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RAÍCES
Columna
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El mar, la mar y siempre el mar

Porque nuestro poeta no siente inventadas mitologías, sino cotidianas presencias, tantas que hace una hipóstasis serena del viejo capitán con su barco. Si tuviera que caracterizar este poema, lo haría dentro de la propia obra de don Antonio: es el paralelo marítimo de las odas terrícolas de Campos de Castilla, pero con idénticos resultados. El mar es la infinita soledad que reclama los más altos pensamientos y el viejo capitán se siente atraído por la voz de la inmensidad. Como el hombre que bajo el sol implacable se encontraba a solas con su Dios. Tanta singladura ha hecho viejos al barco y al nauta y, ahora, cuando se presiente que se va a bajar por vez última, entonces el navegante retuerce las letras de la vida.

Pienso en viejas cartas de Benjamín Constant o en viejos versos de Walt Whitman para este luchador que llega al límite de sus fuerzas con ojos ahítos de plenitud y de menudas circunstancias. Destino del capitán marino ebrio de inmensidades y perdido en el más preciso y humanizado, se ha dicho, de los léxicos que ha inventado el hombre. Porque si el mirar sin huideros ha llevado al hallazgo de Dios, la precisión de una compleja y riquísima terminología ha hecho que los versos se humanicen con el más ajustado léxico. Se podría hacer un rico glosario de las palabras del metalenguaje náutico con las que el poeta enriquece su texto.

A lo largo de estas lecturas asoman nombres como Quevedo, como Unamuno, como Juan Ramón: Machado no podía ser modernista ni parnasiano. Era una fuerza raciocinante y una pasión telúrica. Pensar que pudiera caer en la tentación de la palabra por su música era negarle la posibilidad de ser. Don Antonio no estaba fuera de las cosas, sino dentro de ellas; no las veía, sino que las sentía.

Machado, el viejo capitán, ha querido a Dios en el fondo de su corazón y como expresión de sus palabras, como quiso entrañablemente al viejo barco que se le iba desvencijando conforme el hombre quedaba desarbolado. Yaveh había dicho al mar: 'Tú no irás más lejos', pero, al morir, el viejo capitán tenía que salvar las cercas de los océanos y alcanzar al Dios que había puesto cancillas a las aguas. En Los paraísos artificiales, Baudelaire había dejado escrito: 'Como un navío que se despierta / al viento mañanero / mi alma se levanta / hacia un cielo lejano'.

El mar contempla 'la singladura serena de las almas', mientras el viejo capitán, libre de pasiones, 'acaba de morir de sed de océanos', digamos, de Dios. Con emoción se recuerdan los versos de Walt Whitman: '¡Oh Capitán, mi Capitán! Nuestro pavoroso viaje está cumplido'. Digamos sabiduría marinera y ansia de Dios. Después, los poemas que hacen válida la definición, fragmentos y textos que justifican la rapsodia para acabar brevemente: estamos de nuevo con el silencio, cae la tarde y con las banderas arriadas el poeta se adormece.

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