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Tribuna
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Sin mi coche

Estaba yo tan relajada en la cola del bus. Un día libre de obligaciones laborales me permitía dejar en casa el utilitario, ese diminuto bribón que antes sólo bebía 3.000 pero que ya no se sacia por menos de 4.000 del ala. Aguardando el 81, ya que por el momento he desistido de fintar los mil obstáculos que salpican un carril-bici incompleto y descuidado, y de discutir con el encargado del aparcamiento de los almacenes donde "no está previsto" que se pueda refugiar allí un ratito tan estrafalario vehículo a pedales.Durante estas esperas puedes leer en el periódico lo mal que está el tráfico, y ver las fotos de los tractores, camiones y barcos europeos bloqueando y desfilando contra la subida del precio de los carburantes. Tambien cabe filosofar sobre el curioso apaño que le encuentran algunos a la cosa de la inflación, y que consiste en bajar impuestos, como si la recaudación no proporcionara (o al menos debería procurar) vacunas, colegios y pensiones.

En cuanto a la actualidad internacional, basta leer los titulares para entender que, aunque a veces no se note, está salpicada de petróleo, un arma estratégica convertida en negocio de tahúres que igual juegan sus partidas en Venezuela y Nigeria que en Chiapas, en Georgia que en Kuwait. Aquel aceite de piedra que Plinio recomendaba como elixir de la salud, y que el primer Rockefeller, charlatán y sacamuelas, vendía de feria en feria. Porque gigante es el negocio que brota de las entrañas del Golfo, del Sáhara, de Alaska a Rio Grande, y los oleoductos que controlan los talibanes constituyen, para el buen riego de los petrodólares, una arteria femoral cuya integridad es considerada por la "comunidad internacional" y sus servicios secretos mucho más importante que el más básico de los derechos humanos.

El oro negro subyace en los despiadados conflictos de Biafra y Chechenia, inspira complots, golpes de estado y asesinatos, o salva el poder para personajes inverosímiles. Y al revés, porque muchos promotores de independencias petroleras nacionales han fallecido en extrañas circunstancias: el presidente Harding, Enrico Mattei, J.F. Kennedy, "nuestro" Miguel Primo de Rivera o el rey Faisal -Ibn-Hussein, probablemente pasaportado a cualquiera de los siete paraísos garantizados al creyente.

Incluso sin que las Oil Company se metan a killers, algo apesta en esos billonarios beneficios de que impúdicamente presumen. Mirad, por ejemplo, los balances de la Shell o Repsol, el caso Ertoil, Elf y sus chanchullos con políticos franceses...

Carlos Fuentes, en La cabeza de la hidra, escribe que "el semen oscuro de una tierra de esperanzas y traiciones parejas, fecunda los reinos de la Malinche".

Los pueblos no suelen comprender ciertos sutiles matices, y muchos de sus hijos habrán pagado con la vida la defensa de un crudo que a sus deudos les cuesta un ojo de la cara.

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Pero se publicitan coches fantásticos porque "la emoción es más fuerte que la razón" . Las motos que vuelan rugiendo por encima de los peatones en el paso de cebra se anuncian bajo los nombres Rebel y Dominator.

Ya no se si hoy, viernes 22, es día de tractorada o de transporte público, aunque puede que al alimón. Me rebelo contra Rato y su (nuestra) austeridad: "Necesito" ir de compras. Pero aunque lo recomiende el Gobierno, y siempre que pueda, lo haré sin mi coche.

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