_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

He abrazado a un amigo, a mi amigo. Hacía más de tres meses que no lo veía. Lo he vuelto a ver, y he visto en él los estragos del exilio. No sé si puedo ser más amigo suyo de lo que ya era, pero, si eso es posible, ahora lo soy mucho más. Lo voy a llamar Tú, y me van a perdonar que me ponga sentimental. Es curioso, yo que siempre he hecho de la razón un ejercicio férreo, me vuelvo cada día más sentimental. Y no creo que este ejercicio del corazón sea ajeno a una exigencia racional. Me explicaré. En este país nuestro, en el que tanto se invoca al corazón para explicar la barbarie, también se precisa limpiar esa víscera de adherencias espúreas. No estoy muy convencido de que se puedan disociar razón y sentimiento en la vida ordinaria, y felices aquellos que puedan lograrlo. Tú y yo sabemos mucho de esto, y a veces es el sentimiento el que lima las asperezas de la razón, y otras es a ésta a la que le tenemos que pedir ayuda. ¡Escucha!, es con esta palabra con la que comienzan las tareas arduas de la vida.Pero tampoco creo que razón y corazón vayan disociados en facetas de la vida que ya no son tan ordinarias. En las ideologías, quiero decir, a pesar del empeño que suelen mostrar éstas por presentarse como esfuerzos meramente racionales. Pero despojen al socialismo del sentimiento de explotación, de su subjetividad, y se les convertirá en una teoría más , o en barbarie. Hagan ustedes lo mismo con el liberalismo y despójenlo del sentimiento de autoafirmación personal, y los resultados no serán muy diferentes. No obstante, estas ideologías pretenden hallar en la razón su fundamento único y engloban la subjetividad en consideraciones racionales sobre la naturaleza humana, cuya definición les sirve de punto de partida. No ocurre así con el nacionalismo, única ideología que rehusa definirse como tal y se considera expresión natural de un sentimiento. El sentimiento de pertenencia a un lugar, a una colectividad, a cierta idiosincrasia, eso que llamamos identidad y el sentimiento vinculado a ella, sin más, como una flor del bosque, sería el nacionalismo.

Y nada más falso. El nacionalismo, como el resto de las ideologías, se consolida tras un arduo proceso de construcción racional. También ahí, es la razón la que da cauce al corazón, pero así como las otras cifraban su orgullo en aquella, a la que recurrían para dar una respuesta satisfactoria a su consideración de la condición humana, el nacionalismo precisa de una exacerbación del corazón, al que recurre siempre como argumento último. Los nacionalistas siempre lo son porque tienen sentimiento nacional. Ningún socialista es tal porque tenga sentimiento socialista, como tampoco ningún liberal lo es porque tenga sentimiento liberal. Son lo uno o lo otro porque los consideran respuestas válidas a los problemas de la condición humana. De la condición humana, pero tal vez sea ese el salto que el nacionalista no se haya planteado darlo jamás. El nacionalismo es un narcisismo por necesidad. Tanto corazón, se autocontempla entre fuentes y ecos, y trata de hacer del entorno un espejo de sí mismo. Pero el verdadero Narciso no sabía que aquél al que contemplaba en la fuente y amaba era él mismo. El nacionalista, por el contrario, sabe que es él mismo quien lo contempla desde la fuente, y necesita esa imagen. Si mira y ve un rostro distinto al suyo, agitará el agua para borrarlo. El nacionalista sólo quiere verse a sí mismo, no sabe de un Tú, no quiere verlo, no quiere ni que exista en su estanque.

¿No es éste acaso un sentimiento natural en todo ser humano, quererse a sí mismo?. Pero, para quererse a sí mismo, necesita uno verse a sí mismo, se necesita un espejo. Y hay muchas clases de espejos y, según como sean, pueden hacer que nos veamos de una u otra forma. Tú, por ejemplo, puede ser un buen espejo para mí. Mírense en Tú y se verán a sí mismos. Y se verán de forma diferente si lo quieren o si lo odian. Si lo quieren, no necesitarán de otro espejo donde mirarse. Si lo odian tendrán que correr en busca de otro espejo que los embellezca. Hacer del Tú un espejo malo y construir un espejo que nos embellezca y sólo nos refleje a nosotros, ese es un producto de la ideología, de un esfuerzo racional por borrar el Tú y crear el estanque adecuado para mirarnos. El nacionalismo nos fabrica un corazón revirado e insaciable. Por eso, yo reivindico un corazón más noble, ese que mira al Tú y se ve a sí mismo. Yo he abrazado a un amigo. Te he abrazado, Mikel, y necesito que vuelvas.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_