en definitiva, una solución que no pusiera demasiado a prueba la bondad del hombre -judío o musulmán- y su capacidad para vencer sus miedos y sus malos instintos.

Durante el siglo XX, en muchos conflictos se consiguió un acuerdo definitivo de paz sin necesidad de un retorno en masa de refugiados, de uno u otro bando. Eso fue lo que pasó, por ejemplo, en el conflicto entre Alemania y Polonia por el derecho de retorno de los refugiados de las regiones alemanas que se anexionaron a Polonia en 1945. Los antiguos enemigos se dieron cuenta de que precisamente el regreso de millones de refugiados podía poner en peligro el nuevo acuerdo de paz y, pensando en el futuro, prefirieron aplacar los dolores del pasado.

Me imagino que, si Israel aceptara el derecho de retorno, llegaríamos a una situación por la cual cientos de miles -o tal vez millones- de palestinos se irían a vivir a un Estado al que durante años han jurado exterminar. En poco tiempo -hablando en términos políticos-, estos palestinos se convertirían en el mayor grupo de población del Estado contra cuyos símbolos han estado siempre luchando. Esa lucha ha sido la herencia más importante que han transmitido a sus hijos. ¿Algún Estado del mundo aceptaría voluntariamente la entrada de una población así? ¿Es que Israel, tan débil desde el punto de vista demográfico, puede soportar una situación como ésa sin correr el peligro de desaparecer?

Además, temo que, tras diez o veinte años, cuando los judíos fueran una minoría, se verían tentados -como cualquier pueblo que ve amenazada su presencia en su propio país- a establecer, por la fuerza militar o a través de una legislación dura y discriminatoria, un régimen de apartheid, que acabaría con el desmonoramiento del actual sistema estatal. Por otra parte, si los árabes se convirtiesen en la población mayoritaria en Israel, podrían por medios democráticos acabar anulando la identidad judía -de forma que el Estado de Israel ya no sería un lugar de refugio para los judíos del mundo- y convertir a Israel en el Estado hermano del Estado palestino. Y lo más importante: ¿puede uno olvidarse de las continuas amenazas que transmite la propaganda árabe -fuera de Israel-, de que en ese caso todos los judíos que no hubiesen nacido en Israel o no fueran hijos de nacidos allí tendrían que regresar a sus países de origen?

Y eso, no, gracias. No quiero

David Grossman es escritor israelí.

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