'Mi método no es el de calla y baila'
Sylvie Guillem bailará, en el teatro del Châtelet de París, desde hoy y hasta el día 23 (alternado con Bárbara Kohoutkova) la Giselle cuya coreografía puso en escena ella misma para el Ballet Nacional de Finlandia hace dos años en Helsinki. Guillem, que desde hace poco ha decidido hablar alto y claro, explica por qué a partir de ahora va a decir lo que piensa.
Pregunta. ¿Qué desea para usted en este principio de año?
Respuesta. Buscar algo de felicidad en lo que hago. No decepcionarme demasiado, no tener miedo a confiar en los demás.
P. ¿Sus nuevas responsabilidades de coreógrafa la llevan a comunicar cada vez más?
R. Y a la inversa. También el haber decidido hablar me ha ayudado a comprometerme para no trabajar únicamente para mí. Intento abrirme a los demás todo lo que puedo, aunque este esfuerzo no siempre es bien entendido. Al menos de ahora en adelante tendré el orgullo y el valor de no permanecer callada.
P. En efecto, al recibir en Mónaco el Premio Nijinski a la mejor bailarina, denunció esta ceremonia, que según usted favorecerá a la danza comercial. ¿Por qué?
R. No dije que estuviera en contra, sino que no estoy convencida de la legitimidad de estas competiciones, siempre tan subjetivas. Nos arriesgamos, empujados por ese deseo de popularidad, a evolucionar hacia un supermercado de la cultura en el que los productos ávidos de reconocimiento se venderían bien gracias a un buen reclamo y no a su calidad o a su talento. Debemos recordar que, en todas las disciplinas, lo excepcional es escaso, lo que no impide ser popular. Me parece una lástima que se necesite un acto tan aparatoso para resaltar el Mónaco Danses Dances Forum, que era el verdadero acontecimiento.
P. ¿Por qué cree que han sido tan criticadas sus declaraciones?
R. Me han criticado aquellos que siempre se fijan sólo en la primera frase que digo nada más abrir la boca. Sabía que podían llover los porrazos. Sin embargo, no he tirado piedras contra mi tejado, sólo lo he sacudido algo más de lo previsto. Muchos bailarines, directores de compañías, me confesaron que había dicho todo lo que ellos pensaban. No hablé por mí, hablé por los jóvenes creadores que se ahogarán entre el ruido de los de menos talento que ya están listos para comprometerse, para beneficiar el filón publicitario en detrimento de la obra.
P. ¿Participa usted misma en actos para hacer popular la danza, en el buen sentido?
R. A los que dan lecciones, que no tienen oídos para escuchar, les citaría el ejemplo de la Hamlyn Week de Londres. Es una semana durante la cual el mecenas editor Paul Hamlyn compra toda la programación de la Royal Opera House y abre la sala a los que nunca en su vida han puesto los pies en un concierto o una representación de ballet. Me preguntaron si 'realmente' quería bailar para ese público, el de los excluidos, los niños minusválidos, los auténticos desfavorecidos. Desde luego que quiero bailar para ellos.
P. ¿No le asombra que los medios de comunicación se precipitaran sobre su versión de Giselle al llegar a París cuando usted la creó hace ya dos años, en Helsinki?
R. El mundo profesional no sólo no se desplazó a Helsinki, sino que tampoco viene a verme bailar en Londres con el Royal Ballet. A París sólo le interesa lo que ocurre en la puerta de casa, ¡es un síndrome conocido!
P. Giselle, sin embargo, nunca ha sido su ballet favorito...
R. Es verdad que a los 19 años rechacé este papel por su lado edulcorado, llorón, porque sentía que había algo más, la incandescencia de la sangre que fluye. Cuando conseguí abstraer esos pasajes demasiado cursis, por fin pude entrar en el personaje.
P. En su versión de Giselle, la forma en que las mujeres se vengan de los hombres que traicionan su amor es bastante violenta. ¿Es por ello feminista?
R. Me gusta más la feminidad que el feminismo. Giselle es una mujer pura que, en mi opinión, tiene la oportunidad de pasar por emociones radicales. Muchas mujeres querrían amar como ella ama y morir de amor.
P. Como coreógrafa, usted da prioridad al sentido, sin miedo a revolucionar la tradición de los pasos y los gestos: ¿es esta libertad respecto al repertorio lo que le hizo elegir a Ghislaine Thesmat para guiar sus ensayos?
R. Cuando Ghislaine Thesmat era la estrella de la Ópera de París, era la única que daba respuestas a mis preguntas. Ella y yo estamos en la misma longitud de onda. Antes de ella me reprochaban que cambiaba la danza original, pero yo nunca he podido meterme en el papel de coreógrafa, siento que no corresponde a la bailarina que soy. En este sentido, he realizado la coreografía de Giselle con las bailarinas finlandesas. El gesto tiene que brotar del sentido, de una lógica. Mi método no es 'Calla y baila'.
P. ¿Sus detractores siguen pensando que su forma de bailar no respeta las leyes de la armonía clásica?
R. He oído de todo, sobre todo al principio. Que si 'era circo', que se veía la 'malla antes incluso que el tutú...' Uno de ellos, que criticaba mi presunta indecencia y mi lado demasiado atlético ante Margot Fonteyn, oyó cómo le replicaba: '¡Si yo hubiera podido hacerlo en mi época, lo hubiera hecho!'. No levanto la pierna por levantarla, sube, eso es todo.
P. Usted dice en el segundo acto de Giselle, que transcurre en el más allá, que 'la heroína y sus compañeras, las Wilis, se permiten placeres que no tuvieron cuando vivían'. ¿Es el placer un motor en su vida?
R. Está el del escenario, que es inmenso. Pero en la vida diaria el placer, a menudo indisociable de la belleza, es una búsqueda que conlleva oleadas de gran felicidad. El placer es también una elección intelectual. En un momento se decide aceptar hacerse el bien uno mismo. Yo soy muy dura conmigo misma, hasta la tortura. El placer permite compensarlo.
P. A los 36 años, ¿cómo se siente en su cuerpo de estrella?
R. Ahora distingo sus llamadas de socorro cuando el depósito está lleno. Le oigo cuando está preparado para hacer grandes esfuerzos. Le estoy tan agradecida que sería injusto maltratarlo. Hay que aprender cuáles son los alimentos que más convienen a las articulaciones, a los tendones. Un bailarín entiende, quizá mejor que nadie, que es muy fácil cavar su propia tumba con los dientes.
© Le Monde
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.