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Reportaje:

La 'dama de hierro' sale de su escondite

La hija del narcotraficante Charlín, capturada en Oporto tras seis años de huida, era ya la jefa del clan

Xosé Hermida

Malos tiempos para los viejos capos. Con Laureano Oubiña ya entre rejas españolas tras su rocambolesca odisea griega, la policía acaba de echar el guante a otra veterana prófuga del narcotráfico gallego. Josefa Charlín Pomares, de 45 años, hija de El Patriarca Manuel Charlín, cayó el pasado jueves a la puerta de una notaría de Oporto donde le esperaba con sigilo un grupo de policías españoles y portugueses. Sin levantar las polvaredas mediáticas de Oubiña, Josefa Charlín llevaba seis años perdida en la bruma del paradero desconocido y, tras el encarcelamiento de su padre, había asumido el timón de uno de los más antiguos clanes del contrabando gallego, uno de los primeros que abandonó la minucia del tabaco para abrir una nueva ruta comercial hasta la selva colombiana.En el submundo del narcotráfico de la ría de Arousa abundan las mujeres con carácter. Ahí está, por ejemplo, Esther Lago, la esposa de Oubiña, firme guardiana de la casa durante las excursiones carcelarias y turísticas de su marido. Nunca han faltado en Arousa las mujeres aguerridas, tal vez porque muchas tuvieron que gobernar la familia durante las largas ausencias de los maridos embarcados, y el marisqueo y la industria de la conserva les incorporaron al trabajo antes que en otros lugares. En la conserva, precisamente, se forjó la leyenda negra de Josefa Charlín, algo más que una simple mujer de carácter. Su padre le encomendó la gestión de una fábrica de la familia, en Vilanova de Arousa (Pontevedra), y Josefa cumplió el encargo con látigo y puño de hierro. La inquina que se ganó entre las trabajadoras pervive aún en el mote con el que se la conoce desde entonces: la Soldevilla, en alusión a Neus Soldevilla, célebre parricida catalana.

Algunos episodios posteriores no desmerecen su apodo. Durante el juicio por el asesinato de Manuel Baúlo, antiguo socio de los charlines que decidió abrir sus secretos a la justicia, un policía declaró que el jefe de los sicarios colombianos encargados del trabajo le había confesado que las armas se las entregó Josefa en persona. Pero el testimonio no bastó para imputarla.

Los policías que la han tratado la describen con los adjetivos habituales en esos casos: inteligente y fría. "La más lista de la familia, y eso que su padre no es tonto", afirma un mando policial. Cuando los agentes españoles y portugueses la sorprendieron el jueves pasado en Oporto, sólo puso cara de sorpresa, pero se ahorró escenas. Estaba con su nueva pareja, Manuel Santórum -también con antecedentes por narcotráfico-, e iba al notario a inscribir el documento de compra de un chalé en la playa de Vila Nova da Gaia donde ya llevaba algún tiempo viviendo en alquiler. Se ocultaba bajo la identidad de una mujer real, una vecina suya de la comarca de Arousa. Tenía un pasaporte auténtico a nombre de ésta y se había limitado a cambiarle la foto.

A Manuel Charlín se le atribuye la frase de que no conoce otro modo de ganarse la vida que no sea al margen de la ley. Y ese principio se lo ha inculcado a conciencia a toda la familia: empezando por su esposa y continuando por sus hijos y nietos, hay muy pocos charlines que no hayan visitado una comisaría en los últimos 15 años. Hasta los que se acercaban a la familia a través de algún matrimonio acababan siempre enredados en el negocio, como Jorge Outón, el primer marido de Josefa, condenado en el juicio del caso Nécora.

Hace casi 20 años, cuando la mayoría de los contrabandistas aún se resistía a la tentación de la droga, Charlín ya empezaba a frecuentar el hachís y establecía sus primeros contactos en Colombia. La relación con los suramericanos ha sido larga y próspera, aunque no le haya privado de disgustos: uno de sus hijos estuvo unos meses retenido en Colombia como prenda que se guardaban los narcos para garantizar la entrega de un alijo. Aparte de unir a la familia alrededor del negocio ilegal, el clan de los charlines sirvió de cantera para futuros capos como Alfredo Cordero, otro prófugo de larga duración detenido hace unos meses. Pero tampoco pudo evitar que le crecieran los desertores, como el citado Baúlo o Manuel González Padín, testigo en el caso Nécora, el gran juicio contra el narcotráfico gallego. A partir de esos testimonios, el juez Garzón emprendió un largo asedio a Charlín. El clan se desmoronaba y Josefa empezó a ser algo más que una despótica empresaria de conservas.

Josefa se volatilizó en esa zona de sombra entre Galicia y Portugal en 1994, después de haber sido imputada en una investigación por un alijo de 600 kilos de cocaína. Mientras iban cayendo su padre -condenado a 20 años- y sus hermanos, y la justicia confiscaba buena parte de sus propiedades, Josefa se mantenía a salvo en su escondite portugués hasta acabar tomando las riendas de la familia. De vez en cuando, hasta se atrevía a colarse sigilosamente en Arousa, donde hace un año escapó de la detención en el último momento.

El empeño policial logró finalmente su recompensa, y los charlines vuelven a estar sin cabeza. Aunque puede que no por mucho tiempo: la familia es larga y desde la cárcel también se hacen buenos negocios.

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Sobre la firma

Xosé Hermida
Es corresponsal parlamentario de EL PAÍS. Anteriormente ejerció como redactor jefe de España y delegado en Brasil y Galicia. Ha pasado también por las secciones de Deportes, Reportajes y El País Semanal. Sus primeros trabajos fueron en el diario El Correo Gallego y en la emisora Radio Galega.

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