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LA TRAGEDIA DE LORCA
Columna
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Muerte en el 'paraíso'

Fernando Vallespín

Una de las noticias más deplorables del año que nos acaba de abandonar es el espectacular aumento del número de inmigrantes fallecidos tratando de atravesar el Estrecho. Y en éste que comienza nos desayunamos con el terrible accidente de los inmigrantes ecuatorianos. Este pavoroso hecho casual nos ha permitido contemplar el drama de la inmigración desde dentro. No ya sólo por tratarse de trabajadores ilegales hacinados en un vehículo y rumbo a una faena con claros rasgos de explotación; ni por la nueva picaresca de las empresas contratantes que ejercen de intermediarias y buscan escaparse a cualquier responsabilidad jurídica; o por los claros beneficios que extrae un grupo minoritario del desamparo y menesterosidad ajenas. Su impacto obedece, sobre todo, a los diferentes datos que hemos venido aprendiendo sobre el coste humano y material que comporta su traslado hasta nuestro país. No es nada que ignoráramos. Es bien sabido que muchos de los inmigrantes y sus familias deben endeudarse hasta las cejas para poder llegar al mundo desarrollado, otros se sujetan además a los requerimientos y chantajes de las nuevas mafias y la mayoría ha de vivir con temor y oprobio durante un tiempo ilimitado hasta que puedan acceder a la situación de 'legalizados'. La tragedia de Lorca ha contribuido a reverdecernos todo esto que ya era bien conocido pero permanecía latente. Los ocupantes de la furgoneta se convierten en algo así como una metáfora de la inmigración y sus desventuras.

A todo esto hay que sumarle la reciente discusión de la reforma de la Ley de Extranjería, cuyos efectos colaterales quedan fijados como un daguerrotipo sobre las víctimas de esta tragedia. Cuesta imaginar que un acto administrativo, aquél que sirve para reconocer la 'legalidad' del trabajador, pueda decidir sobre su mayor o menor capacidad para ejercer sus derechos. Pero así es y ha sido siempre. Con independencia de cuáles sean los derechos que poseemos en tanto que seres humanos, su eficacia depende de tal reconocimiento jurídico-político. Los 'sin papeles' son así también en gran medida 'sin derechos', seres humanos de segunda categoría. De todo ello ya se advirtió en el debate mencionado. Aunque es muy posible que pasara desapercibido para el gran público, ofuscado por el debate único al que el terrorismo etarra y sus derivaciones nos ha abocado.

Ahora que el ojo de la ciudadanía se ha abierto hacia el tema de la inmigración puede ser el momento para suscitar ese debate perdido. Sobre un asunto, además, que nos seguirá acompañando en los años venideros y que cruza todas las dimensiones de la vida social y política. Nadie duda ya de que el futuro de nuestras sociedades es mestizo, que estamos abocados a perder la cómoda homogeneidad étnica y cultural a favor de un creciente pluralismo y multiculturalismo. Y afrontar esta nueva situación exige grandes dosis de realismo político. No es fácil saber compaginar aquí los requerimientos de la prudencia política con los imperativos morales que derivan de nuestra identidad política democrática. De ahí que sea imprescindible una discusión serena y realista en la que la firmeza moral trate de compatibilizarse con nuestra efectiva capacidad de acogida.

Como recientemente ha observado G. Sartori (La sociedad multiétnica, de próxima aparición en Taurus), tenemos que estar preparados para aceptar que no todos los inmigrantes son necesarios y que el mayor desafío que suscitan es, precisamente, el de la integración en los valores y la forma de vida del país huésped. Y los sociólogos nos advierten de la conexión empírica existente entre el aumento de la heterogeneidad étnica y la disminución de la solidaridad. Por no mencionar algo que ya se percibe en las encuestas: un cierto incremento en las actitudes racistas. ¿Cuál es el umbral -el porcentaje respecto a la población total- a partir del cual la población foránea puede ser integrada? ¿Tenemos algún modelo de integración? ¿Está preparado el sistema educativo y laboral para facilitar la integración y evitar los brotes xenófobos? Intentar responder a éstas y otras preguntas quizá sea el mejor homenaje que podamos brindar a las víctimas de Lorca.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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