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TRAGEDIA EN SORIA

"No he ido este año porque no había plazas. Ahora no volveré nunca"

El viaje de ayer no era el primero que se organizaba desde Cataluña. Cada verano, desde hace varios años, la congregación de los Hermanos de San Gabriel programa unas colonias de verano en La Aguilera, la pedanía de Aranda de Duero donde la organización posee unas instalaciones. Eran unas colonias especialmente apreciadas: "Muchos quieren volver cada año porque hacen muchos amigos de toda España", argumentaba Sergio Manrique, lloroso, a la puerta del colegio Sant Esteve de Ripollet. Sergio Manrique había ido a las colonias el año pasado. "Esta vez no he podido ir porque no quedaban plazas. Ahora ya no volveré nunca", decía.

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Sergio recordaba a los compañeros que iban en el autocar, y se deshacía en elogios sobre su estancia en La Aguilera: "Allí nos enseñaban cosas de la amistad, de la paz y de la religión", decía, con voz entrecortada. "No quiero creer que a mi amigo le haya pasado nada, mi amigo estará bien". Andrés, de 12 años, asistía angustiado a la larga espera que vivía el colegio Sant Esteve, al que inmediatamente acudieron profesores, padres y alumnos. Tanto el colegio de Ripollet como el de Viladecans son instituciones muy arraigadas.

De origen francés, la congregación de los Hermanos de San Gabriel cumplirá en 2003 el centenario de su implantación en España. Ahora se dedica exclusivamente a la docencia y dentro de ésta, presta una atención muy especial a las actividades deportivas como elemento educativo. Buena parte de las programadas en La Aguilera eran al aire libre. Y las colonias se nutrían de buena parte de los 5.000 alumnos que la organización religiosa tiene en los cinco colegios que posee en Cataluña. En el resto de España sólo posee el colegio de Aranda de Duero y otro en Madrid.

En Ripollet, algunos alumnos llenaban la espera enumerando los hitos deportivos de la escuela, fundada hace 30 años: "Hemos sido cantera de grandes figuras del básquet catalán. Entre ellas, los hermanos Txiqui y Jordi Creus, que estudiaron en la escuela", destacaba un ex alumno.

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Ayer, los aledaños de los colegios de Ripollet y Viladecans se convirtieron en un hervidero expectante. Dentro, los profesores organizaban como podían el trasiego de personas y de noticias, no siempre fiables.

En Viladecans, los padres deambulaban, nerviosos por el pabellón deportivo del centro. Cerca, tres autocares esperaban para partir hacia Soria. Estuvieron esperando largo rato la llegada de la ambulancia de la Cruz Roja que debía acompañarles. Un grupo de voluntarios llevaban cajas con refrescos, aguas y galletas para el viaje.

El arzobispo de Barcelona, Ricard Maria Carles, fue uno de los que acudió para mostrar su dolor y apoyar a las familias, después de informar a la Secretaría de Estado del Vaticano del trágico suceso. Carles, expresó a los apesadumbrados padres la solidaridad de Juan Pablo II y expresó su voluntad de presidir los funerales de las víctimas.

Pasadas las nueve de la noche, desde la megafonía del colegio se anunció a los padres que podían ir hacia los autocares. Dos familiares por niño. Mientras los vehículos maniobraban, algunos de los que se quedaban disimulaban las lágrimas. No tenían a nadie por quien temer en Soria, pero tenían una historia común con ellos. Eran ex alumnos del colegio y se sentían concernidos. Exactamente igual que ocurría en Ripollet, donde en ese momento ya hacía más de una hora que el autobús había partido de la plaza del ayuntamiento. En cada uno de los autobuses viajaban psicólogos, asistentes sociales y médicos dispuestos por el Departamento de Interior de la Generalitat. El viaje iba a ser largo y la llegada, terrible.

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