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La segunda oportunidad

Hoy empieza en Niza el Consejo Europeo con el objetivo de dar respuesta a una doble necesidad de la Unión: adecuar el edificio institucional para hacerlo apto para las sucesivas ampliaciones y a la vez evitar que el proyecto europeo pierda empuje.¿En qué estado de ánimo debemos afrontar los europeístas esta nueva cita crucial para el devenir de nuestro continente? Ciertamente los acontecimientos de estas últimas semanas no invitan al optimismo. Si en algunos temas el acuerdo parece alcanzable, las cuestiones más sensibles no se sitúan aún en el terreno de la transacción mutua ni mucho menos del consenso. La pareja franco-alemana, antaño impulsora de la construcción europea, hoy parece más centrada en sus desavenencias que en definir un marco institucional y político para la Europa de los próximos años.

Ahora bien, esta dinámica de enfrentamiento, de proclamación de los desacuerdos, de absoluta firmeza en la defensa de las posiciones nacionales -a la que también se ha sumado el Gobierno de Aznar- es relativamente frecuente antes de las grandes citas europeas. Y lo cierto es que en general -aunque sea o dé la impresión de ser in extremis- las cumbres suelen saldarse con resultados positivos. Debemos confiar que ello se repetirá en Niza.

La agenda y los términos en los que se plantean las cuestiones a abordar en Niza son suficientemente conocidos. Niza nace en Amsterdam como una segunda oportunidad para cerrar desavenencias sobre las instituciones y el funcionamiento de la Unión. Además, por el camino se han ido añadiendo nuevos temas: la Carta de los Derechos Fundamentales, las cooperaciones reforzadas y la modificación del artículo 7 del tratado que prevé un sistema de sanciones para aquellos Estados que violen los principios fundamentales en los que se asienta la Unión. Niza se enfrenta a un binomio (urgencia y importancia; es decir, dificultad) que obliga a un esfuerzo extraordinario y sobre todo que impide plantear una reforma más ambiciosa. Por ello de Niza nacerá, además de un tratado, la necesidad de una nueva Conferencia Intergubernamental (CIG) que elabore un nuevo tratado para afrontar los temas pendientes.

Desde mi perspectiva, Niza, más allá de las soluciones concretas, debe dar respuesta a dos retos que me parecen centrales para la Unión. En primer lugar, adecuar sus instituciones y su funcionamiento a una Europa con más miembros, una Europa que puede situarse a medio plazo entre los 25 y los 30 Estados. En segundo -íntimamente ligado con el primero-, evitar que este proceso tenga efectos perversos -de debilitamiento- del proyecto Europeo. En cierta manera, romper la disyuntiva ampliación versus profundización. Pero, además, es necesario también acercar Europa a sus ciudadanos, hacerla una realidad palpable y capaz de transmitir una imagen positiva, un referente.

Ambos retos exigen un compromiso generoso -que incluya no sólo la legítima defensa de los intereses nacionales, sino también la perspectiva del interés común europeo en la reforma institucional y de los mecanismos de decisión. Además de ponderar lo que cada Estado puede concretamente ganar o perder, se trata de valorar la eficacia y la perdurabilidad del sistema, un sistema cuya reforma será más difícil cuántos más socios hayan de impulsarla.

Sin avanzar resultados, la agenda de Niza está básicamente centrada en esta necesidad de diseñar un sistema que posibilite las ampliaciones y que no las enfrente necesariamente a la profundización. Siendo fundamentales su importancia y complejidad políticas, el tamaño de la Comisión o la ponderación de votos en el Consejo dejan más bien indiferentes a las opiniones públicas europeas. Por ello, hubiera sido bueno aprovechar Niza para incorporar efectivamente al sistema jurídico comunitario una Carta de Derechos Fundamentales y a la vez avanzar hacia un esquema más constitucional y menos convencional, menos de Tratado Internacional. Y, por qué no, para buscar fórmulas que faciliten una participación eficaz y no cicatera de las regiones con poderes legislativos en el diseño de las políticas que luego tienen la responsabilídad de aplicar.

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Todos estos temas, y sin duda muchos otros, exigirán en el futuro la conclusión de un nuevo tratado. Pero no por ello debemos ni podemos hablar de fracaso de Niza. Un buen acuerdo que garantice la reforma del sistema institucional equivale ya a un éxito de la cumbre. Una cumbre que además -y en otro plano- debe pronunciarse con firmeza sobre los temas que hoy preocupan más al ciudadano europeo.

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