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Después de la manifestación

Recuerda el autor que el éxito de la manifestación del sábado no borra los problemas de gobernabilidad de Ibarretxe

Hay manifestaciones a las que se va de buen ánimo, con el convencimiento de hacer algo que vale la pena, donde se espera encontrar amigos -no siempre va a ser en los funerales-, y no en estado de alerta para abandonarla si algo de su desarrollo no gusta. La manifa del sábado en Bilbao era de especial interés para la gente del PNV, se jugaban mucho. El resto, aunque también se lo jugaba, lo hacía de otra manera. Por eso fue con prevención, con dudas, por razones que a primera vista invitaban más a no ir que a ir.El PSE avisaba demasiado, incluso se ponía poco elegante cuando decía ir por no dejar la calle a los nacionalistas, y el PP la aprovechaba para meterse todo lo que podía con los socialistas. Hasta de inmoralidad fue tildada la postura socialista por un ministro, o de error la calificó Aznar. El PP se unió al bando de los ausentes, entre los que cabe destacar al sindicato ELA. Lo cierto es que mucha gente, dejando a un lado segundas lecturas políticas, fue por razones morales: rechazar a ETA. Y el país salió un poco (no mucho) normalizado.

Hay que reconocer que esta vez el PNV no engañó -¿habrá por fin tomado conciencia de los disparates realizados?- y la manifestación tuvo la virtud de crear la esperanza en una Euskadi democrática, en la que los ciudadanos puedan, junto a sus instituciones, defender la libertad y oponerse a la violencia arbitraria. Pero esta sensación no puede ocultar que las instituciones están hechas un desastre, que el Gobierno vasco no puede gobernar porque está en minoría, que el entramado administrativo no supera la rutina y que la Ertzaintza, tras la aventura de Lizarra, como describe el reportaje publicado en este mismo diario el domingo y no podía ser de otra manera, ha padecido de manera especial la esquizofrenia nacionalista del Ejecutivo de Ibarretxe y está desmoralizada y en crisis.

Lo peor que puede ocurrir es que el PNV se dé por satisfecho con la manifestación, olvidándose del resto de los problemas, creyendo que es un cheque en blanco. Históricamente a este partido le ha llenado eso de convocar a las masas, como decía el difunto José Antonio Etxebarrieta, para no saber al día siguiente qué hacer. Demuestran matemáticamente que existen y generalmente se conforman con eso y salen reconfortados.

Ibarretxe debiera tomar nota de que Rodríguez Zapatero fue a la manifestación pero se cuidó mucho de no aparecer junto a él -una presencia en el acto pero una ausencia respecto a su persona-; que en el último pleno del Parlamento socialistas y populares, al alimón, le reclamaron la convocatoria de elecciones, y para subrayarlo sacaron adelante una moción sobre educación, volviendo a derrotar al Gobierno; que para la semana que viene tiene otras en el mismo sentido; que no puede presentar los presupuestos, y que, para colmo, ETA no deja de asesinar.

Y otra vez lo mismo. Frente al terrorismo, Ibarretxe se comporta como si fuera el presidente de una ONG, esgrime un discurso moral, de lamento también, y deja en manos de los portavoces de su partido el discurso político. Un discurso orientado exclusivamente al anhelo de unidad de acción con el resto del nacionalismo, como si esa aventura no hubiera costado ya tanto sufrimiento. Lo que espera la ciudadanía, lo que esperan especialmente los ertzainas, es que diga, por una vez, que caerá sobre el terrorismo todo el peso de la ley y el esfuerzo de su Gobierno. Y esto no lo hace.

Pues bien, después de la manifestación, el país está un poco más normalizado, un poco más centrado, pero los problemas siguen siendo los mismos. El PSE le ha dado al PNV una muestra de cariño de nuevo y ha demostrado que no quiere hacerse un bolso con su piel, que en eso tiene sus diferencias con el PP. El PSE, que ha asumido que la alternancia en el poder es algo muy positivo para Euskadi, no le repugnaría dejar al PNV en el dignísimo papel de la oposición, pero nunca llevaría las cosas a un punto en que ello supusiera echar al PNV del sistema, es decir, mandarlo al monte.

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Esa es la diferencia con el PP, aunque el que de verdad le lleva al monte al PNV es el discurso soberanista y de encuentro con los radicales que hace, entre otros, Joseba Egibar.

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