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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Grecia, en el euro

Hace tan sólo unos años, Grecia era la mala alumna de la UE. Con el nuevo año acaba de ingresar en el Club del Euro, cumpliendo con lo que de ella se exigía. Este paso no es sólo significativo para Grecia, sino para la propia Unión Monetaria Europea, que vive así su primera ampliación, en un año complicado: en 12 meses, el euro dejará de ser sólo una realidad contable para convertirse en la moneda física de una gran parte de la UE, aunque, desgraciadamente, aún no de un Reino Unido reticente a la moneda única.

La dracma griega se ha integrado en la moneda europea con un tipo de cambio de conversión equivalente al tipo central que tenía en esta segunda época del mecanismo de cambios del Sistema Monetario Europeo: 340,75 dracmas por euro. Es la culminación de un esfuerzo de convergencia nominal de la economía griega digno de valorar. La semana pasada, el banco central de ese país concluía la necesaria operación de acercamiento de los tipos de interés a los vigentes en la zona euro desde el nivel del 10% en que estaban situados 12 meses atrás, sin que se hayan registrado tensiones especulativas destacables. Se trata, además, de una medida popular: una amplísima mayoría de la población griega apoya esta decisión histórica.

Con la incorporación de Grecia, las tareas del Banco Central Europeo (BCE) pasan a ser más difíciles que hasta ahora. No obstante, el BCE se ve ayudado en su labor de vigilancia antiinflacionista por la evolución de los precios del petróleo y la reciente apreciación del tipo de cambio del euro, lo que invalida la presunción formulada hace meses de que el anuncio de la futura incorporación de la dracma griega debilitaría a la moneda europea. Sin embargo, aumenta la heterogeneidad de las economías integrantes de la eurozona, puesto que Grecia tiene una tasa de inflación relativamente elevada, equivalente a la española, y una deuda pública que excede en mucho a los niveles inicialmente establecidos como condición de acceso a la UEM, aunque se halla en un proceso de clara reducción en los tres últimos años. Las finanzas públicas griegas no han dejado de sanearse desde 1994, hasta el punto de que en el presupuesto para 2001, aprobado el pasado noviembre, se anticipa un ligero superávit, si bien es cierto que con unas hipótesis de crecimiento de la economía superiores a las que, previsiblemente, se lleguen a producir en la realidad.

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La importancia de esta ampliación de la Unión Monetaria excede al peso relativo de la economía griega, que no representa más del 2% del PIB de la zona. Refuerza el asentamiento de la unificación monetaria europea y, además, elimina cualquier presunción de que la misma esté exclusivamente reservada a las economías más importantes. La incorporación de Grecia puede constituir una referencia, un estímulo y un respaldo a los esfuerzos políticos por la consecución de la convergencia nominal de aquellas economías aspirantes a entrar en la próxima ampliación de la Unión Europea. Bueno sería que antes se incorporaran aquellas otras economías con mayor tradición en la UE, como la británica o la sueca, que cumplen las más importantes condiciones de convergencia, pero siguen exhibiendo unas reticencias que se compadecen poco con la simplificación monetaria hacia la que camina el mundo.

La circulación física del euro, dentro de un año, y la desaparición de las monedas nacionales, incluso como simple denominación no decimal de la divisa europea, son la mejor ocasión para otorgar ese espaldarazo al más ambicioso proyecto intracomunitario.

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