"Ante la muerte hay que perder el pudor"
Pregunta. Te veo francamente recuperado, Víctor.Respuesta. Hago lo que puedo. Pero cuando realmente me siento bien es cuando duermo. No sé si es gracias al Prozac o a cualquier otra de esas porquerías que me hacen tomar, pero tengo unos sueños maravillosos, de una felicidad total, sin asomo de pesadillas. ¿Sabes quién aparece frecuentemente en esos sueños? Josep Toutain, el editor de cómics ya fallecido.
P. No le conocí mucho, pero creo que era un gran tipo.
R. Yo le recuerdo con mucho cariño. Nunca se daba por vencido. Estaba a punto de arruinarse y siempre salía a flote: con sus dos metros de estatura, su fular y sus botas de cowboy... En fin, por lo menos se ha librado de asistir al estado lamentable de la actual industria de los tebeos en España.
P. Sí, es triste, pero hay que reconocer que los tebeos son como la poesía o la danza: no interesan a nadie.
R. Porque los hemos dejado morir. La invasión japonesa, Internet, las nuevas tecnologías... Excusas para tirar a la basura años de trabajo. En Francia no ha pasado lo mismo. Allí todavía hay una industria. Y unos lectores.
P. Tú siempre tuviste mucha relación con Francia.
R. Viví allí de pequeño, con mis padres, que estaban exiliados. Cuando mi padre murió, mi madre y yo volvimos a Barcelona. A veces me han preguntado porque no emigré definitivamente a Francia, un país libre mientras España vivía una dictadura, y siempre respondo lo mismo: que a mí me gusta mi país. Y, sobre todo, mi ciudad, Barcelona.
P. Algo parecido decía Quino el otro día cuando le preguntaban por qué había vuelto a Argentina. Decía: bueno, uno quiere a su país y, aunque no tenga muchos motivos para ello, siempre confía en que mejore.
R. Lo mismo me pasaba a mí. Además, en los años cuarenta y cincuenta, sentía la obligación moral de hacer lo posible contra el régimen de Franco. Fui de aquellos ilusos que creía que la cosa no podía durar mucho si todos arrimábamos el hombro.
P. Y te metiste en el PSUC.
R. Con mi mujer, Armonía Rodríguez. Yo trabajaba para la editorial Bruguera y ella era la secretaria de redacción. Nos acabamos saliendo del partido -del partido a secas, porque en esa época no había otro, nadie había visto a un socialista antes de 1982- cuando la expulsión de Semprún y otros compañeros.
P. Antes de ver como Julio Anguita, ese iluminado a sueldo del capital, desintegraba la izquierda española.
R. Mucho antes. Pero no creas que me he convertido en un firme defensor del neoliberalismo. Puede que las alternativas a lo que tenemos en Occidente no hayan salido bien, pero sigo pensando que el capitalismo es lo más repugnante que hay. Es un sistema que se las apaña para joder a todo el mundo. A los pobres, los primeros, evidentemente. Pero también los que se supone que se benefician de él acaban pringando, aunque sólo sea a nivel moral. Fíjate en el señor Bruguera. Había sido capitán del Ejército republicano durante la guerra civil y luego se convirtió en lo que más odiaba, en un explotador que sangraba a sus trabajadores todo lo que podía.
P. Creo que las condiciones laborales de Bruguera rayaban en el esclavismo.
R. Crees bien. Si no me hubiera movido, con abogados y demás, mis derechos de autor nunca se habrían respetado y ahora me estaría muriendo de hambre. ¡Lo único que me faltaría en mi situación!
P. ¿Qué te ocurrió exactamente?
R. Una hemorragia cerebral. Mientras pronunciaba una conferencia en el Ateneo. Podría haberme quedado, muchacho. La rehabilitación ha sido lenta, casi dos años, pero he tenido mucha suerte. Sí, suerte, no puedo definirlo de otra manera. Cuando te vas del hospital, ves que muchos se quedan allí y no se van a recuperar nunca.
P. Tú te has recuperado y, además, has reunido tus reflexiones al respecto en el libro Diari de bord, un tipo de libro muy poco común en nuestro país que me recuerda, salvando las distancias, los de Styron y Brodkey sobre sus dolencias.
R. Ese libro es como una terapia. Para mí y para quien lo lea. Entiéndeme, no es que aporte soluciones definitivas para enfrentarse a la muerte, pero creo que, modestamente, puede ser útil para los lectores. A fin de cuentas, todos hemos de pasar por eso.
P. Pero no nos gusta pensarlo y actuamos como si no fuéramos a palmar nunca.
R. Yo también lo hacía. Y un buen día despiertas en la cama de un hospital, hecho polvo, y te dices: "Así que ya está, se acabó lo que se daba, la cosa no era más que esto, agitarse durante unos años y adiós muy buenas". Te entra una lucidez tremenda, y pierdes el pudor, la reserva ante esas cosas que nunca te has atrevido a decir y que ahora, en tu nueva situación de moribundo o de superviviente, ya no tienen ninguna importancia. Ante la muerte se pierde el pudor, y está muy bien que así sea.
P. Ya puedes decir lo que piensas de todo porque todo ha dejado de tener la importancia que antes le adjudicabas.
R. Exactamente. Pero tampoco creas que Diari de bord es un ajuste de cuentas. No hace falta ir de destraler, diciéndolo todo a lo bestia. La sutileza suele ser más eficaz.
P. ¿Te dedicaste a los tebeos para comer mientras soñabas con la literatura?
R. No, qué va. Yo quería ser dibujante de cómics. Lo que pasa es que era muy malo y acabé de guionista. Así me inventé al Capitán Trueno. Tuve la suerte de contar con un dibujante como Ambrós, otra víctima de la guerra civil, un maestro republicano represaliado que no podía dar clases y se tuvo que buscar la vida como dibujante. Era el prototipo del vencido, del hombre que ha tirado la toalla. Yo intentaba enrolarlo en mi batalla contra la explotación del editor y él me decía: "Déjalo, Víctor, no te metas en líos, cobra y calla".
P. ¿Qué opinas de la posible adaptación cinematográfica del Capitán Trueno a cargo de Juanma Bajo Ulloa?
R. Bueno, yo tenía un guión que finalmente fue desestimado. Parece que hay uno nuevo escrito por Bajo Ulloa y su hermano. Veremos... Tengo cierto derecho de veto, pero no lo ejerceré a no ser que hagan alguna animalada. Como dice mi mujer, mientras no metan a Crispín en la cama con Goliat, que hagan lo que quieran.
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