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Tribuna:LIBROS
Tribuna
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Ediciones limitadas

El fenómeno de las ediciones personales, de las autoediciones, me llama la atención. Cuando alguien escribe es claro que lo hace para los otros, para un lector imaginado, ideal, pero que se quiere real. Cuando alguien escribe quiere ser leído. Y los problemas comienzan a la hora de ser editado. Los escritores deben plantearse en un primer momento si consiguen una editorial o se editan sus propios textos. Hace pocos días llegaron a mi despacho dos poetas con ganas de editar. Dos poetas inéditos que quieren divulgar sus obras. La posibilidad de la autoedición es la primera que viene a la cabeza. La habían descartado, con buen criterio. Porque el problema no es editar un libro, quizá un problema mayor es distribuirlo, armarse de entusiasmo y aventurarse de librería en librería para entregar a los libreros el trabajo que a uno le costó tanto.

Y se pone mucha ilusión, pero los paquetes son devueltos. Pero los ánimos no decaen. Uno escribe y quiere ser leído y esa última finalidad le lleva a editarse y, si es posible, también a conseguir ser conocido.

Con el tiempo han llegado a mis manos tres ejemplares de ediciones personales. Los tres, no hace falta decirlo, son de poesía. Tres autoediciones, tres ediciones limitadas, por oposición mercantil a las ediciones anónimas. Son tres textos distintos: Saber, de Josune M., una joven poeta vizcaína; Ya no importa la paz, de un escritor de Abadiano, Gómez Ando, y Sábanas de Niebla, de Jesús Camarero.

Son tres ejemplos distintos de una misma actividad, la escritura, la creación poética. Desde el escritor amateur que se edita su propia obra, a la escritora joven que se ha animado a publicar sus textos para conseguir una notoriedad que le ha llevado a estar representada en las antologías de poesía reciente, hasta el profesor que se niega a anquilosarse y que, aunque podría publicar en una editorial con posibles, prefiere hacer una edición muy digna para regalar a los amigos.

Me gusta este juego de anticomercialidad, de sentirse el dueño del destino. De control sobre la obra, de saberse creador hasta el final. Porque, en contra de lo que se piensa, no todas las autoediciones son porque al autor no le queda otro remedio. Hay escritores que podrían realizar otro tipo de edición y, sin embargo, buscan este tipo de libertad.

Porque, no hay que olvidarlo, escribir y publicar resulta aún barato. Bueno, quizás relativamente barato, o quizás comparativamente barato que hacer una película o montar una televisión. Por eso, aún la letra impresa puede conseguir una circulación y una falta de control que en otros medios no se consigue. Quizás Internet resulte en breve algo más barato.

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Recuerdo que una vez le oía a Isabel Allende comentar que durante la dictadura chilena estaban prohibidos sus libros. Entonces la gente los fotocopiaba enteros, los encuadernaba, los camuflaba bajo una cubierta distinta y despistante, y se los pasaba de mano en mano. Lo más curioso y lo más peligroso del asunto consistía en que todos los lectores escribían su nombre en una lista que se confeccionaba en la primera página, en una especie de autodelación manifiesta.

Las ediciones personales, las autoediciones me resultan algo parecido: una puesta en circulación de lo íntimo, de la escritura más básica y más personal, como las cartas y las comunicaciones íntimas. Una forma de romper el cerco del mercado. Desde el autodidacto al docto profesor, el juego continúa: un juego de entusiasmo en la palabra libre.

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