En la Euskadi rural
Vivo en una pequeña localidad de la Euskadi rural, en Vizcaya. El gobierno municipal está en manos del llamado nacionalismo democrático. El llamado nacionalismo radical no es aquí una fuerza significativa. La vida social es escasa y anodina. La vida política discurre sin sobresaltos. El equipo de gobierno gestiona correctamente los asuntos públicos. Y, sin embargo, en este tranquilo pueblecito donde vivo sucede algo terrible y silencioso, invisible y dramático.Les cuento: inicio de las fiestas patronales. Hablaba el pregonero. Hacía sólo cinco horas que ETA había vuelto a asesinar. España entera -uy, perdón, quería decir el Estado- era un clamor de repulsa y firmeza democrática. Algunos, aquí, nos preguntábamos si se suspenderían las fiestas. Quiero creer que muchos esperábamos, al menos, un comunicado de condena. Sin embargo, sólo escuchamos una chirriante invitación a la fiesta y la extraña frase "nuestro recuerdo para todos los que, por cualquier motivo, no pueden estar hoy con nosotros".
Perplejidad. Sonrojo. Por cualquier motivo, por un motivo cualquiera, todos en el mismo saco, víctimas y verdugos, los presos -vivos- y los cadáveres aún calientes de esa misma tarde -¿de dónde vienes?: manzanas traigo-, maldita equidistancia delirante, insoportable trivialización del horror. Indecencia.
Minutos más tarde sonaban los cantos de la tribu: himnos de guerra, Eusko gudariak gera, todo muy vibrante y belicoso, rutinariamente patriótico, típico de fiestas, para bailar en cadeneta junto a otras piezas menos intencionadas. Ante la indiferencia general, jóvenes jarraitxus ponían una ikurriña con crespón negro en la fachada del Consistorio, bajo los mástiles desnudos -izar todas las banderas constitucionales es una provocación- con los nombres del comando al que le estalló la carga que transportaba para otros. Y todo esto, ya digo, no en Rentería u otro de los feudos de la doblemente mal llamada izquierda abertzale, sino en este bucólico lugar poblado por ciudadanos que pagan sus impuestos y van a misa -aunque el cura, que pertenece al foro de El Salvador, les parece a muchos demasiado españolista y ya han intentado echarle en alguna ocasión-. Vecinos serviciales, gente de bien, tipos normales.
La Arcadia, agusanada. El huevo de la serpiente se incuba en cada jardín. El idiota moral vive puerta con puerta con el pusilánime.
Les quería contar que todo esto parece no tener la menor importancia -lo sé- como el sirimiri parece no mojar mientras te cala hasta los huesos. Pero todo esto está sucediendo, soterradamente, en mi pueblo y en toda Euskadi. Estamos calados hasta los huesos de esa cosa viscosa que alimenta al fascismo. Porque el fascismo no es un espanto que siempre les sobreviene a otros, y menos aún por sorpresa.
Desgraciadamente, creo que es ya demasiado tarde para apelaciones a las conciencias. Si aquí y ahora hubiese un Brecht, ya tendría las proclamas guardadas en sus maletas recién hechas. Con estas líneas, únicamente busco el mínimo alivio
de lamentarme en voz alta. Es poco, pero quema menos que el silencio.- C. Ruiz. Vizcaya.
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